Los latinoamericanos nos reímos de Cantinflas aún después de muerto porque hizo de su desbocada verborrea incoherente una forma muy graciosa de no decir nada. Hasta debió inventarse un verbo para definir esa habilidad: cantinflear, que según la Real Academia Española de la Lengua es “hablar o actuar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada con sustancia”.
Eso es precisamente lo que todos los días hace Donald Trump. Habla mucho sin decir nada.
Mario Moreno, Cantinflas, era un cómico muy divertido que nos hacía reír. Trump es un cómico involuntario y tragicómico que, a base de “cantinfleadas” y con una gorda billetera ha logrado engatusar a millones de estadounidenses de baja educación desencantados con los políticos tradicionales.
La falta de conocimientos de Trump sobre el mundo es pasmosa, pero eso es lo de menos para sus seguidores. Mientras “cantinflee”, él sale avante.
Una prueba de esto se dio en una reciente aparición del candidato republicano en Virginia, donde el general retirado Michael Flynn le pidió que abundara sobre los cuatro componentes de la seguridad nacional: el militar, el cibernético, el financiero y el ideológico.
La cantinfleada de Trump no se hizo esperar:
“Como tú sabes –le dijo al general--, lo cibernético se está volviendo muy grande hoy en día, se está convirtiendo en algo que hace varios años, hace corto número de años, no era ni siquiera una palabra. Y ahora lo cibernético es tan grande… basta mirar a lo que se está haciendo con la internet, cómo están reclutando gente (sic) a través del internet”.
“Y parte de esto es psicológico –agregó--, mucha gente piensa que están ganando (sic). Y como tú sabes, es una cosa muy grande. Aún hoy, psicología (sic), tú sabes, CNN hizo una gran encuesta. La gran encuesta que salió hoy dice que Trump está ganando. Y es, como tú sabes, buena psicología. Es buena psicología. Yo lo sé porque la gente que no me llamaba ayer me está llamando hoy. Así funciona la vida, ¿cierto?”
En esa parte, el candidato republicano hizo una pausa y sus seguidores lo aplaudieron rabiosamente. Luego siguió.
“Pero creo que vamos muy bien –dijo Trump--, y realmente agradezco al estado de Virginia. Tantos lugares diferentes han sido tan increíbles. Así que muchas gracias. Pero lo cibernético ha sido muy, muy importante, y se está volviendo cada vez más importante como puedes ver, y tiene que ver con la ideología y psicología (sic) y un montón de otras cosas…”
Hubo una nueva pausa y un nuevo y largo aplauso.
Llama la atención el que Trump use la palabra cibernético como sustantivo: lo cibernético. Probablemente la palabra cibernético, en la pregunta del general Flynn, se refería a ataques cibernéticos o espionaje cibernético; tal vez a armas cibernéticas o guerra cibernética.
Pareciera que Trump confunde lo cibernético con el Internet. El adjetivo cibernético se refiere, nuevamente según la Real Academia, a “lo creado y regulado por una computadora”.
En cuanto a que hace un corto número de años la palabra ni siquiera existía habrá que mencionar que fue acuñada en 1947, un año después del nacimiento de Trump, y ha sido de uso común desde los sesentas.
El candidato presidencial republicano vive en un mundo propio, al que ha invitado a sus seguidores y en el que la razón y hasta la coherencia son prescindibles. También los principios. Nadie cuestiona, por ejemplo, que la empresa de modelos de Trump haya contratado a indocumentadas y les haya pedido mentir en sus entrevistas con migración.
Para él, ser indocumentado aparentemente es malo solo si se es mexicano o latinoamericano, no tanto si se es una modelo europea. Las quejas de maltrato y bajos salarios de las mismas modelos no logran alterar la popularidad del magnate. Su esposa Melania demanda a quienes la acusan de haber sido prostituta, pero no demanda a quienes dicen que durante un tiempo fue indocumentada. Cabe preguntarse el por qué.
Parte del ascenso de la popularidad de Trump se debió a sus ataques constantes al primer presidente negro, Barack Obama. No se cansaba de repetir que Obama había nacido en Kenia y que “nadie lo había visto en Harvard”. Hoy, cuando le preguntan sobre el tema se limita a contestar “ya no hablo sobre eso”. Como si el dejar de hablar de algo fuera suficiente para que eso no existiera.
La lista de cantifleadas del millonario neoyorquino es inmensa. Por ejemplo, en lugar de rechazar abiertamente a miembros del grupo supremacista blanco Ku Klux Klan que le han manifestado su apoyo, Trump optó por pretender no saber de ellos.
Un día dice saber más que los generales sobre el Estado Islámico y al día siguiente dice que les pedirá a los generales que hagan un plan para acabar con ese grupo terrorista.
“Trust me, trust me” (confíen en mí, confíen en mí), es la parte medular de su discurso. Nunca habla del cómo solucionar problemas. Solo les pide a sus seguidores confiar en que él es el mejor, el más capacitado, el más inteligente...
La semana previa a su visita a México habló de “suavizar” sus políticas anti-inmigrantes, y horas después de lograr que el presidente mexicano Enrique Peña Nieto lo hiciera ver “presidencial” al recibirlo como un jefe de Estado en la residencia oficial de Los Pinos, redobló sus ataques a los mexicanos.
Esa noche, en Arizona, en uno de sus acostumbrados alardes populistas les preguntó a sus fanáticos si habría que expulsar o no a los mexicanos de Estados Unidos. Ya sabrá usted la respuesta: “¡Síííííííííííí!”.
Cada acto de campaña es, para Trump, un homenaje involuntario a su narcisismo. Todo aquel que lo adula gozará del aprecio infinito del candidato.
Todo lo que el presidente ruso Vladimir Putin tuvo que hacer para ganarse la admiración y el respeto del millonario neoyorquino fue decir: “Trump es brillante”.
Aunque eso es más bien lo que, según Trump, Putin dijo de él. En realidad, Putin usó la palabra "Yarkii" para describir al magante.
Parece ser que algo se perdió en la traducción. “Yarkii” significa brillante, pero no se refiere a alguien inteligente sino a alguien “colorido”. En eso todos estamos de acuerdo con Putin: Trump es muy colorido.
Pero el candidato republicano ha repetido que el presidente ruso lo llamó genio y, claro, él le ha devuelto el cumplido una y otra vez.
Así opera la mente de Trump. Admira a quien lo adula y denuesta a quien lo critica.
Peña Nieto, el presidente mexicano, logró lo imposible: adularlo al darle tratamiento de jefe de Estado sin lograr que el millonario le retribuyera el favor.
La gran diferencia entre los discursos de Cantinflas y de Trump es que los del cómico mexicano provocaban carcajadas mientras que los del candidato republicano provocan miedo.
LUIS CAMBUSTÓN
*Activista latino residente en California.
Comentar