Como en todas las posesiones, se espera que sean cientos de miles de personas las que se congreguen este viernes en Washington para presenciar el arribo a la Casa Blanca del magnate Donald Trump.
Pero, a diferencia de las ceremonias anteriores, muchas de ellas serán manifestantes que aún rechazan la victoria de Trump en las elecciones de noviembre y que han prometido serios disturbios para expresar su oposición. Tanto que las autoridades han tenido que redoblar el pie de fuerza en la ciudad para garantizar la seguridad.
Este hecho, no muy común en la democracia estadounidense, es el reflejo de un país que ya venía dividido, pero que se fracturó por la médula durante una de las campañas más sucias de toda la historia.
En buena parte gracias al mismo Trump, que desde el comienzo cimentó su popularidad en un discurso nacionalista que resonó en un segmento de la sociedad, pero que en otros fue visto como xenófobo, racista y discriminatorio contra mujeres y minorías.
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Prueba de la polarización que está marcando este inicio de la era Trump está en los mismos resultados de las elecciones: aunque llegó a la presidencia con un triunfo cómodo en el mapa del Colegio Electoral (el cual elige al presidente en EE. UU.), perdió en el voto popular por casi 3 millones de sufragios.
Y si bien esta es una situación que se ha presentado en otras cuatro ocasiones en la historia del país, el margen por el que perdió Trump es el más alto de todos. “En otras palabras –dice Larry Sabato, politólogo de la Universidad de Virginia–, Trump gobernará un país donde la mayoría no lo quiere. Una falta de legitimidad que puede complicar su mandato”.
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Sin luna de mielLas encuestas indican además que el multimillonario tampoco gozará de la luna de miel que suelen disfrutar los nuevos presidentes durante sus primeros meses en el poder.
Trump no solo es el candidato más impopular en llegar a la Oficina Oval, sino uno de los presidentes con peor imagen en la víspera de su ascenso al poder. De acuerdo con un sondeo de Gallup, solo el 44 por ciento del país aprueba la manera como se ha desempeñado en este periodo de transición. Muy lejos de sus antecesores inmediatos: Obama recibió una calificación positiva del 83 por ciento; George W. Bush, del 61, y Bill Clinton, del 68.
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Pero Trump, como hizo durante la campaña, ignora estos indicadores y antes que ofrecer ramas de olivo a sus detractores, ha redoblado sus apuestas. Al punto de generar alta fricción con importantes miembros del Partido Republicano en el Congreso. Eso se vio con claridad esta semana, durante las audiencias de confirmación de algunos de sus nominados a importantes cargos en su administración.
Rex Tillerson, el expresidente de Exxon Mobil y designado por Trump como secretario de Estado, se enfrascó en una dura batalla con los senadores Marco Rubio y Lindsey Graham, pues se negó a catalogar a Vladimir Putin como un criminal de guerra por los bombardeos en Siria.
Cuando se le preguntó a Trump por el tema, el magnate evadió la pregunta con evidente arrogancia. “Lindsey Graham, el tipo que no ha podido superar el uno por ciento de popularidad”, dijo Trump en referencia al respaldo que recibió el senador cuando fue su rival en la campaña del 2016.
El multimillonario también casó una fuerte disputa con el senador John McCain por defender a Rusia, cuando la comunidad de inteligencia del país ha concluido, sin atenuantes, que Moscú infiltró la campaña de la candidata demócrata Hillary Clinton durante las elecciones. Esta semana, Trump finalmente aceptó que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, estuvo tras el ‘hackeo’, pero en lugar de condenarlo responsabilizó a los demócratas por su falta de defensas en la web.
Sus posiciones en los temas comerciales también tienen a la comunidad empresarial, muy cercana al establecimiento republicano, con los pelos de punta.
Especialmente por su planteamiento frente a China y la idea de castigar a este país imponiendo un impuesto del 5 por ciento a todas las importaciones, lo cual podría desatar una guerra arancelaria entre ambos países, con implicaciones globales. (Le sugerimos: Incertidumbre por relaciones entre EE. UU. y China)
“Hay mucha incertidumbre, a todo nivel, por lo que traerá la administración Trump. Pero si termina ejecutando algunas de sus propuestas más radicales, estaremos ante un panorama sin antecedentes en la historia reciente”, sostiene Darel West, de Brookings Institution. Una de ellas, por ejemplo, su amenaza de abandonar la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otán) si los europeos no pagan un porcentaje más alto de los costos que acarrea la alianza, o su coqueteo con Taiwán, hecho que ha irritado a Pekín y podría despertar al llamado ‘gigante dormido’.
La mayoría de expertos siguen pensando que Trump se estrellará pronto con el andamiaje político de Washington, donde pesan mucho los grupos de interés y las diversas agendas que se manejan en el Congreso. Por ejemplo, basta con que un solo senador republicano objete a uno de sus nominados para que este se hunda. Y lo mismo se aplica para las leyes que pretende hacer avanzar.
De momento, Trump parece estar apostando por una agenda en la que está en sintonía con el grueso de su partido en el Legislativo. De hecho, esta semana dejó claro que sus prioridades iniciales eran “deshacer y reemplazar” el ‘Obamacare’ –la reforma de la salud que se aprobó en el 2010 y gracias a la cual 20 millones de estadounidenses han podido adquirir un seguro– y una nueva reforma tributaria con la que se pretenden reducir el impuesto corporativo y otros beneficios para pequeñas y medianas empresas.
En ambos temas, que han sido prioritarios para los republicanos a lo largo de los últimos años, podría anotarse una victoria inicial con relativa facilidad. (Lea también: ¿Qué es el 'Obamacare'?)
Sin embargo, el rechazo al ‘Obamacare’ es una apuesta arriesgada, pues podría dejar en ascuas el cubrimiento de salud de millones de personas.
Paralelamente, el magnate prepara una serie de acciones ejecutivas, que no requieren la aprobación del Congreso, con las cuales piensa desbaratar componentes esenciales del legado de Barack Obama, entre estas levantar las regulaciones que se han impuesto para limitar las emisión de carbono y restringir la explotación en parques y reservas nacionales.
Trump también está cocinando una serie de medidas que van encaminadas a fortalecer los controles migratorios y a la construcción de un muro entre EE. UU. y México. Para eso ha estado buscando apoyo en el Congreso, ya que necesita fondos adicionales. Y esta es otra área en la que puede cobrar una victoria sin mayores esfuerzos.
En la frontera ya existen más de 1.200 kilómetros de muro, construido a lo largo de las dos últimas décadas por otros presidentes. La única diferencia es que sus antecesores nunca lo llamaron ‘muro’, sino barrera. El punto es que a Trump le bastará con añadir algunos kilómetros más en lugares visibles para decir que cumplió con su promesa.
Así mismo, EE. UU. ya cuenta con una patrulla fronteriza que se ha duplicado en la última década, e invierte casi 20.000 millones de dólares en otros tipos de controles: 20 veces más de lo que se gastaba a finales de los años 90. Elevar un poco ese presupuesto e incrementar el pie de fuerza le permitirán al multimillonario asegurar que se la jugó a fondo.
Inmigrantes, la incógnitaLo que sigue siendo una incógnita es su política para lidiar con los casi 12 millones de indocumentados que se encuentran en el país. De sugerir una deportación masiva, el presidente electo ha pasado a decir que se concentrarían solo en aquellos que tengan un récord criminal. No ha dicho, sin embargo, cómo piensa ubicarlos y si usará redadas u otro tipo de métodos en ese proceso.
También es incierto el futuro de al menos medio millón de personas que llegaron al país ilegalmente siendo muy jóvenes y cuya deportación fue diferida por Obama, como también el futuro de sus padres o de indocumentados cuyos hijos son ciudadanos de EE. UU. por nacimiento.
El magnate ha prometido que las respuestas a muchas de esas preguntas comenzarán a conocerse a partir del 23 de enero. De lo que nadie duda es de los cambios que se ven llegar, y no son de poca monta. Con los republicanos en el control de la rama Ejecutiva, la Legislativa y muy probablemente la Judicial, una vez Trump llene la vacante de la Corte Suprema de Justicia, el EE. UU. del futuro luce muy diferente del que construyó Obama en estos últimos ocho años.
Frases polémicas del magnate“Voy a construir un buen muro y a un costo muy bajo (...) y voy a hacer que México pague por él”.
“La única carta de Hillary Clinton es la de ser mujer. No tiene nada más que ofrecer (...). Si Hillary fuese hombre, no alcanzaría ni el 5 % de los votos”.
“Nuestro débil presidente, que queda bien con todo el mundo, está en más guerras de las que yo haya visto. Ya nadie nos respeta”.
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SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
En Twitter: @sergom68
Washington
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