Hace escasas dos semanas, Donald Trump estaba contra las cuerdas. Las encuestas indicaban que Hillary Clinton, su rival para las presidenciales de Estados Unidos, le sacaba ya hasta diez puntos, y la brecha se abría más con cada día que pasaba. De tal nivel era la crisis que tuvo que reemplazar a toda la cúpula de su campaña para hacer borrón y cuenta nueva.
Desde entonces, la carrera ha dado un inesperado giro de 180 grados: ahora es Clinton la que va en caída.
Según los últimos sondeos y el promedio de encuestas que hace Real Clear Politics, el magnate neoyorquino habría ya descontado casi toda la ventaja que le llevaba Hilary (46 por ciento contra 44, lo cual pone la carrera en un virtual empate si se considera el margen de error).
Trump, incluso, ya la estaría superando, y hasta con cinco puntos de ventaja en Florida y Ohio, dos de los llamados estados clave por el peso que tienen dentro del sistema electoral estadounidense.
Parte de ese descalabro está asociado a lo que ha sido quizá el peor fin de semana de toda su carrera política, uno que bien podría costarle la Casa Blanca. Y que comenzó el viernes de la semana pasada, cuando catalogó a la mitad de los seguidores de Trump como personas “deplorables” y racistas.
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El comentario, por el que luego tuvo que pedir disculpas, al parecer logró lo que el mismo Trump no había podido: acercar a ese sector del partido que nunca ha estado cómodo con el multimillonario, pero que no puede aceptar semejante insulto contra la mitad de sus miembros.
Cuando esa tormenta aún no se disipaba, llegó el ya famoso vahído de Clinton a la salida de un evento en Nueva York para conmemorar a las víctimas del 11-S. Las imágenes de Hillary tambaleándose le dieron la vuelta al mundo y abrieron una nueva línea de ataque que difícilmente desaparecerá en lo que le resta a la carrera.
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“De un momento a otro, el tema de su salud se ha convertido en el eje de la carrera por la presidencia. Y los demócratas tienen amplias razones para estar preocupados. Trump –de forma coincidencial o por puro instinto– ya venía ventilando dudas sobre el estado físico de su rival, acusándola de “perezosa, carente de energía y aguante”. Lo que sucedió el domingo (con el desmayo) reivindica una acusación que antes se desechaba de plano”, sostiene Jonathan Freedland, columnista de ‘The Guardian’.
Así mismo, opina este experto, su traspié también alimenta esa creencia sexista –que Trump viene explotando– según la cuál las mujeres carecen de la fortaleza necesaria para ocupar cargos de gran poder.
“¿Ustedes creen que Hillary aguantaría al menos una hora de esto? Yo no sé, yo no sé”, sostuvo a los pocos días Trump en un tono burlón y condescendiente que con seguridad seguirá empleando.
Y ya hay quienes están equiparando el momento con la caída que sufrió el candidato republicano Bob Dole durante un evento en la campaña electoral de 1996. Dole, en esa época de 73 años, nunca pudo quitarse de encima la imagen de “viejito” con la que se quedó tras ese tropezón, y fue derrotado sin problemas por el presidente Bill Clinton.
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Qué tanto pesará en el caso de Hillary, aún está por verse. Mucho, por supuesto, depende de su recuperación. Y no solo en términos de su imagen política. Físicamente, una neumonía –como la que se le diagnosticó– puede tardar muchos días en sanar. A menos de dos meses de las presidenciales y con el primer debate presidencial en dos semanas, la candidata no cuenta con esos días.
Este miércoles, Clinton entregó una evaluación médica hecha por sus doctores en la que se consta que no padece de mal alguno, salvo la neumonía que ya está siendo controlada. Pero la información fue tan escasa –de una sola página– que difícilmente apagará los rumores con ella. Para rematar, el manejo que le dio su campaña a la enfermedad, inicialmente ocultándola de la prensa, contribuyó a la idea de que Clinton era una persona deshonesta y en la que no se puede confiar. Precisamente, el bulto que más le ha pesado en lo que va de la campaña, y que en parte explica su preocupante imagen negativa (cercana al 60 por ciento).
La resurrección de Trump tampoco ha llegado exclusivamente por cuenta de los problemas de la ex primera dama. Desde la llegada de Kellyanne Conway al manejo público de su campaña, Trump ha estado bajo control, evitando crear el tipo de controversias que no solo habían alejado a diversos sectores de la población (independientes y minorías), sino fisuras en su propio partido. En la mayoría de los casos, evitando la improvisación durante sus discursos y sometiéndose a los rigores del ‘teleprompter’.
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Clinton, por supuesto, está todavía lejos de morir, y cualquier cosa podría pasar en las siete semanas que faltan para la crucial cita electoral.
De hecho, el proyecto electoral de la Universidad de Virginia, que suele ser muy acertado en predecir los resultados de los comicios, sigue opinando –pese a los eventos de los últimos días– que Hillary aún posee más vías para llegar a la Casa Blanca que Trump.
Pero también hacen una advertencia: “Nuestros modelos todavía apuntan a una victoria de Clinton, y es probable que detenga su caída en espiral. Un buen momento para eso sería en el debate del 26 de septiembre. Pero si continúa hundiéndose, nuestro mapa electoral comenzará a pintarse de rojo, el color de los republicanos”.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
En Twitter: @sergom68
Washington.