Dos eventos de esta semana deben poner punto final al caos que ha consumido a EE. UU. tras las elecciones presidenciales y legislativas del pasado 3 de noviembre.
El primero es este martes, cuando el estado de Georgia vaya a las urnas para definir los nombres de los dos senadores que aún faltan para completar la Cámara Alta y de cuyo resultado depende el control del Congreso.
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El segundo es al día siguiente, durante una sesión conjunta del legislativo en la que se debe corroborar la votación del Colegio Electoral de este 14 de diciembre, el cual ya sentenció el claro triunfo del demócrata Joe Biden en esos mismos comicios.
En circunstancias normales, ambos momentos equivaldrían a un ejercicio casi protocolario del sistema electoral estadounidense. Pero en las actuales, donde la polarización es más que extrema, son vistos como una prueba de fuego para la democracia en este país. En Georgia, las apuestas no podrían ser más altas.
Con la Casa Blanca y la Cámara de Representantes ya definidas en favor de los demócratas, los republicanos han planteado estas elecciones como un asunto de vida o muerte. Si pierden ambas curules, sus rivales obtendrán 50 asientos en el Senado y eso les daría la mayoría pues el voto decisorio cuando se presenta un empate lo pone el vicepresidente del país. En este caso Kamala Harris.
En la práctica, eso les daría el poder para implementar la agenda de Biden sin oposición desde el primer día de su administración. En otras palabras, aprobar sin dilación a sus nominados, dar el visto bueno a un nuevo paquete de asistencia para enfrentar el coronavirus, y bloquear cualquier investigación que quieran lanzar los republicanos para enredar su gobierno.
Pero si ganan sucedería todo lo contrario.
Los candidatos para las curules son los actuales senadores republicanos Kelly Loeffler y David Perdue frente a los demócratas Raphael Warnock y Jon Ossoff.
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Si los demócratas ganan en Georgia se asegurarían el control del senado y la Cámara de Representantes.
Efe
En las elecciones de noviembre ninguno de los candidatos alcanzó el 50 por ciento de la votación, algo que las leyes de Georgia exigen para evitar una segunda vuelta.
En teoría los republicanos tienen las de ganar, pues Georgia es un estado sureño que suele inclinarse por candidatos de este partido.
Pero si algo quedó claro en las elecciones para presidente es que la distancia entre las facciones políticas en EE. UU. ya no es lo que era antes. Al menos en este estado.
De hecho fue Biden quien ganó el estado, aunque solo por unos 10.000 votos.
Las encuestas (no muy confiables por estos días) hablan de un empate virtual en ambas carreras y los expertos creen que ambas curules serán definidas por un puñado de votos.
Pero en el ambiente actual, donde Trump se ha encargado de sembrar la discordia alegando un supuesto fraude que nunca pudo demostrar (y que tanto las cortes como las autoridades electorales rechazaron por falta de evidencia), un desenlace semejante podría ser explosivo. Independientemente del resultado.
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Si los republicanos vuelven a perder, lo más probable es que retomen la vía de las demandas y protestas, empujados por una base que terminó desconfiando del proceso electoral pese a que son miembros de este mismo partido los que ostentan las posiciones de poder en el estado y certificaron el triunfo de Biden.
Si los derrotados son los demócratas, el efecto sería inverso. Entre otras cosas porque Trump, pese a que perdió las elecciones en Georgia, trató de presionar a las autoridades políticas para que anularan votos legítimos y le dieran el triunfo a la brava.
Se da por descontado, de hecho, que si las elecciones son estrechas habrá nuevas peticiones de recuentos y demandas ante las cortes que podrían dejar en el limbo el control del Congreso por varias semanas más.
En medio de esa madeja tendrá lugar la sesión conjunta del legislativo, que está prevista para este miércoles.
De acuerdo con una ley de finales del siglo antepasado (1887), el 6 de enero se debe reunir el nuevo Congreso (probablemente aún sin conocerse los resultados de Georgia) para contar los votos del Colegio Electoral, donde Biden se impuso con 306 sufragios frente a 232 de Trump.
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En principio, el rol del Congreso es solo de forma. Es decir, debe autenticar que los votos del Colegio Electoral que recibió son los mismos que fueron enviados por el estado. Eso porque en esa época existía el temor de que los votos pudieran ser adulterados en su camino al Congreso.
Pero la ley de 1887 también contempla una provisión que casi nunca se ha utilizado pero que hoy es causa de una intensa polémica.
Bajo esa provisión, cualquier congresista puede objetar el resultado de la votación del Colegio Electoral en algún estado si considera que hubo irregularidades.

Donald Trump libra un intenso pulso en el seno de su propio partido republicano.
AFP
Para que eso suceda es necesario que un Senador y un Representante a la Cámara coincidan con esa objeción. De darse este escenario, la sesión conjunta se disuelve y ambas cámaras se reúnen por separado para considerar la queja por un período máximo de dos horas y luego someterla a votación.
Para que la queja avance es necesario que las dos cámaras la aprueben. Pero de allí en adelante el proceso se vuelve confuso.
En teoría, los votos al Colegio Electoral de ese estado quedarían en el aire y se le restarían al candidato que los ganó.
Y si eso impide que el triunfador de las elecciones sume los votos necesarios para obtener la mayoría en el Colegio Electoral, entonces el Congreso sería el encargado de elegir al presidente.
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Pero no antes de que intervengan las cortes porque se trata de un escenario que jamás se ha presentado y frente al que hay todavía muchas dudas constitucionales.
Esa, en todo caso, es la desesperada apuesta de Trump para aferrarse al poder pese a que su derrota fue contundente y corroborada tanto por las autoridades electorales como por las cortes.
Pero sus esfuerzos tienen cero chances de prosperar. Eso porque los demócratas controlan la Cámara de Representantes y derrotarán cualquier disputa que surja (se requiere que las dos cámaras coincidan).
De hecho, la pregunta que muchos se hacen es cuántos republicanos -especialmente en el Senado- se sumarán a la queja pues ya muchos, entre ellos el presidente Mitch McConnell, reconocieron el triunfo de Biden.
McConnell, es más, le recomendó a los miembros de su partido no respaldar una iniciativa que es vista más como una prueba de lealtad hacia Trump que los dejará divididos. Es muy probable, incluso, que los republicanos ni siquiera sumen los votos necesarios para aprobar una queja de estas en el Senado, donde son mayoría.
Pero como dice Edward Foley, profesor de historia de la universidad de Yale, se trata de un ejercicio muy peligroso para la democracia estadounidense.
“Trump y sus simpatizantes quieren convertir esta sesión en un circo para ‘relitigar’ sus acusaciones de fraude. Pero ese no es rol que la constitución le otorgó al Congreso y se está sentando un precedente que podría demoler nuestro sistema electoral” dice Foley.
Bajo este supuesto, afirma el analista, un partido que controle ambas cámaras podría ignorar el voto popular y “poner” al presidente de su antojo atribuyéndose potestades que no le pertenecen.
El mismo New York Post, un medio conservador que siempre se ha caracterizado por su “trumpismo”, publicó esta semana un editorial con un enorme titular en primera página en la que le pide al presidente “detener esta locura”.
Señor presidente, dice el diario, “lo que Ud. está promoviendo (para este 6 de enero) es un golpe de estado antidemocrático”
.
Aún más grave, Trump viene promoviendo una multitudinaria marcha para ese mismo día en Washington y le ha vendido la idea a sus seguidores de que ellos podrían “impedir” que el Congreso “autentique” la victoria de Biden.
Algo que podría desatar la violencia en la ciudad y dar al presidente el pretexto para invocar la “ley marcial” de la que tanto hablan algunos de sus simpatizantes más radicales y que ven como el único camino viable para robarse las elecciones.
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Nadie cree que algo así vaya a suceder. Los más probable es que el Congreso se reúna como tiene previsto y tras una larga sesión -que puede extenderse hasta el día siguiente- termine confirmado lo que ya todos, incluido los mismos republicanos, saben: que Biden ganó las elecciones hace dos meses y se posesionará este 20 de enero como nuevo presidente de EE. UU.
Pero el simple hecho de que la idea esté rondando habla claro del delicado momento que se vive en este país.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
Washington
En twitter @sergom68