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EEUU

La gran crisis de liderazgo ético en el mundo

La política separadora de familias, de Trump, enfrentó intensas críticas.

La política separadora de familias, de Trump, enfrentó intensas críticas.

Foto:Larry W. Smith / EFE

Se necesita una revaluación de valores, similar a la que se produjo tras la Segunda Guerra Mundial.

“El sabio construye puentes; el tonto construye muros”. Así podría definirse la estrategia aislacionista que ha definido la política de Estados Unidos y que va más allá de las decisiones comerciales, en formas que no solo son estúpidas, sino también antiéticas, y que están destruyendo la poca autoridad moral que le queda a Occidente. En los últimos meses, el presidente estadounidense, Donald Trump, ordenó una política migratoria de tolerancia cero que trata a todos los adultos que cruzan la frontera ilegalmente como si fueran criminales. Esto implicó el inicio de procedimientos legales, incluso contra solicitantes de asilo, y que les quitaran los hijos para poder detenerlos por separado. Más de 2.300 menores fueron llevados a refugios. Solos.
La presión política a esta medida fue tal que Trump tuvo que firmar un decreto para que padres e hijos sean detenidos juntos. Pero, mientras un tribunal federal estudia el caso, los procedimientos continúan y no hay ningún plan para reunir a las familias ya divididas.
La política separadora de familias, de Trump, enfrentó intensas críticas, incluso desde lugares inesperados. Laura Bush (esposa de George W. Bush, el presidente responsable de las inhumanas guerras en Irak y Afganistán) repudió esa política, y sostuvo que las imágenes de niños separados de sus familias traen “recuerdos espeluznantes de los campos de internación para ciudadanos y no ciudadanos estadounidenses de ascendencia japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, uno de los episodios más vergonzosos de la historia estadounidense”. Hasta la esposa de Trump, Melania, declaró a través de su portavoz que “odia ver” que se separe a niños de sus familias. ¿Y la respuesta del presidente estadounidense? Se retiró del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
Pero EE. UU. no es el único en aplicar políticas que traicionan sus valores tradicionales. En Italia, el nuevo gobierno populista de derecha, con Matteo Salvini como ministro del Interior y vice primer ministro, comenzó a rechazar barcos cargados de migrantes rescatados. Y Hungría acaba de sancionar la Ley contra Soros, que convierte en delito cualquier intento de parte de individuos u ONG de ayudar a un inmigrante ilegal a pedir asilo.
Todo esto destaca la profundización de una crisis de liderazgo ético que puede hacer tanto daño como las migraciones descontroladas o, incluso, como una guerra comercial. Plantea el riesgo de envalentonar a gobiernos como los de China y Rusia, haciéndolos parecer razonables, incluso confiables.

En un mundo donde el nacionalismo viene debilitando la autoridad del derecho internacional, la moral es más relativa que nunca. Y, en comparación con alguien como Trump, hasta Putin no se ve tan mal

Ya está sucediendo. El Foro Económico de San Petersburgo, que después de la anexión rusa de Crimea en 2014 había perdido su influencia, volvió a activarse este año, con el presidente Vladimir Putin encabezando debates en los que participaron figuras como el presidente francés, Emmanuel Macron; el primer ministro japonés, Shinzo Abe, y la presidenta del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde.
Para asegurarse la participación de estas figuras, Putin no tuvo necesidad de admitir errores o comprometerse con la democracia. Todo lo contrario: después de la reunión, Oleg Sentsov, un cineasta ucraniano detenido durante la anexión de Crimea, inició una huelga de hambre en nombre de los 64 presos políticos ucranianos que están encarcelados en Rusia.
Pero mientras los gobiernos occidentales emiten declaraciones críticas a Rusia por la detención de Sentsov y otros 150 presos por motivos religiosos o políticos, es evidente que su determinación de aislar a la gran potencia por su conducta está menguando. Añádase a esto políticas internas antiéticas y se verá que la presunción de “liderazgo moral” de Occidente suena cada vez más hueca.
Ahora, Putin y su homólogo chino, Xi Jinping, pueden sentirse más libres de ignorar las críticas de Occidente, e incluso de explayarse sobre los beneficios de la construcción de puentes. Y no es una mera metáfora: bajo el liderazgo de Putin, Rusia construyó al menos media docena de puentes, incluido uno que conecta Crimea con el territorio ruso. Estos proyectos, como otros iniciados antes de la Copa del Mundo, se ven bien. No así una huelga de hambre. Felizmente para Putin, en un mundo donde el nacionalismo viene debilitando la autoridad del derecho internacional y de las instituciones multilaterales, la moral es más relativa que nunca. Y, en comparación con alguien como Trump, hasta Putin no se ve tan mal.
Pero la erosión de los ideales democráticos no puede atribuirse solamente a Trump. Al fin y al cabo, el historial del país norteamericano en materia de derechos humanos dista de ser inmaculado. Durante la presidencia de Bill Clinton, EE. UU. fue uno de los siete países que votaron contra la creación de la Corte Penal Internacional, a la que todos los gobiernos estadounidenses posteriores se negaron a integrarse. También está la caprichosa Guerra contra el Terror de Bush, seguida de la intervención militar de Barack Obama en Libia, Somalia y Yemen, contraria al derecho internacional.
Europa tampoco está a salvo de reproches. Como señaló Putin, la respuesta occidental a la anexión rusa de Crimea es muestra de cierta doble moral, dado que la Unión Europea apoyó que Kosovo se independizara de Serbia en 2008. Después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo revaluó las normas e instituciones internacionales y sentó las bases del actual orden global basado en reglas. Hoy se necesita una revaluación similar, que tal vez deba tener en cuenta las dos grandes crisis de nuestro tiempo: las migraciones y el terrorismo internacional. Pero la egoísta estrategia de Trump de poner a “Estados Unidos primero” no conduce a ninguna parte. Tampoco se puede confiar la defensa de los derechos humanos a Rusia o China. En un tiempo en que Europa carece de confianza en sí misma y coherencia para afirmar sus valores y defenderlos globalmente, ¿quién lo hará?
NINA L. KHRUSHCHEVA*
©Project Syndicate
* Profesora de Asuntos Internacionales en The New School e investigadora sénior en el World Policy Institute, ambos con sede en Nueva York.
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