El presidente Donald Trump se convirtió este miércoles en el tercer mandatario en toda la historia de EE. UU. en ser enjuiciado y ahora tendrá que enfrentar un juicio político en su contra. La votación en la Cámara de Representantes, no obstante, dejó varias cosas claras sobre el momento que vive este país y el futuro que le espera en este 2020.
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Si algo dejó claro el debate y posterior votación en la plenaria de la Cámara baja es que la polarización en EE. UU. es tan extrema que los hechos ya ni cuentan. A tal punto que demócratas y republicanos parecerían habitar en universos paralelos.
Mientras para los demócratas lo hecho por Trump –usar el poder de la Casa Blanca para presionar a un gobierno extranjero con el fin de obtener información negativa sobre sus rivales políticos– representa una amenaza existencial para la democracia estadounidense, los republicanos creen que son ellos, los demócratas, los que la tienen en jaque por querer utilizar un estándar muy bajo para destituir a un mandatario.
Solo dos demócratas cambiaron de filas al votar el artículo sobre abuso de poder entre 233 que participaron en la jornada (uno se abstuvo) mientras todos los republicanos votaron en contra, menos uno, que abandonó el partido y se declaró independiente.

Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, y Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana en el Senado de EE. UU.
AFP
Para ponerlo en contexto, durante los procedimientos de destitución contra el presidente Richard Nixon, un tercio de su propio partido votó a favor en 1974 cuando los artículos fueron considerados por la Comisión Judicial de la Cámara.
Lo más diciente de la votación es que el caso de Ucrania tenía muy pocos componentes ideológicos, que por lo general son los que separan a ambos partidos. Es decir, fue un voto eminentemente político en el que primaron los intereses partidistas.
Los republicanos en el Congreso no siempre han estado en la misma página de Trump y por momentos hasta lo han criticado en público por sus posiciones extremas frente a la inmigración o comentarios con tinte racista. Pero, lentamente, han terminado por aceptar que Trump es el líder absoluto del partido.
En las últimas encuestas, más del 90 por ciento de la población que se identifica como republicana dice respaldarlo. Y con las elecciones del 2020 en el horizonte los legisladores saben que su suerte está amarrada a la de Trump.
Tanto que los pocos que han osado desafiarlo terminaron aislados y renunciando a sus aspiraciones políticas. Eso explica el voto en bloque en la Cámara y la certeza de que será absuelto cuando el caso llegue al Senado, donde por el momento ningún republicano ha indicado que votaría a favor de su destitución.
La defensa a ultranza a lo largo del escándalo ucraniano solo ha demostrado que esa unión está más fuerte que nunca. Eso, a pesar de que fueron varios los funcionarios de la administración, incluso nombrados por el propio presidente, los que lo acusaron de abusar de su poder.
Nadie sabe qué efecto tendrá el enjuiciamiento de Trump en las elecciones del 2020.
Pase lo que pase, sin embargo, Trump tendrá que vivir por siempre en el infame panteón donde habitan los otros dos presidentes en la historia que han corrido con su misma suerte: Bill Clinton, procesado en 1998; y Andrew Johnson, en 1868.
Para una persona como Trump, obsesionado con su imagen de triunfador, el impeachment es un golpe que no dejará de doler. Así haya sido partidista o termine ganando las elecciones el año entrante. Trump, no obstante, podría mirarse en el espejo de Bill Clinton y encontrar allí cierta paz.
A pesar de su enjuiciamiento, este expresidente es uno de los más populares en
EE. UU., según una encuesta de Gallup del 2011, que lo ubicó de tercero entre los más queridos en el país. Al menos entre los miembros de su partido.
Durante meses, Nancy Pelosi –la líder de los demócratas en la Cámara– le sacó el cuerpo a un eventual proceso de destitución contra Trump, pues temía que la jugada podría afectar los prospectos electorales del partido, como sucedió con los republicanos en el 2000, dos años después de usar su mayoría para aprobar artículos de destitución contra Clinton.
Aunque todavía no es claro si eso está sucediendo, lo que sí lo es, es que no los está beneficiando y tampoco han debilitado a Trump. Al menos eso dicen las encuestas más recientes.
Las dos más recientes de Gallup y CNN, de hecho, muestran un ligero fortalecimiento de Trump. En la de Gallup, por ejemplo, su popularidad en estos últimos meses ha subido del 40 al 45 por ciento, mientras que en la de CNN el número de personas que quiere verlo destituido bajó del 50 al 45 por ciento.
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) December 19, 2019
Por supuesto, y a pesar de que Trump ha dicho que esos sondeos lo reivindican, sus números no son los mejores. En estos tres años que lleva en el poder, el Presidente nunca ha podido superar la barrera del 45 por ciento de popularidad y sigue teniendo cifras récord en cuanto a imagen negativa.
No es el mejor panorama de cara a las elecciones de noviembre. Y tampoco es un honor que casi la mitad del país lo quiera ver destituido. En el caso de Clinton, para ponerlo en contexto, la cifra de los que apoyaban su remoción no pasó del 40 por ciento.
En otras palabras Trump, pese a su histórico impeachment, sigue muy en la pelea para las elecciones de noviembre del año entrante.
Y aunque los demócratas parecen hoy estar pagando un precio por empujar el enjuiciamiento de Trump, cualquier cosa podría pasar en estos 11 meses que faltan para las presidenciales.
En diciembre de 2018, cuando los demócratas acababan de recuperar el control de la Cámara de Representantes y el partido se veía fragmentado por la llegada de legisladores de corte más liberal, Trump la emprendió contra Nancy Pelosi, hasta ese momento líder del partido en la Cámara, pero que pasaba apuros para hacerse reelegir en el cargo.
Pelosi no solo logró imponerse, sino que se ha convertido en una rival formidable para Trump. Algunos, en chiste, dicen que es su kryptonita, pues desde entonces le ha ganado al Presidente la mayoría de batallas que han tenido que librar.
No one is above the law, Mr. President. #DefendOurDemocracy pic.twitter.com/59FND6JZWg
— Nancy Pelosi (@SpeakerPelosi) December 19, 2019
Tanto que hasta se ha coqueteado con la idea de una posible candidatura a la nominación del partido.
A pesar de sus 79 años, la congresista californiana ha emergido como una de las pocas que han logrado poner a Trump en su sitio, como cuando lo regañó en público, señalándolo con un dedo acusador, durante una cumbre con líderes del Congreso en la Casa Blanca.
El miércoles, si bien hizo esfuerzos por mostrar que no se enorgullecía por enjuiciar a un presidente de EE. UU. (se vistió de negro, como si fuera para un entierro), le demostró su mando al consolidar casi todo el voto demócrata en su contra.
El paso lógico (y esperado) tras la votación en la Cámara es que los artículos de destitución sean enviados al Senado, donde se realizaría el juicio político contra Trump. En ese proceso, según la Constitución, los senadores operan como jurados, el presidente de la Corte Suprema preside y representantes escogidos en la Cámara hacen de fiscales.
Pero dado que los republicanos controlan esta dependencia del Legislativo, son ellos los que impondrán las reglas del proceso, lo cual garantiza un escenario más favorable para Trump. Empezando por el de su absolución, pues se sabe, de entrada, que los demócratas no lograrán amasar los 67 votos que se requieren (las dos terceras partes) para destituir a un presidente, pues para ello tendrían que contar con el respaldo de 20 senadores republicanos. También han indicado que será un proceso rápido, de no más de dos semanas, que arrancaría el 6 de enero y sin la comparecencia de testigos, como querían los demócratas.
Detrás de esto hay una estrategia con fines electorales. A diferencia de la Cámara, que suele ser más partidista porque los legisladores representan distritos que son o muy liberales o conservadores, los senadores representan a todo un estado.
It is tragic that the President's reckless actions make impeachment necessary. He gave us no choice. It is a matter of fact that the President is an ongoing threat to our national security and the integrity of our elections, the basis of our democracy. #DefendOurDemocracy pic.twitter.com/fxTLr7I9x3
— Nancy Pelosi (@SpeakerPelosi) December 18, 2019
Algunos de los republicanos que van por la reelección el año entrante representan a estados donde Trump no es tan popular. La idea de Mitch McConnell, el líder de este partido en la Cámara alta, es exponer lo menos posible a esos senadores con un proceso expedito y lo más distanciado posible de las comicios.
Pero en las últimas horas ha surgido un escenario alternativo que podría complicar mucho las cosas. Pelosi, al parecer, está considerando postergar el envío de los artículos de destitución al Senado para retrasar el inicio del juicio y forzar así algunas concesiones de sus rivales. O, en el peor de los casos, dejar en el limbo la absolución de Trump para evitar que le saque provecho político a la esperada decisión del Senado.
Es decir, ya enjuiciado, alegar ahora que el veredicto final sobre su futuro les corresponde a los electores cuando acudan a las urnas en noviembre. Es una apuesta arriesgada, pues mantendría viva la sombra de un impeachment que, como indican las encuestas, está generando cansancio entre los estadounidenses.
Pero que podría ser maestra en el corto o mediano plazo, y dejar a Trump sin la satisfacción de verse exculpado.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal para EL TIEMPO
Washington D.C