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Una semana de cambios radicales por cuenta de Donald Trump
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Donald Trump tomó medidas para repeler la reforma sanitaria de Obama y acabar con las 'ciudades santuario'.

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Mandel Ngan / AFP

Una semana de cambios radicales por cuenta de Donald Trump

El presidente de EE. UU. adoptó órdenes ejecutivas que rompen con la tradición de hacer política.

Que había expectativa ante los primeros pasos que tomaría el presidente Donald Trump una vez sentado en la Oficina Oval es más que evidente. Lo que nadie anticipó fue el vendaval de propuestas y medidas, en su mayoría radicales, con las que inauguró su primera semana en el poder.

Días en los que dejó claro que pretende llevar a la práctica muchas de las políticas que tantos escándalos desataron durante la campaña y que están redefiniendo desde ya el rol de Washington tanto en la arena doméstica como en la internacional.

Trump inauguró la jornada anunciando el retiro de EE. UU. del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), un gigantesco pacto comercial con otros 11 países con salida al Pacífico que había negociado la administración de Barack Obama.

Con esto, Trump dio una clara señal de que el país se moverá hacia el proteccionismo y abandona, de momento, una política implementada a lo largo de las dos últimas dos décadas bajo la cual EE.UU. ejerce influencia, a través de pactos comerciales, en todos los rincones del planeta.

El martes, cuando todavía estaba fresca la polémica por el TPP, el presidente dio su nuevo zarpazo al autorizar la construcción de dos gigantescos oleoductos, que habían sido bloqueados por Obama ante posibles consecuencias ambientales, y ordenó a la Agencia para la Protección del Medio Ambiente clausurar sus páginas de interés, donde se hablaba sobre los efectos del hombre en el cambio climático.

Pero el miércoles, sin embargo, dejó el plato fuerte. Por medio de una serie de órdenes ejecutivas, ordenó el inicio de la construcción de un muro en la frontera con México y lanzó la que quizá es la campaña más agresiva en la historia reciente contra la inmigración ilegal. Ambas promesas fueron centrales de su campaña electoral y de las que más resonaron en ese segmento de la población que lo llevó a la Casa Blanca.

Aunque la orden habla de solo hacer énfasis en los inmigrantes con récord criminal, en la realidad es una patente de corso para que las autoridades deporten a cualquier indocumentado sin importar su condición.

Eso porque al definir ‘crimen’ Trump incluye no solo a los convictos, sino a todos los que tengan procesos abiertos con la justicia, así estos no se hayan resuelto. Así mismo, pide deportar a los que “hayan cometido actos que constituyan ofensa criminal”.

Dado que el ingreso ilegal a EE. UU. es una conducta de este tipo, toda persona que se encuentre en el país sin documentos válidos o hasta con una visa vencida podría ser blanco de las autoridades. Incluso, la orden va más allá al establecer que los oficiales de inmigración tendrán la potestad de expulsar a quien consideren pueda ser un “riesgo para el público o para la seguridad” del país.

En otras palabras, será el agente quien lo determine basado en su intuición o deseo. Y eso incluye hasta a los que ingresen ilegalmente al país buscando asilo, como es el caso de los muchos que llegan de Centroamérica.

De momento, los únicos que se salvan son los llamados ‘dreamers’, unas 750.000 personas que llegaron al país siendo muy jóvenes y a las que Obama les dio un permiso temporal para permanecer en EE. UU. y obtener empleo. Pero ya circula otra orden ejecutiva, aún no firmada por Trump, que acabaría con ese beneficio, pues pide no renovar los permisos de estas personas cuando expiren este año o en el 2018.

El presidente también anunció el viernes otra polémica medida que suspende temporalmente (por 30 días) el flujo de personas que provengan de siete países donde existe una mayoría musulmana (Irak, Siria, Irán, Sudán, Libia, Somalia o Yemen) y que bloquea por 4 meses el programa de admisión de refugiados.

Trump terminó generando, a su vez, una crisis diplomática con México al lanzar un tuit en el que le advertía al presidente Enrique Peña Nieto que mejor “ni viniera” a Washington si no pensaba pagar por la construcción del muro.

Peña Nieto, quien lleva meses diciendo que México no tiene la menor intención de hacerlo, canceló su visita, prevista para la semana que comienza.

La disputa se agravó aún más cuando el portavoz de Trump, Sean Spicer, anunció que se pensaba imponer un impuesto del 20 por ciento a todas las importaciones mexicanas para financiar el proyecto.

Aunque a las pocas horas tuvo que recular y Trump conversó con Peña Nieto el viernes en pro de calmar los ánimos, el arancel generó repudio, incluso de legisladores republicanos.

Pero muchos se preguntaban si lo de lo Trump era estrategia para obtener ventajas cuando se renegocie el Nafta –como ha pedido– o producto del desorden y la personalidad errática y reactiva del magnate neoyorquino.

Al parecer no satisfecho con la agitada semana, Trump generó otro temblor al respaldar la tortura como método de interrogación –cosa que tampoco aplaudieron los republicanos– y se enfrascó en nuevas peleas con la prensa, a la que siguió catalogando de deshonesta por no contar ‘su’ verdad de los hechos.

En los medios también circuló otra acción ejecutiva, filtrada por su administración, en la que se pide al secretario de Estado revisar todos los aportes de EE. UU. a organismos multilaterales como la ONU y la OEA, y apuntarle a un recorte del 40 por ciento de los aportes del país si estos no avanzan los intereses de Washington.

Qué de todo ello terminará materializándose es aún incierto. Kori Schake, exasesor en seguridad nacional de George W. Bush, piensa que una parte pueden ser “solo símbolos” para satisfacer a la base del partido que lo eligió, pero que se traducirían en posturas más tradicionales una vez pasen por la burocracia de Washington.

El Congreso, por ejemplo, es el que debe autorizar los fondos que necesita para hacer realidad muchas de sus promesas. Entre ellas el muro, que costaría 20.000 millones de dólares, y para la contratación del personal con el que espera hacer cumplir su propuesta migratoria. Y son varios en su partido los que se oponen al desembolso de recursos que terminarán sumando al déficit fiscal.

Los demócratas, aunque no son mayoría en ninguna de las cámaras, podrían usar procedimientos y maniobras para des acelerar sus planes y bloquear otros.

Así mismo, se esperan decenas de demandas ante los estrados judiciales que también podrían interponerse en sus planes. Trump, además, no es invulnerable. Las encuestas recientes, por ejemplo, hablan de una popularidad del 36 por ciento, algo tétrico para un presidente que apenas arranca mandato.

Aun así, el podio del presidente otorga un enorme poder. Sobre sus hombros recaen, por ejemplo, decisiones como las de abandonar otros tratados comerciales o instruir a las autoridades federales para que encaminen sus recursos a la persecución de ilegales.

De paso, es muy probable que la mayoría republicana lo acompañe en muchas de sus propuestas, como la de acabar con el programa de salud que instituyó Barack Obama, y tengan que negociar y aceptar otras, así no comulguen en un ciento por ciento con ellas.

Lo que sí parece claro es que con Trump, para mal o para bien, lo que viene es toda una montaña rusa.

SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
En Twitter: @sergom68
Washington

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