Este viernes se cumplen 50 años del arresto de cinco hombres que fueron sorprendidos mientras hurtaban documentos de la sede del partido demócrata en el hotel Watergate, en la capital estadounidense.
(Ingrese al especial: Watergate: 50 años del escándalo que tumbó a un presidente).
Un escándalo que terminó costándole la cabeza al entonces presidente Richard Nixon cuando quedó claro, dos años después, que el republicano había intentado torpedear la candidatura de sus rivales y para luego utilizar recursos del Estado para descarrilar la investigación.
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Paradójicamente, el aniversario coincide con las audiencias que viene realizando el Congreso de Estados Unidos para dar a conocer los resultados de una investigación sobre las maniobras que empleó Donald Trump en un intento de impedir que Joe Biden, su contrincante en las elecciones del 2020, asumiera el poder y que concluyó en el violento asalto del Capitolio el 6 enero del 2021, cuando una turba de sus simpatizantes trató de bloquear a la fuerza la certificación de los resultados.
Si bien es obvio que los demócratas usaron su poder en el legislativo para hacer coincidir ambos momentos, también lo es el hecho de que existen grandes similitudes entre ellos. La primera, y más evidente, es que se trata de dos instantes únicos en la historia del país que dejaron una profunda huella.
La segunda es que involucra a dos presidentes, ambos del mismo partido, convencidos de que su poder era ilimitado y dispuestos a todo, incluso a la ilegalidad, con tal de aferrarse a la oficina Oval.

Comité del Congreso de EE. UU. que investiga el asalto al Capitolio en 2021.
EFE/EPA/MANDEL NGAN / POOL
Por lo menos eso piensan destacados historiadores como Garrett Graff, que acaba de escribir un nuevo libro sobre el tema (Watergate, la nueva historia) y periodistas de la talla de Carl Bernstein y Bob Woodward, los dos reporteros del Washington Post, que inicialmente revelaron el entramado de Nixon, y que acaban de publicar un nuevo prefacio de Todos los hombres del presidente, el texto donde resumieron sus hallazgos y que eventualmente se convirtió en una película.
“El presidente George Washington en su famoso discurso de despedida de 1796 había advertido que la democracia era frágil. Hombres ingeniosos, ambiciosos, y sin principios intentarán quebrantar el poder del pueblo para robar para ellos las riendas del gobierno, advirtió en su momento.
Dos de sus sucesores -Nixon y Trump- demostraron lo acertado que estaba nuestro primer presidente. Como reporteros, que llevamos medio siglo estudiando a Nixon, estábamos convencidos de que nunca más EE. UU. tendría un presidente dispuesto a pisotear el interés nacional y debilitar la democracia para su beneficio personal y político. Hasta que llegó Trump”, dicen Bernstein y Woodward.
Por primera vez en la historia del país, procuró evitar la transferencia pacífica del poder a su sucesor. Trump, en eso, superó hasta la imaginación de Nixon
Aunque ambos momentos fueron graves, para los periodistas lo de Trump fue incluso peor. “Este expresidente -sostienen-, no solo intentó destruir el sistema electoral a través de reclamos infundados sobre fraude y la intimidación sin precedentes contra funcionarios públicos”.
Para Graff, si bien el paralelo es más que evidente y sus pecados están cortados con la misma tijera, el desenlace terminó siendo completamente diferente.
Mientras que, al final, Nixon fue abandonado por su propio partido y se convirtió en el primer presidente de EE. UU. que renunció a su cargo, Trump sobrevivió a dos juicios de destitución y continúa reinando entre los republicanos.
De hecho, negar la victoria de Biden se ha convertido en una especie de requisito para todo el que aspire a un cargo público en representación de esta colectividad y es casi un hecho que Trump será el candidato republicano para las presidenciales del 2024 y bien podría regresar en hombros a la Casa Blanca.
Este agudo contraste tiene varias explicaciones. Y no están asociadas, según los expertos, con los detalles de ambos casos sino, más bien, con las realidades políticas y sociales de hace 50 años versus las que existen ahora.
Las maniobras de Nixon para interferir en el proceso electoral de la época comenzaron mucho antes del incidente en el Watergate. Usando un presupuesto encubierto de más de 250.000 dólares, su campaña -de cara a las elecciones de 1972- adelantó todo un operativo para desprestigiar al senador Edmund Muskie, el candidato que preferían los demócratas y que tenía buenos chances de derrotarlo.
Un operativo que incluyó el robo de documentos y la proliferación de noticias falsas que acabaron con su carrera e hicieron surgir a George McGovern, otro senador de Dakota del Sur con inclinaciones de izquierda y mucho más débil que Muskie, a quien aplastó en los comicios.
Pero el público solo se enteró de esto a través de un largo proceso investigativo que se extendió por un periodo de dos años. Primero, a través de las revelaciones del Washington Post y otros medios sobre el espionaje en el hotel y luego con las pesquisas que adelantaron tanto el departamento de Justicia, como el Senado y la Cámara de Representantes.
Inicialmente, Nixon lo negó todo y en el proceso tuvo el respaldo tanto de la base de su partido como de los republicanos en el Congreso, que a pesar de ser minoría en ambas cámaras, se volcaron a defenderlo alegando que era un complot de sus rivales. Pero, al pasar del tiempo surgía una nueva evidencia más comprometedora.

Periódicos con la noticia de la renuncia de Richard Nixon.
Archivo EL TIEMPO
Primero se estableció un vínculo directo entre los ladrones y las arcas de su campaña, de donde habían salido los fondos para financiarlos. Luego, varios de sus funcionarios, bajo juramento, revelaron que Nixon colocó un dispositivo en la oficina Oval para grabar todas las conversaciones.
Tras una larga batalla jurídica, que llegó a la Corte Suprema de Justicia, el presidente fue forzado a entregar el contenido de una de esas conversaciones en las que quedaba claro que estaba al tanto del incidente en el Watergate y que movió fichas para tratar de encubrirlo.
Esa grabación, a la que se le conoce como la Pistola humeante (the smoking gun), terminó por erosionar el apoyo de los republicanos y precipitó su renuncia cuando la Cámara ya adelantaba el proceso de destitución.
Sin embargo, cuando el público finalmente escuchó al presidente ordenar el encubrimiento de viva voz, su popularidad ya estaba por el piso, incluso entre un importante sector de la base que llevaba meses digiriendo sus mentiras.
Richard Nixon
— Prometeo (@AntonioM646) June 16, 2022
34º Presidente de EEUU
Terminó patrón oro del $
Se acercó a China
Se retiró de Vietnam
Apoyó a Israel en Guerra de Yom Kippur
Crisis del Petróleo
Derrocó a Salvador Allende
Unico Presidente renunciante (por Watergate)
En su retiro escribió 9 libros
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Eso, de acuerdo con Graff, se dio por dos razones fundamentales. En primer lugar, y aunque en la época también existían divisiones partidistas, el público consumía las noticias a través de unos pocos medios de comunicación que eran vistos como independientes, tanto en televisión como en prensa.
Si bien ya desde la época existían medios conservadores como Fox, estos no eran hiperpartidistas y se le daba un alto valor a las investigaciones adelantadas por agencias como el FBI y la CIA.
Lo segundo es que Nixon era un político que había surgido de las entrañas del partido republicano y que, por lo tanto, necesitaba de su respaldo para sobrevivir. Por eso, cuando el senador Barry Goldwater, que era considerado la “conciencia del partido republicano”, finalmente le dio la espalda al final del verano de 1974, su suerte quedó echada.
El paralelo con TrumpEn el caso de Donald Trump, la dinámica fue muy diferente. A diferencia de Nixon, sus escándalos no fueron creciendo paulatinamente, sino casi en tiempo real, lo cual generó un impacto diferente entre el público a pesar de la gravedad de sus actos.
En su primer proceso de destitución, Trump fue acusado de pedirle a un gobierno extranjero, el de Ucrania, que anunciara una investigación criminal contra Joe Biden para atajar su nominación como candidato del partido demócrata y de usar el poder de la Casa Blanca para que este país aceptara sus pretensiones.

Comité investigativo sobre la toma del Capitolio revela imágenes de los Proud Boys como actores materiales e intelectuales.
MANDEL NGAN / AFP
En el segundo, enfrentó una acusación por haber diseñado toda una estrategia para impedir el ascenso de Biden, pese a que lo derrotó con más de 8 millones de votos y 74 en el colegio electoral.
Eso sumado a que incluyó presiones al Departamento de Justicia para que denunciaran el inexistente fraude -negado por más de 50 cortes del país- así como presiones a funcionarios y congresistas para que no certificaran el resultado.
El desenlace fue la toma del Capitolio, promovida por Trump, el día que el Congreso debía emitir dicha certificación en un paso considerado de trámite.
Pese a ello, sobrevivió a los dos procesos de destitución sin mayores sobresaltos gracias a un contexto radicalmente diferente al de Nixon. Por un lado, Trump contó con la proliferación de las redes sociales y el descrédito de los medios tradicionales, que él mismo promovió.
Por el otro, su apoyo entre el partido se mantuvo firme. Eso, además, en un clima de polarización extrema donde la desconfianza reina entre los partidos y la credibilidad de las instituciones se ha erosionado.

El expresidente Donald Trump en su discurso en la convención de la Asociación Nacional del Rifle.
AFP
De hecho, muchos hoy siguen convencidos de que realmente le robaron las elecciones a Trump, pese a que no existe evidencia alguna y que, por lo tanto, los ataques contra el sistema electoral eran legítimos.
Cabe recordar que Trump, a diferencia de Nixon, no llegó a la Casa Blanca por el apoyo del establecimiento sino como un outsider. Y por lo tanto, su destino nunca ha estado en manos de los políticos sino de la base, que nunca lo abandonó.
De hecho, sucedió todo lo contrario, pues aquellos republicanos que han osado criticarlo son los que han terminado convertidos en parias.
Graff, Bernstein y Woodward no tienen dudas de que hace 50 años Trump habría sido destituido en un abrir y cerrar de ojos. Pero tienen claro, igualmente, que Nixon sobreviviría a un proceso en su contra en el presente, donde los hechos y las evidencias ya no pesan como antes.
Una conclusión, dice el historiador, “muy preocupante”, pues deja en evidencia el deterioro de la democracia estadounidense y los peligros que enfrentará en el futuro próximo.
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SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
Washington
En Twitter: @sergom68