Era un martes matutino en Nueva York (EE. UU.): la gente caminaba a paso firme como si tuviera prisa para llegar a sus destinos, los niños arribaban a las escuelas, cientos de turistas recorrían cada sector de la Gran Manzana emocionados por una de esas últimas mañanas de verano que se asomaban, sin ninguna nube en el cielo y con un espléndido cielo azul.
Jeanette Gutiérrez trabajaba en el edificio American Express, conocido como el Three World Financial Center. Llegó a las 7:30 a. m. a trabajar. Su oficina estaba en el lado noreste. Unos minutos más tarde, a unos pasos de ese lugar, Wendy Lanski llegaba a su escritorio en el piso 29 de la Torre Norte del World Trade Center. Le gustaba llegar unos minutos antes de las 8 a. m. para organizar sus cosas.
“No fue un sonido rápido. Fue bastante largo. Sentí una vibración, no en mi escritorio ni mi silla ni como un terremoto. Lo sentí dentro de mí, como cuando el bajo de la música está encendido”, dice Jeanette.
Los noticieros locales y del mundo comenzaron a registrar de inmediato lo que sucedía. “Mi oficina quedaba muy cerca, entonces tocaba asomarme por la ventana y ver para arriba. Salía humo negro y llamas. Y pensé: ‘Dios mío, el World Trade Center’. Sabía que había muertos al otro lado de la calle”, agrega Jeanette.
Pero esto se desmintió cuando a las 9:03 a. m., el vuelo 175 de United Airlines se estrelló contra la Torre Sur. “No hubo ninguna dirección. No hubo nadie para decirnos: ‘Oye, deberías irte o bajar las escaleras’. No hubo alarma o sonido de alerta. Éramos solo un grupo de personas en una oficina sintiendo ese momento y sin saber qué hacer”, dice Wendy.
Un instinto
Jeanette Gutiérrez
sobreviviente
del WFC 3.
“Estar en el 11S y darte cuenta de que alguien intentó asesinarte es complicado. Nosotros no éramos parte del gobierno, ni del ejército ni de ninguna organización política; éramos trabajadores”.
Jeanette Gutiérrez
sobreviviente
del WFC 3.
En el caso de Jeanette, su hermana Gail Gutiérrez, quien trabajaba en una oficina del gobierno, fue su ángel de la guarda. Ella le hablaba de forma constante durante los ataques, la mantenía informada de lo que sucedía. “Me llamó y, al principio, me dijo que era un avión pequeño. Me sentí mal porque sabía que estaba mal. Había un agujero tan grande y muy arriba”, dice.
Pero, en cuestión de minutos, volvió a sonar el teléfono. Gail le dijo que la Torre Sur había sido impactada. “Le dije que solo era una World Trade Center, no dos; ella me dijo que no”. No lo podía creer. Se le hacía imposible digerir una noticia como esas. “El cielo estaba despejado, no se trataba de accidentes, pensé”.
Y en ese momento, su hermana le dijo: “Tienes que salir del edificio”. Jeanette le respondió: “¿Cómo se te ocurre que voy a salir? No sé quiénes son los que están detrás de esto”. En su oficina, por un parlante decían que se quedaran en sus lugares. “Tenía sentido porque todo el caos estaba afuera”, recuerda.
En el caso de Wendy, el impulso de ella y sus compañeros le salvaron la vida. “Decidimos bajar los 29 pisos, pese a que no era muy claro lo que pasaba”.
Había tres escaleras de emergencia. Ellos bajaron por una. Había mucha gente. Por unos pisos, lograron descender en dos filas, pero los equipos de rescate comenzaron a subir, por lo que terminaron en una sola fila. “Cuando estaba en el piso 15 vi a los bomberos y le pregunté a uno de ellos qué había golpeado al edificio. Me miró, se veía muy serio, y me dijo que había sido un avión tipo jet”, recuerda Wendy.
Varios pensarían que todo era caos, pero Wendy asegura que, cuando ella evacuó, “todo era ordenado”, la gente respetaba la fila y bajaba de forma tranquila. Solo había un propósito: salir. Sin embargo, aún no entendían la gravedad de lo sucedido.
Esa impresión también la vivió Jeanette cuando llegó al lobby de su edificio: “Vi a un hombre de traje con su corbata desamarrada. Tenía un vendaje en la cabeza. No sé si era sangre o no. Pero recuerdo haberlo visto y pensar ¿de dónde vino y por qué?”.
Cuando Wendy salió de la torre norte, le ocurrió algo que no ha podido olvidar: “Varios decían: ‘no miren hacia arriba, no miren hacia arriba, cúbranse las cabezas’”. Pero eso fue imposible, se giró y subió su mirada. Se pasmó por unos segundos. Era algo dantesco. “Vimos ambas torres cubiertas en llamas. Vimos gente saltando de los edificios. Es algo que aún, 20 años después, no puedo describir”, rememora.
Wendy, quien aún permanecía en la zona, escuchó que una mujer les gritó a varios para que se fueran al apartamento donde ella vivía. “Ahí pudimos llamar a nuestros seres queridos”. Pero una alarma interrumpió el momento. Tenían que volver a evacuar. Salieron como pudieron. El corazón se agitó aún más. La torre sur se estaba desplomando. Eran las 9:59 de la mañana.
“Fue como una tormenta de nieve, como una ventisca. La gente gritó: ‘La torre se está cayendo’. No se podía ver nada. Entré en modo supervivencia y corrí lo que más pude. Pensé que si podía llegar al agua —Nueva York es una isla— por el lado de la estatua de la Libertad, quizás podría nadar o ser rescatada”.
El Pentágono
En ese lugar, ya se conocía lo que estaba pasando en Nueva York con las Torres Gemelas. “Se sabía que dos edificios habían sido impactados por dos aviones. Yo podía ver la situación porque tenía un televisor en mi oficina”, recuerda Bruce.
Bruce salió como pudo. Su oficina estaba muy cerca del sitio del impacto. Pero algo hubo a su favor: el edificio era de pocos pisos y pudo evacuar de forma rápida. “Era tan caótico que era imposible saber si mi gente, con la que trabajaba, estaba bien”. Llegaron a la parte central y la escena se volvió oscura. “Aparecieron los primeros heridos. Yo no pude ayudar mucho porque no tenía formación médica, pero varios que tenían el entrenamiento lo hicieron”.
Bruce Powers
sobreviviente
del Pentágono
“En ese momento te das cuenta de que todos somos vulnerables y que la vida puede escaparse en segundos”.
Bruce Powers
sobreviviente
del Pentágono
Afuera, luego de alejarse, consiguió un teléfono público e intentó llamar a su casa, pero las líneas estaban colapsadas. Era algo frustrante. “En ese momento te das cuenta de que todos somos vulnerables y que la vida puede escaparse en segundos”.
Entonces, logró comunicarse con su hija, quien vivía cerca de ellos, y le dijo que corriera a donde su mamá para decirle que estaba bien. “Caminé por siete millas —unos 11,2 kilómetros— porque no había paso en ningún lado”.
La cicatriz
“Estar en el 11S y darte cuenta de que alguien intentó asesinarte es complicado. Nosotros no éramos parte del gobierno, ni del ejército ni de ninguna organización política; éramos trabajadores”, dice Jeanette.
Esa sensación se mantuvo —o se mantiene— entre los que presenciaron este día, descrito por muchos como un apocalipsis. Jeanette logró caminar y encontrarse con su hermana. “Cuando la vi, la abracé. Pensé que no la iba a encontrar en medio de tanta gente. Mi mente sintió tranquilidad y se vació del único pensamiento que tenía: la muerte a mis espaldas”, cuenta.
Logró avanzar hasta el agua, pero la torre norte colapsó. Eran las 10:28 de la mañana. “Nos tumbamos en el suelo, boca abajo. Solo esperaba sobrevivir en medio de todos los escombros que caían. Más polvo, más viento, más fuerza se sintieron. Pensé que esto nunca iba a acabar o que cuando pasara iba a ser con mi muerte”, narra Wendy.
Unos minutos más tarde aparecieron varios ferris y la rescataron. Cuando iba por el río, volteó a mirar a su oficina: “La escena vacía en el skyline me impactó. Algunos no le dan importancia y dicen que se trataba de concreto, pero no es así, es tu segunda casa, el lugar donde conoces a grandes personas y donde vives, una palabra que pocos valoran”, enfatiza Wendy.
Wendy Lanski
sobreviviente
de la Torre Norte.
“Cuando ves a gente muriendo, cuando corres por tu vida, cuando estás viendo el ataque más grande en la historia de Estados Unidos y estás ahí, no hay forma para borrarlo. Aprendes a vivir con eso”.
Wendy Lanski
sobreviviente
de la Torre Norte.
Esa intranquilidad se sumó a la llegada de noticias de conocidos y familiares. “Llamé a la familia de Abe, mi amigo. Me enteré de que se quedó en el edificio a propósito porque su amigo, Ed, estaba en una silla de ruedas y no quería dejarlo. Ellos esperaron a los bomberos. Lograron encontrarlos y llamaron a sus familias para decirles la buena noticia, pero el edificio se vino abajo. Era demasiado tarde”, cuenta Wendy en un tono de voz que denota un alma desgarrada.
Esas escenas fueron difíciles de superar. Las secuelas psicológicas posteriores al 11S son incalculables. Wendy no durmió durante tres días seguidos y Jeanette no pudo hablar del tema durante nueve años. “Puse esa experiencia en una caja fuerte en la que fui guardando pensamientos que no quería revivir, sobre todo por un sentimiento de culpa que apareció desde ese día. Sabemos ahora que el derrumbe de las torres provocó vientos huracanados que empujaron e implosionaron los vidrios de los edificios cercanos, como en el que estaba. Seguramente habría estado mirando por esa ventana, no hay duda. Uno de mis nombres estaría en uno de los homenajes si mi hermana no hubiera elegido hacer lo que hizo. ¿Por qué me salvé yo?, me pregunté por mucho tiempo”, dice Jeanette.
Esa culpa, que se incrustó en la vida de cientos de personas, se produjo después de los brutales ataques. “Esto nunca desaparece. Cuando ves a gente muriendo, cuando corres por tu vida, cuando estás viendo el ataque más grande en la historia de Estados Unidos y estás ahí, no hay forma para borrarlo. Aprendes a vivir con eso”, dice Wendy.
Marcy Borders, conocida como 'dust lady', fue fotografiada tras el colapso de una de las Torres Gemelas.
Foto: Stan Honda / AFP.
Lo cierto es que las cicatrices de ese día no se borran, sino que se ha aprendido a vivir con ellas. Wendy, Jeanette y Bruce coincidieron años después en el 9/11 Tribute Museum, cuando se convirtieron en voluntarios del lugar. Este centro recuerda las historias personales de las víctimas de aquel oscuro día y ofrece recorridos guiados con sobrevivientes para rememorar la tragedia.
Algunas heridas permanecen abiertas y otras han servido de referencia para luchar, como cuando Wendy sintió el año pasado que se ahogaba luego de que se le diagnosticó covid-19. “Era algo similar a lo que sentí esa mañana del 11 de septiembre con tanto polvo, pero me dije a mí misma: ‘no te puedes dejar vencer’, y salí adelante”, describe.
Esa llamada luz al final del túnel, de la que muchos hablan pero pocos han visto, es una analogía sobre lo finita que es la vida. En varias ocasiones, no se asumen los problemas hasta que se atraviesan en el camino, o se cree que hay seres intocables sin obstáculos. Cada persona tiene una historia detrás y una situación que la pone en un espacio y tiempo determinados. Las tragedias, en muchos momentos, son impredecibles. Hay quienes dicen que se debería vivir cada día como si fuera el último; hay otros, como Wendy, quienes dan un consejo diferente: “Nunca aplacen ser felices”.