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EEUU

La falsa dicotomía del nuevo plan de (in)seguridad nacional de Trump

El presidente estadounidense, Donald Trump, se para frente a una bandera estadounidense mientras escucha a la primera dama estadounidense Melania Trump pronunciar un discurso ante las tropas estadounidenses en la estación aérea Naval Sigonella antes de regresar a Washington DC en Sigonella Air Force Base en Sigonella, Sicilia, Italia, 27 de mayo , 2017.

El presidente estadounidense, Donald Trump, se para frente a una bandera estadounidense mientras escucha a la primera dama estadounidense Melania Trump pronunciar un discurso ante las tropas estadounidenses en la estación aérea Naval Sigonella antes de regresar a Washington DC en Sigonella Air Force Base en Sigonella, Sicilia, Italia, 27 de mayo , 2017.

Foto:Reuters

ANÁLISIS U. EXTERNADO

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El despliegue armamentístico, es visto como una oportunidad para demostrar el patriotismo.

“Quiero un desfile como el de Francia”. Con esas palabras, el presidente Donald Trump dio la orden a las más altas autoridades del Pentágono para la organización de un gran desfile militar que marche por las avenidas de Washington, D.C. en noviembre de 2017. El primer ejercicio militarista desde el Día de la Victoria celebrado al final de la Primera Guerra del Golfo de 1991.
El despliegue multimillonario de tropas, tanques y armas nucleares, es visto por la Casa Blanca como una oportunidad para que los estadounidenses demuestren su patriotismo y su aprecio por los uniformados.
Sin embargo, el espectáculo militar cumple una función adicional como elemento simbólico de la nueva estrategia de seguridad nacional de la administración Trump, la cual empezó a ser revelada en diciembre del año pasado con la divulgación del documento guía “Estrategia de seguridad nacional” (NSS por sus siglas en inglés).
Desde entonces, el programa se ha ampliado con la publicación de la “Estrategia para la defensa nacional” y el “Análisis de la postura nuclear”, para completar la triada que guía la toma de decisiones en materia de seguridad nacional en el país. En conjunto, estos documentos, junto a discursos recientes y decisiones como la del desfile militar, evidencian la paranoia de un Estados Unidos que, viéndose asediado por enemigos adentro y afuera (muchos de estos imaginados), intenta imponer su visión de seguridad e inseguridad sobre un mundo que ya no lo escucha.

'Estados Unidos primero', todos los demás de último

Apuntalando la estrategia de seguridad nacional de Trump se encuentra la visión de un mundo de opuestos irreconciliables. El NSS lo expresa crudamente cuando dice que los retos a los que se enfrenta el país son la defensa de “los que valoran la dignidad humana y la libertad” [y la lucha contra] “los que oprimen a los individuos e imponen la uniformidad”.
Es de notar que esta noción binaria que la administración Trump plantea no carece de precedentes: Bush hijo postuló una noción similar tras los ataques del 9/11 cuando dio su famosa declaración: “o están con nosotros o con los terroristas”. Pero son la identidad de los actores en las dos partes, y la relación de Washington con ellos, las que han experimentado transformaciones inesperadas y peligrosas.
En la fantasía a blanco y negro de Trump, Estados Unidos –que el documento, abiertamente, describe como “una fuerza para el bien” y “un ejemplo positivo para el mundo”– se ubica unívocamente en el lado del bien, acompañado de aliados y otros Estados con principios afines; sin embargo, la lente de “Estados Unidos primero”, problematiza esta relación, al alertar de la amenaza potencial que estos representan para los intereses estadounidenses, particularmente en el campo económico.
No es de extrañar, entonces, que Estados Unidos haya actuado rápidamente para renegociar el TLCAN o que recientemente haya impuesto nuevas tarifas arancelarias sobre productos como el acero y el aluminio que afectan a aliados como Canadá y miembros de la Unión Europea, entre otros.
El lado oscuro, por su parte, se encuentra plagado por los enemigos habituales: las organizaciones terroristas que tergiversan el islam, las organizaciones criminales transnacionales y los Estados - paria como Corea del Norte e Irán. Si se compara esta lista con la presentada en el NSS de Bill Clinton en 1994, no se encuentra diferencia alguna.
Lo que sorprende es la adición de China y Rusia a la lista de competidores y su categorización como Estados revisionistas fundamentalmente antitéticos frente a los principios y al estilo de vida norteamericanos. Los documentos no titubean al declarar el inicio de una nueva era de competencia entre Estados Unidos y los llamados Estados revisionistas, los cuales, dice la nueva estrategia, buscan socavar el poder e influencia norteamericanos y reconstruir el orden internacional a su imagen. Esto contrasta con estrategias previas que acogían el surgimiento pacífico de estos mismos y notaban su rol como socios estratégicos para afrontar los retos más perniciosos a la seguridad global, como el terrorismo o el cambio climático.
Así, los intentos previos de colaboración han dado paso al regreso de una mentalidad propia de la Guerra Fría. Estas visiones no se han quedado en el papel. Por ejemplo, el 1° de febrero, antes del inicio de su tour por América Latina, el ahora despedido Secretario de Estado Rex Tillerson dio una dura advertencia a los líderes regionales de mantener distancia con China y Rusia. En sus palabras, “América Latina no necesita nuevos poderes imperiales”. A fin de cuentas, ‘más vale malo conocido que bueno por conocer’, parece haber dicho.

Preservar la paz con la fuerza

¿Cómo, entonces, lograr la seguridad nacional ante el espectro de un mundo crecientemente peligroso? Trump dio respuesta en su discurso del Estado de la Unión: “…el poder incomparable es el medio más seguro de nuestra defensa”. En otras palabras, la seguridad por medio de la dominación absoluta.
E, inmediatamente, respondiendo al llamado del presidente de construir “unas fuerzas armadas más preparadas, más grandes y más letales”, el Congreso pasó una resolución presupuestaria que incrementa el gasto militar para el año fiscal 2019 a $ 716 mil millones de dólares: un masivo incremento de 16,8 por ciento de los niveles de gasto del 2016.
El dinero será usado para modernizar las capacidades y doctrina militar estadounidenses, de tal manera que “los hijos e hijas de los Estados Unidos nunca se encuentren en una guerra justa” para el enemigo, sino que por el contrario siempre esté a favor de EE.UU.
Esto último se logrará incrementando el número de combatientes (de los más de 2 millones actuales), financiando la continua presencia de tropas norteamericanas en el extranjero, manteniendo las ayudas militares a aliados como Israel, fortaleciendo la seguridad fronteriza, desarrollando sistemas autónomos con la integración de inteligencia artificial, mejorando la preparación para pelear y ganar en cualquier entorno (incluyendo el espacio exterior y el ciberespacio) y modernizando el nuclear arsenal.
Paradójicamente, la administración Trump crea esta “fortaleza América” al mismo tiempo que el déficit presupuestario sube a $1,3 trillones anuales, que la infraestructura en el país se encuentra en un estado de deterioro y que países como China anuncian reducciones de tropas en cientos de miles. Esta situación hace pensar, para Estados Unidos la seguridad, ¿a qué costo? ¿y con qué fin?

Podemos decir 'no'

Por décadas, Estados Unidos disfrutó de la capacidad para movilizar a aliados y amigos contra aquellos percibidos como enemigos comunes: Corea del Norte, Cuba, Irán y, más recientemente, Venezuela, vienen a la mente. No obstante, parece que esta vez la influencia estadounidense llegó a su límite.
Ante la falsa dicotomía impuesta por la nueva estrategia, el mundo ha preferido no elegir, ignorando a Washington y disfrutando de buenas relaciones con todas las partes. Así lo hizo la primera ministra británica, Theresa May, quien, en la misma semana en que Tillerson difundía el miedo en América Latina, declaró desde Beijing que el Reino Unido es un “socio natural” para China.
Si los aliados más cercanos a Estados Unidos se permiten decir “no” al regreso de una mentalidad propia de la Guerra Fría, ¿por qué no nosotros?
DAVID CASTRILLÓN KERRIGAN
Profesor Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales
Universidad Externado
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