Como en muchos frentes, nadie sabe cuál será el rumbo de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba una vez Donald Trump asuma la presidencia el próximo 20 de enero.
Pero si se juzga por lo que ha venido diciendo a lo largo de estos últimos 18 meses, los augurios no son los mejores, no obstante la muerte de Fidel Castro.
Tras casi 55 años de rompimiento, el presidente Barack Obama sorprendió al mundo en diciembre del 2014 al anunciar un acuerdo con La Habana para restablecer las relaciones diplomáticas. Ese paso se dio en julio del 2015. El propio Obama selló la alianza con una visita a la isla durante este verano, convirtiéndose en el primer mandatario de EE. UU. en aterrizar en Cuba desde 1928.
En paralelo, Obama ablandó el embargo comercial y eliminó algunas restricciones para el viaje de estadounidenses y sacó a la isla de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo.
El problema con la nueva política de Obama hacia Cuba es que se basó en órdenes presidenciales, que no necesitan la aprobación del Congreso, es decir, cualquier presidente podría deshacerlas y restablecer el embargo a su pleno vigor.
De hecho, el Presidente también puede romper las relaciones si lo considera pertinente. En el caso de Trump, nadie sabe dónde está parado frente al tema, pues su postura ha cambiado.
Antes de lanzarse a la nominación del Partido Republicano, el magnate era considerado abierto a la apertura comercial con la isla. Incluso, en marzo, cuando ya estaba a la cabeza de la carrera por la nominación, aceptó que compañías de EE. UU. hicieran negocios con Cuba y ventiló la idea de construir un hotel en La Habana. Pero a medida que la campaña avanzó, su posición cambió.
En octubre, y mientras Hillary Clinton hablaba de acabar con el embargo comercial, Trump le hizo un guiño al anticastrismo de Florida prometiendo que de ser presidente acabaría con todas las concesiones hechas por Obama, y se mostró dispuesto a romper nuevamente con las relaciones si el régimen no liberaba a los presos políticos y ofrecía más libertades.
Su victoria en el estado del Sol por estrecho margen –y a lo que debe en gran medida haber ganado las elecciones– bien podría atribuirse al decidido respaldo de esta comunidad.
Algo que Trump mencionó en el comunicado del sábado sobre la muerte de Castro. Sus palabras indicarían que apretaría varias tuercas para complacer a esta comunidad.
Ayer, el jefe de Gabinete de Trump, Reince Priebus, reiteró que su jefe está listo para acabar con los acuerdos si los cubanos no ofrecen mayores concesiones.
Dicho eso, medios y analistas destacaron que ni Trump ni los anticastristas reclamaron un rompimiento de las relaciones tras la muerte de Fidel Castro y se enfocaron más en exigir libertades y eliminar algunas de las medidas que adoptó Obama.
Un escenario en el que EE. UU. mantendría relaciones diplomáticas con Cuba, pero volvería a restringir el comercio.
Algo que, según Jason Marczak, del Atlantic Council, sería un error. “La muerte de Fidel elimina uno de los gritos de guerra para los que se oponían a las políticas de Obama. Esa muerte es, antes, una razón más para mantener estas políticas de los últimos dos años”, sostiene el analista.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
En Twitter: @sergom68
Washington
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