Ante la posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, muchos se preguntan si el nuevo mandatario realmente cree todo lo que dice sobre los tratados de libre comercio, si es tan negativo sobre la globalización y el rol de China, y si efectivamente logrará implantar reducciones tributarias a las empresas.
Así las cosas, es válido considerar qué tanto de lo que ha dicho el magnate tendrá un resultado concreto sobre la economía.
Primero, Trump ha sugerido que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) contribuye al empobrecimiento de los trabajadores norteamericanos. La realidad es que el comercio exterior representa solamente alrededor del 10% del PIB de Estados Unidos, porcentaje mucho menor que el que corresponde a Méjico y Canadá –países que si dependen en gran medida del comercio con los Estados Unidos–.
Precisamente la expectativa de los beneficios que produciría NAFTA dio lugar al mismo, y no se puede sugerir que los Estados Unidos fue coaccionado en la negociación.
Si acaso y con beneficio de inventario, se podría afirmar lo contrario, como cuando México debió desproteger su sector agrícola. No obstante, y aunque el mensaje de la campaña de Trump sobre los TLC ayudó a ganar la elección, legalmente no es probable que Estados Unidos pueda demandar el tratado vigente so-pretexto del nivel de pérdida de empleos.
Por otro lado, las declaraciones de Trump han causado mucho impacto entre sus vecinos, particularmente en México, donde las expectativas de los efectos de la nueva administración son muy negativas. Pero como a nadie le gusta perder y el mensaje vende, Trump no solo denunció el NAFTA sino también el proyecto de negociar el Acuerdo Transpacífico (TPP).
Una posible lectura de su postura es que su gobierno renuncia a asumir el TPP como una alianza política de contrapeso a China en Asia, y si este es el caso, ello significaría que Trump tendrá que buscar otras formas de contrarrestar la creciente influencia del nuevo gigante.
Lo que sí está dando resultados con las declaraciones de Trump, es que las compañías internacionales le están dando más importancia al contexto político cuando toman decisiones. Por tanto, han anunciado su defensa de los puestos de trabajo en Estados Unidos, ya que han entendido que no pueden estar asociadas al concepto de “job-killer”, que hace parte de la jerga de Trump.
Segundo, el Presidente electo ha dicho que la globalización se ha sobre-extendido y producido “elites financieras” que han dejado a millones de trabajadores estadounidenses en la pobreza.
Por un lado, y a juzgar por la declaración del Foro Económico Mundial de que el mayor reto de las economías es la desigualdad, Trump tendría un buen punto. Por otro lado, y según cifras del Fondo Monetario Internacional que establecen que en 2015 la globalización fue cercana al 30% de la producción mundial, Trump no podría demostrar que la globalización es excesiva.
Lo que sí es claro, es que la globalización produce ganadores y perdedores y que a Trump no le gusta perder. Es aquí donde uno se pregunta si un hombre de negocios puede lograr que todas aquellas negociaciones que lleve a cabo necesariamente impliquen que Estados Unidos ganará y otros perderán.
Si bien el carácter populista que encierran las palabras del nuevo Presidente dará réditos en regiones más industriales de Estados Unidos, el progreso económico obtenido con la globalización por ese país –adalid de la libertad económica– es incuestionable y lo seguirá siendo.
Por eso, y entrando nuevamente en cábalas, me atrevo a decir que Trump negociará y aunque ganará, también perderá. Sin embargo, en el proceso de negociar, logrará generar un menor ritmo de crecimiento de la globalización durante su gobierno.
Tercero, Trump cree que el Estado debe ser pequeño y que no debe interferir con la actividad empresarial. En este sentido, el Presidente electo ha sugerido que la tributación en su país es excesiva y que hará cambios al respecto.
Los mercados financieros y de capitales están recogiendo esa información, y las últimas semanas hemos visto que han mejorado las perspectivas de sectores como el financiero, que aspira a prosperar con los mayores ingresos que estarían disponibles.
Regresando a las cábalas, y tomando en cuenta que Trump quiere utilizar la política fiscal como un instrumento fundamental de su Gobierno, el mandatario deberá tener una buena relación con Yanet Yellen en la Reserva Federal. El magnate negociará con una mujer, para quien la política fiscal del nuevo Presidente no podrá ir en contravía de una baja inflación y unas tasas de interés estables.
Si el banco central concibe que las propuestas de Trump alejan a la economía estadounidense de la ortodoxia económica, no dudará en contrarrestarla.
En conclusión: ¿Qué va a pasar con la economía de Estados Unidos bajo el mandato de Trump? Como dirían las abuelas, amanecerá y veremos.
CATHERINE PEREIRA
DIRECTORA DEL PROGRAMA DE ADMINISTRACIÓN DE NEGOCIOS INTERNACIONALES
UNIVERSIDAD DE LA SABANA
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