La primera visita que hará este martes Donald Trump a Arizona como presidente de EE .UU. está precedida por los rasgos que más caracterizan sus primeros meses de mandato: la polémica y la confrontación.
El anuncio de la visita del mandatario, luego de terminar unas polémicas vacaciones, despertó el rechazo no solo de grupos proinmigrantes, sino de políticos y autoridades locales, quienes se preguntaron si era el momento idóneo para realizar un mitin como el que tiene previsto en Phoenix.
La confirmación del acto llegó por boca del propio presidente vía Twitter, no mucho tiempo después de sus controvertidos comentarios en torno a los incidentes del pasado fin de semana en Charlottesville, Virginia.
Las tibias palabras de Trump luego de esos sucesos, en los cuales una joven de 32 años falleció al ser atropellada por un presunto neonazi durante un choque entre nacionalistas blancos y antirracistas, dispararon las condenas, que se recrudecieron cuando el presidente culpó después “a los dos bandos” por la violencia suscitada.
El propio alcalde de Phoenix, Greg Stanton, se confesó esta semana “decepcionado” de que el presidente haya “elegido celebrar un mitin de campaña” tras “los trágicos eventos” en Charlottesville, y hasta le pidió que retrasara su visita. Pero el presidente no solo confirmó el acto en el centro de convenciones de la capital de Arizona, sino que días después la Casa Blanca informó que antes de su mitin visitará una base militar en Yuma, muy cerca de la frontera con México.
Algunos analistas consideran que la presencia de Trump en esta localidad busca impulsar su propuesta de erigir un muro en la frontera, una de sus promesas de campaña y que ha encontrado férrea oposición entre políticos de Washington, además de pocas perspectivas para lograr los fondos necesarios.
A ese esfuerzo, que despierta el rechazo de los activistas a favor de la inmigración, se suma la sospecha de que Trump aproveche su visita para indultar al polémico exalguacil Joe Arpaio, conocido por su mano dura contra los indocumentados y quien el mes pasado fue declarado culpable de desacato a los tribunales por un caso de perfil racial en contra de conductores hispanos.
Ese posible perdón a Arpaio, quien enfrenta una sentencia máxima de seis meses de prisión, desató la indignación de los grupos locales de inmigrantes, que calificaron de “insulto” la sola posibilidad del indulto, y de los congresistas representantes de este estado Rubén Gallego, Raúl Grijalva y Tom O’Halleran. “Es una hipocresía. Con una mano está denunciando a grupos racistas y con la otra está dando un perdón a uno de los peores”, dijo Grijalva, quien anunció que participará en las protestas previstas contra el mandatario.
Protestas que este domingo se extendieron a Boston, Massachusetts, donde miles de personas se manifestaron en favor de “la libertad de expresión” tras los violentos episodios ocurridos en Charlottesville, mientras que otras tantas organizaron una contraprotesta antirracista.
‘No hay lugar para el odio’ o ‘Váyanse, nazis’, se leía en las pancartas empuñadas en el cortejo por unas 40.000 manifestantes, según la policía, venidas a este bastión demócrata para contrarrestar una congregación cercana convocada oficialmente en favor de la “libertad de expresión”, pero que aglutina a militantes de extrema derecha.
En medio de la polémica, Trump presentará este lunes en la noche su decisión sobre la estrategia de Washington en Afganistán, casi 16 años después del inicio de la guerra.
El secretario de Defensa estadounidense, James Mattis, confirmó que la administración Trump había tomado una decisión sobre su futura estrategia en el país asiático y aseguró estar satisfecho con el planteamiento. No obstante, Mattis se negó a dar detalles sobre el asunto, ya que quiso dejar en manos del mandatario explicar los pormenores. “Estoy muy cómodo con que el proceso estratégico sea lo suficientemente riguroso”, dijo Mattis.
De su lado, los talibanes enviaron una advertencia al presidente estadounidense: “Sería sabio que adopte una estrategia de retirada completa de Afganistán antes que un incremento de las tropas”, indicaron en una carta abierta. Para los talibanes, que gobernaron Afganistán desde 1996 hasta el 2001, la ocupación extranjera es “el principal motor de la guerra”.
EFE
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