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EEUU

Bill Gates cuestiona tesis que su país no volverá a crecer como antes

'Construction of the Dam', la imagen usada para ilustrar la carátula del libro de Gordon, es un mural del caricaturista estadounidense William Gropper.

'Construction of the Dam', la imagen usada para ilustrar la carátula del libro de Gordon, es un mural del caricaturista estadounidense William Gropper.

Foto:Archivo particular

El magnate degustó la obra de Robert Gordon, 'El ascenso y caída del crecimiento estadounidense'.

Redacción El Tiempo
Por lo general, leo libros que espero disfrutar. Sin embargo, basado en las críticas que había visto, estaba más preparado para decepcionarme que para fascinarme con la nueva obra de Robert Gordon, ‘El ascenso y caída del crecimiento estadounidense’. Me sorprendí al descubrir que me había gustado mucho.
La mayoría de las reseñas que han hecho se enfocaron en la “caída” que menciona el título, correspondiente a las últimas 100 páginas del libro aproximadamente, en las que Gordon predice que, en el futuro, el crecimiento de nuestro país no estará a la altura de lo que fue en el pasado. Aunque estoy muy en desacuerdo con él en ese punto, me parece completamente fascinante el análisis histórico que hace y que compone la mayor parte del libro, de 743 páginas (los extractos publicados en Bloomberg.com/View son un buen resumen para quien no pueda leerlo completo).
En ese análisis, Gordon plantea una imagen vívida de los años transcurridos entre 1870 y 1970, un siglo de un crecimiento sin precedentes en Estados Unidos. Ese fue el siglo que nos trajo las grandes invenciones que cambiaron fundamentalmente nuestra calidad de vida, como la red eléctrica, la plomería doméstica, los automóviles y los antibióticos.
Al hacer una reflexión económica y con una narrativa atractiva, Gordon ilustra maravillosamente cuán diferente era la vida de 1870 frente a la de 1970.
Hay que tener en cuenta que para 1870, la mayoría de las casas se alumbraban con velas y lámparas de aceite de ballena; para ‘ir al baño’ había que recurrir a una bacinilla o una letrina, y el mundo se limitaba a la distancia que los caballos pudieran viajar. Por otro lado, pasábamos largas horas de nuestras cortas vidas en labores agotadoras, solo teníamos dos cambios de ropa, y comíamos cerdos enteros y purés de granos.
Para 1970, los hogares y las personas se interconectaron. La llegada de la electricidad, los autos y los teléfonos permitieron que las personas estuvieran más comunicadas que nunca, lo que mejoró drásticamente su calidad de vida e incrementó la productividad hasta niveles jamás vistos.
Pero lo que más me impresionó no fue la velocidad con que sucedieron las innovaciones, sino la rapidez con la que fueron adoptadas. En 1910 había 2,3 autos por cada 100 hogares, y para 1930 eran 89. En términos del impacto en la vida cotidiana, el automóvil solamente competía con la comercialización de la electricidad.
Para la mayoría de las personas es difícil imaginarse viviendo en las oscuras, malolientes y humeantes casas de 1870, lavando la ropa a mano, calentando las planchas en estufas de gas o leña, y comiendo únicamente alimentos que no requirieran refrigeración. Para 1970 se podía entrar a la mayoría de casas y ver una nevera, una plancha y una lavadora; lucirían muy similares a cualquier casa de hoy, con algunas notables excepciones como el microondas.
Creo que el análisis histórico que hace Gordon es esclarecedor, por lo que pienso que el énfasis que los críticos han puesto en sus predicciones sobre el futuro –que constituyen solo dos capítulos del libro– distrae la atención de su verdadera importancia.
La premisa que plantea es que lo que él llama la “tercera revolución industrial”, impulsada por los computadores y la digitalización, está limitada a la comunicación, la información y el entretenimiento. Yo creo que esto va mucho más allá.
La revolución digital afecta al propio mecanismo del mercado: cómo se encuentran los compradores y los vendedores, cómo acumulamos información, cómo creamos modelos para simular cosas antes de construirlas, cómo colaboran los científicos alrededor de diferentes continentes, cómo adquirimos conocimiento. Todo esto ha cambiado radicalmente gracias a la innovación digital. Sí, los electrodomésticos de hoy lucen muy similares a los de 1970, pero eso no significa que nuestras vidas en el 2070 no van a ser profundamente diferentes a como son en la actualidad.
Como lo dice Gordon muchas veces, en el momento no existe una buena herramienta para medir el impacto de la innovación en la vida de la gente. Al igual que otros economistas, él usa algo llamado ‘productividad total de los factores’ (PTF), una herramienta diseñada para medir la eficiencia que produce la innovación. La PTF se basa en el producto interno bruto (PIB), pero también toma en cuenta las horas que trabajamos y los equipos que usamos para hacerlo.
La verdad es que si bien herramientas de medición económica como la PTF pueden ser útiles para entender el impacto de un tractor o una nevera en la vida de alguien, no son tan útiles para comprender el impacto que tiene Wikipedia o Airbnb.
¿Cómo calcular el valor de millones de páginas de información gratuita al alcance de los dedos?, ¿cómo medir el impacto de poner de cabeza a toda la industria hotelera? Puede que en el futuro el PIB no crezca tan rápido como lo hacía antes –aunque podría, por lo que sabemos–, pero esa situación por sí misma no nos dice si la vida de la gente mejorará.
Implícita en el texto de Gordon está la idea de que casi todos los grandes problemas de la humanidad se han resuelto, por lo que cualquier innovación en las próximas décadas será marginal. Lo que él dice, en referencia a los autos, las neveras y el sistema telefónico, es que “tales logros solo pueden suceder una vez”. Es verdad, pero eso también funciona para algunas cosas en el futuro. De acuerdo con la definición de Gordon, crear un robot que sea mejor que los humanos viendo y manipulando objetos, solo pasará una vez, así como la cura para el alzhéimer.
Y cuando estas cosas sucedan, el cambio que implicarán en nuestra vida cotidiana será todo menos marginal. La cura para el alzhéimer, por ejemplo: esta enfermedad le cuesta a Estados Unidos 236.000 millones de dólares al año, deducidos principalmente de Medicare y Medicaid. Una cura para esta enfermedad cambiaría inmediatamente el presupuesto de salud de cada estado en el país, sin mencionar los millones de vidas que mejorarían.
En el capítulo final del libro, Gordon menciona “vientos en contra” que, según él, obstaculizarán aún más el crecimiento y el progreso de Estados Unidos en las próximas décadas, incluyendo la desigualdad social, un sistema educativo deficiente, el envejecimiento de la población y la deuda gubernamental.
Estoy de acuerdo con que esos son grandes problemas. Reducir la desigualdad y asegurarse de que todo el país esté listo para la universidad y el mundo laboral han sido uno de los focos principales del programa de nuestra fundación en Estados Unidos; sin embargo, el país tuvo problemas de desigualdad y educación en el pasado, y esto no impidió que importantes invenciones tuvieran un gran impacto.
Además, soy optimista respecto de que algunos inventos del futuro serán impactantes precisamente por su éxito al abordar de forma directa esos problemas.
Por otro lado, debería añadir que Gordon limita, comprensiblemente, el alcance de su análisis a Estados Unidos, pero es imposible leer su libro sin pensar en los miles de millones de personas alrededor del mundo para quienes una calidad de vida similar a la de este país en 1970 sería una gran mejora.
Leer acerca de la velocidad con la que este país fue capaz de propagar innovaciones –desde el saneamiento hasta la electricidad–, me da más esperanzas sobre lo que es posible para el mundo, en vez de desesperanzas sobre lo que les espera en el futuro a los estadounidenses.
Este libro resultó ser una lectura fantástica y valió todo el tiempo invertido. Cuando se trata de elegir un lado en el debate entre optimismo y pesimismo, pongo mi dinero en las increíbles fuerzas del progreso tecnológico de cada día. Aunque el libro se llama ‘El ascenso y caída del crecimiento estadounidense’, estoy confiado en que “caída” no será la última palabra en la historia de Estados Unidos.
BILL GATES
Cofundador de Microsoft
Redacción El Tiempo
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