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‘La gran estafa’: el engaño con diamantes que casi colapsa economía de EE. UU.

Diamantes.

Diamantes.

Foto:istock

El dúo logró engañar a grandes banqueros y empresarios estadounidenses en el siglo XIX.

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Los Estados Unidos de América del siglo XIX fueron interesantes. La exploración a gran escala de materias primas como el petróleo, gas y metal. Además, las expediciones en busca de piedras preciosas fueron una parte muy importante en la antesala de la que terminó siendo la nación más poderosa del mundo.
Esta obsesión de encontrar piezas y minas de oro no discriminaba clases sociales. Todos querían ser ricos de alguna u otra forma, y las montañas de los ríos del oeste estadounidense es donde todos apuntaban para encontrar su tesoro.
El ‘Tucson Weekly Arizonian’ es uno de los periódicos más antiguos del país de las barras y las estrellas, y fue este el que se encargó, en el año 1870, de dar aviso masivo sobre las inmensas fortunas que solo los más ambiciosos podían encontrar.

La ‘éso’

La ‘éso’ era un apodo especial que los banqueros y los artesanos interesados en tomar el botín mencionado por el periódico le daban a una mina ubicada en donde se encuentra actualmente el estado de Nuevo México.
Su nombre real eran las Montañas de Plata, las cuales fueron el destino en los mapas de muchas personas. Banqueros, mineros, campesinos, y demás sectores de la sociedad estadounidense movieron todos los hilos posibles para así llegar hasta allí.
Todo esto ocurría mientras que en otras latitudes también pasaban eventos parecidos. Desde Sudáfrica llegaban noticias del hallazgo de piedras preciosas más grandes que hayan descubierto desde un sitio de similares características en Golconda, India. El mensaje era claro para los gringos: no podían quedarse atrás.
No obstante, un geólogo estadounidense recomendó que todos los interesados deberían tener cuidado al momento de acceder a la ‘eso’, pues el riesgo financiero sería muy alto para los individuos y, eventualmente, para todo el país.
“Aunque puede que no sea rentable buscar diamantes, siempre vale la pena recogerlos cuando los ves”, fue la advertencia del científico, eventualmente ignorada, pero próxima a ser recordada como un ‘se los dije’.

La gran estafa

Todo fue la antesala de una de las mayores estafas de la historia moderna de Estados Unidos. John Slack y Philip Arnold, dos estafadores de muy alta monta del estado de Kentucky, planificaron una estrategia de engaño, la cual afectó a William C. Ralston, fundador del Banco de California, así como otros empresarios reconocidos de dicho estado.
También participaron un exmilitante del ejército de la Unión, un representante de la Cámara de Representantes; además de Charles Lewis Tiffany, el cofundador de Lewis & Co. la primera joyería de lujo del país.
Philip Arnold trabajaba en ese entonces como tesorero de Diamond Drill Company, una compañía de fabricación de taladros, la cual utilizaba brocas con cabeza diamante. Fue desde ahí que el hombre tuvo interés en dichas piedras.
Para noviembre de 1870, Arnold consiguió una bolsa de diamantes, presumiblemente tomada por su jefe, y la mezcló con zafiros, granates y rubíes que le había comprado a unos mineros indios. Fue ahí donde hizo compañía con Slack, un primo suyo y veterano de la Guerra de México, además de ser minero.
Slack y Arnold comenzaron a gestar su artimaña con George D. Roberts, uno de los hombres de negocios más importantes del oeste del país en aquel entonces. El tipo era descrito por los periódicos como una persona muy prominente, pues en sus asuntos profesionales era un tipo directo, que hablaba rápido y no hacía muchas preguntas.
Ambos entraron en su despacho en la ciudad de San Francisco y, aparentando estar fuertemente azotados por el clima y agarrando firmemente la bolsa de cuero, la cual contenía ‘algo valioso’, argumentando que no pudieron guardarlo en el Banco de California debido a la hora.
El hombre, con su conocido carácter, procedió a preguntarles sobre lo que había en esa bolsa. Fue ese momento en el que ambos se dieron cuenta que el hombre ‘mordió el anzuelo’.
Slack y Arnold, fingiendo ser muy renuentes, le contestaron que se trataba de ‘diamantes en bruto’. que encontraron en la India; respuesta que no carecía de verdad, pero no la que Roberts interpretó.
“Roberts estaba muy eufórico con nuestro descubrimiento - le dijo Arnold al periódico ‘Louisville Courier-Journal’ en el año 1872- Y prometió a Slack y a mí que lo mantendríamos en secreto hasta que pudiéramos explorar más el país y determinar más completamente el alcance de nuestros descubrimientos.”
Pero en el fondo sabían que Roberts iba a regar la voz tarde o temprano, tal como lo planearon. Apenas salieron de su despacho, el hombre de negocios estableció contacto con William C. Ralston, fundador del Banco californiano, contándole sobre toda la negociación que tuvo con el par de extraños que habían estado frente a su naríz.
También habló con Asbury Harpending, quien se encontraba en la entonces victoriana ciudad de Londres intentando lanzar una oferta de acciones de las Montañas de la Plata. Ya eran tres los hombres que cayeron en la trampa.
En la siguiente reunión, Slack y Arnold le hicieron creer a Roberts que habían encontrado 60 libras de diamantes y rubíes que se decía valían 600 mil dólares. Fue después de ese encuentro que Roberts habló con William Lent y el general George S. Dodge, quienes eran empresarios de las minas de San Francisco.
No obstante, los hombres querían sacar a Slack y Arnold del negocio lo más pronto posible comprando sus participaciones. Principalmente se negaron a un pago inmediato, pero más adelante, Slack pidió 100 mil dólares (50 mil de contado al principio, y los otros 50 mil cuando regresaran de una supuesta tercera visita al campo de diamantes.
Apenas recibió su primera cuota, él y Arnold se fueron al Reino Unido para comprar gemas sin tallar. En julio de 1871, Slack y Arnold (bajo los nombres ficticios de Burcham y Aundel) le compraron diamantes en bruto y rubíes con valor de 20 mil dólares a un comerciante londinense llamado Leopold Keller.
“Les pregunté dónde iban a cortar los diamantes”, narró más adelante Keller en un tribunal británico. Es decir que ambos hombres estadounidenses no tenían ninguna intención de cortar las piedras.
Algunas de estas ‘joyas’ fueron a parar a San Francisco, las cuales eran esperadas por los empresarios como prueba de su valioso hallazgo, mientras que otras fueron escondidas en Inglaterra.
Ya de vuelta en Estados Unidos, Slack y Arnold se ofrecieron a realizar un viaje más a otro campo de exploración de diamantes. bajo la promesa de volver con "un par de millones de dólares en piedras'', para así garantizar ganancias a los empresarios.
En cada expedición, los hombres se encargaban de esconder los diamantes en bruto para luego volver con la noticia de haber descubierto las piedras preciosas en esa misma localización, por lo que volvían a San Francisco, les daban las joyas a los empresarios para luego cobrar y con el dinero, compraban joyas nuevas y hacían el mismo procedimiento.
Colorado, Inglaterra, India y demás localizaciones hicieron parte de la gran estafa que el dúo de mineros consideraron para volverse millonarios, a tal punto que el dinero les alcanzó para comprarse un tren personal.
No obstante, la aparición coincidencial de los diamantes, así como el estado en el que se encontraban, junto al análisis que se hacía por parte de joyeros expertos y la presión de los medios de comunicación al enterarse del engaño terminaron por poner en riesgo al dúo que logró salirse con la suya durante un año completo. No obstante, la vergüenza que sintieron los hombres de negocios ante semejante triquiñuela terminó por salvar sus pellejos.
Finalmente, Arnold y Slack, con fortunas aseguradas, separaron sus caminos para no ser atrapados juntos, además de la poca tolerancia que ambos se tenían mutuamente.
El paradero de John Slack fue simplemente desconocido; nunca se supo hacia donde llegó a parar o a qué edad falleció. Se rumoreó que luego de desaparecer, asumió un trabajo como constructor de ataúdes en Nuevo México para finalmente fallecer a los 76 años.
Mientras tanto, Philip Arnold regresó a Kentucky y se convirtió en banquero. Sin embargo, debido a una pelea que tuvo con un colega, fue asesinado durante un tiroteo en el año 1878.

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