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EEUU

Trump, seis meses de crisis de gobernabilidad

El presidente Trump expresó su decepción con el fiscal Jeff Sessions, de quien dijo era alguien “acorralado” y “muy débil”. Sessions respondió que no va a renunciar.

El presidente Trump expresó su decepción con el fiscal Jeff Sessions, de quien dijo era alguien “acorralado” y “muy débil”. Sessions respondió que no va a renunciar.

Foto:Kevin Lamarque / Reuters

Nunca en EE. UU. un presidente tuvo tantos ni tan fuertes enfrentamientos en los primeros meses.

Seis meses después de haber llegado a la Casa Blanca, el gabinete de Donald Trump se ve afectado por luchas internas, tensiones entre el presidente y el Partido Demócrata, encuestas de opinión negativas, falta de resultados y una creciente pregunta sobre el futuro del sistema democrático.
El New York Times indicó el 31 de julio que nunca se han visto enfrentamientos tan fuertes entre el presidente de Estados Unidos y parte del Congreso, los medios de prensa, el fiscal general del Estado, oficiales de las fuerzas armadas y hasta la dirección de boy scouts (por el disparatado e insultante discurso de Trump ante 40.000 jóvenes y sus familias hace pocos días). Ese enfrentamiento es también muy fuerte con jueces, gobernadores y amplios sectores de la sociedad civil.
Un ejemplo de choque entre el presidente y los militares ha sido el anuncio hecho por Trump, “luego de haber consultado” con sus generales, de no admitir a transexuales en las fuerzas armadas. El tuit tomó por sorpresa al secretario de Defensa, el general retirado James Mattis. Según la Junta de Estado Mayor, la política actual (que permite a transexuales ser miembros de estas) no cambiará mientras el presidente no siga las reglas establecidas.
Trump alegó que se cerrarían las puertas de los cuartes a los transexuales para ahorrar costes, dando a entender erradamente que las operaciones de cambio de sexo las paga el Estado.
Según diversos estudios, la participación de estos ciudadanos en los ejércitos no supone gastos adicionales para el Departamento de Defensa ni tampoco ha ocasionado particulares trastornos en las misiones. Cincuenta y seis altos mandos retirados criticaron su tuit. El anuncio fue orientado en realidad a satisfacer a los grupos evangélicos más conservadores y tratar, de forma infructuosa, de desviar la atención sobre la “cuestión rusa”.

Obstrucción a la justicia

El gobierno de Trump se encuentra crecientemente acorralado por las evidencias que se acumulan sobre posible obstrucción a la justicia en las investigaciones sobre las relaciones entre su equipo de campaña electoral, su yerno, Jared Kushner; su hijo, Donald Trump jr., y Rusia, para interferir en la campaña electoral de 2016 en contra de Hillary Clinton.
Si se probase esa “obstrucción”, se podría abrir un posible juicio político al presidente. Para ello se requeriría un acuerdo entre los partidos Demócrata y Republicano en el Congreso, algo que podría ocurrir si estos últimos empiezan a percibir que Trump no es una ventaja sino un lastre para su futuro.
De manera paralela, Robert Mueller, el consejero especial designado por el Departmento de Justicia para investigar posibles conspiraciones entre el equipo electoral de Trump y delegados del gobierno ruso, ha decidido poner en marcha un Gran Jurado, figura jurídica con fuertes atribuciones para investigar posibles causas criminales.
Desde cuando lo asumió, el gobierno ha acumulado fracasos en política interior y no presenta ninguna coherencia ni visión en política exterior. Las encuestas indican que su popularidad ha descendido a niveles no conocidos en presidentes anteriores en un período tan corto de tiempo, pero mantiene el apoyo entre un grupo de alrededor de 60 millones de votantes.
Entre sus promesas espectaculares, Trump está cumpliendo las que se refieren a revertir políticas liberales y progresistas, como retirar a su país del Acuerdo de París sobre cambio climático, y las que afectan a sectores más frágiles, como la creciente expulsión de inmigrantes indocumentados y recortar la ayuda internacional al desarrollo.
El mayor fracaso del presidente y los republicanos ha sido tratar de anular la reforma del sistema de salud impulsada por la administración Obama. Hace pocos días, el Senado rechazó la propuesta, que hubiese dejado sin cobertura médica a entre 23 y 30 millones de personas hasta el 2028.
Su próximo empeño es que se apruebe una reforma fiscal que elimine todavía más los impuestos para las empresas y sectores con mayores ingresos (siguiendo la lógica neoliberal de que esto generará más empleo). Continúa así mismo insistiendo en que construirá un muro entre México y Estados Unidos, aunque su nuevo jefe de Gabinete, el general retirado John Kelly, podría haberlo convencido de abandonar esa idea a cambio de más control tecnológico y policial.
Respecto del sector del empleo, ha dejado atrás su política de que las empresas estadounidenses cierren sus fábricas en países donde pagan bajos costes de mano de obra y vuelvan a producir en casa. Entre tanto, su campaña para que la producción de carbón vuelva a tener un papel central en la economía encuentra respuesta limitada, al tiempo que numerosos gobernadores y empresas energéticas están optando por otras formas de producción más limpias.

Política internacional sin rumbo

En política exterior, la Casa Blanca no ha logrado que China colabore para convencer al gobierno de Corea del Norte de detener su programa de misiles de largo alcance; es incierta la posición de Washington sobre aumentar el número de tropas en Afganistán o retirarse totalmente, y el supuesto plan innovador para el conflicto israelo-palestino parece haber fallecido antes de nacer (en el caso coreano, Trump acusa a China de “no colaborar”, pero el secretario de Estado, Rex Tillerson, afirma que China “estaba colaborando”).
En Oriente Medio, Trump busca la manera de cancelar el acuerdo sobre el programa nuclear iraní, lo que llevaría a Teherán a, definitivamente, querer contar con armas de este tipo. El entusiasta apoyo de la Casa Blanca a Arabia Saudita ha agudizado la crisis entre este y otros países de la región con Catar, y ha mostrado las incoherencias entre la Casa Blanca y el debilitado Departamento de Estado.
Entre tanto, la supuesta nueva relación que Trump iba a generar con Moscú se está convirtiendo en un inmenso atolladero. De un lado, siguen adelante varias líneas de investigación del sistema judicial y en el Congreso sobre las relaciones del equipo de Trump y su familia con Moscú.
Al mismo tiempo, el Congreso ha aprobado de forma unánime una serie de sanciones a Rusia, que obligan al presidente a ejecutarlas. De este modo, el supuesto clima de cordialidad que hubo entre Trump y el presidente Vladimir Putin en la reciente reunión del G-20, se ha transformado en una guerra diplomática. A finales de julio, Moscu ordenó a 755 diplomáticos (entre estadounidenses y rusos) abandonar Rusia o sus puestos en las delegaciones diplomáticas antes del 1.º de septiembre.
La Casa Blanca ha dado pasos atrás en algunas de las medidas de deshielo hacia Cuba promovidas por Barack Obama, y al anunciar sanciones a Venezuela hará más dura la vida de los ciudadanos de ese país y favorece el discurso del gobierno de Nicolás Maduro de explicar los problemas del país como una conspiración externa liderada por Washington.

Despidos y fracasos

Trump no ha formado un gabinete de políticos profesionales, sino que se ha rodeado de familiares, fanáticos, empresarios y exjefes militares, todos carentes de experiencia de gobierno, pero cada uno de ellos pujando en favor de sus propios intereses económicos e ideológicos. Esto impide que existan unidad y coherencia gubernamental.
Desde el 20 de enero, siete altos cargos del gobierno, incluyendo al director del FBI, han sido despedidos o empujados a renunciar; el último de ellos, el extravagante y mal educado director de comunicación de la Casa Blanca, Anthony Scaramucci, quien solo permaneció 10 días en su cargo.
Trump lleva semanas amenazando con dimitir a Jeff Sessions –fiscal general del Estado–, un exsenador ultraderechista al que no considera suficientemente leal.
Además de la falta de profesionalidad del gabinete de gobierno, los fracasos se deben, primero, a que el programa electoral de agitación populista que le permitió ganar la presidencia carecía de consistencia y no tiene continuidad en estrategias políticas.
Segundo, a la creciente brecha y desconexión entre el presidente y el Partido Republicano. Tercero, porque las formas autocráticas y nepotistas de gobernar están creando una crisis de las instituciones democráticas.
Para los republicanos, Trump es un gran desafío porque podría provocarles una profunda crisis, precisamente, cuando controlan las dos cámaras del Congreso. La cuestión crucial es que la base social de Trump, sus votantes, no es necesariamente republicana. Se trata, en realidad, de un sector que desconfía de los partidos políticos, a los que acusa de haberlos abandonado a su suerte al haber aceptado la integración de Estados Unidos en la globalización y su impacto (especialmente pérdidas de empleo).
Es, a la vez, un sector culturalmente reaccionario contra la modernización, que añora volver a décadas atrás, a épocas de pleno empleo, religiosidad, liderazgo de hombres blancos en núcleos familiares tradicionales, antes del feminismo, con mujeres y ciudadanos de color en un segundo plano, y sin la masiva presencia de la inmigración latina. El país ha dejado de ser blanco de origen europeo, transformándose en una sociedad multicultural blanca, negra e hispana, más otros componentes. Esto es poderosamente rechazado por los votantes de Trump.

Interrogantes futuros

Frente a esta reacción ideológica-cultural, el presidente y los republicanos coinciden en promover una agenda y una revolución conservadora que implica derogar el Obamacare, hacer una reforma impositiva que libere todavía más de impuestos a empresas y sectores más ricos, revertir las leyes liberales sobre el aborto, derechos de homosexuales, lesbianas y transexuales, y modificar los planes y curriculum educativos en favor de interpretaciones evangélicas precientíficas sobre la creación del universo.
El riesgo para los republicanos se agudiza porque Trump es un jugador que no guarda ninguna lealtad al partido. Si las investigaciones sobre la conexión rusa o los conflictos de intereses de su familia avanzan, no dudaría en tratar de salvarse sin pensar en los republicanos, algo que contribuiría a hacer realidad la idea de su consejero, el ultraderechista Stephen Bannon, sobre “destruir el sistema desde dentro”.
La publicación digital The Hill, sobre la política en Washington, indica que las críticas crecen en el campo republicano. El prestigioso congresista republicano retirado Jim Walsh declaró días atrás que “la Casa Blanca no provee ningún liderazgo. Y si algo hace, es complicar más las cosas (con el Congreso), y esto no va cambiar”.
Se espera que el general Kelly ponga orden entre las diferentes personalidades y facciones en la Casa Blanca. Pero es algo improbable debido a la conflictiva personalidad del presidente, quien nunca ha rendido cuentas en sus diferentes vidas empresariales.
El comentarista John Cassidy escribe en The New Yorker: “El gran interrogante no es qué va a hacer Trump a continuación: su forma de comportamiento es clara. La cuestión es si el sistema político de Estados Unidos va a ser capaz de enfrentar el desafío sin precedentes que ha supuesto su elección”.
MARIANO AGUIRRE*
Especial para EL TIEMPO
*Mariano Aguirre, periodista y analista de política exterior,
es autor de ‘Salto al vacío. Crisis y declive de Estados Unidos’ (Icaria editorial, Barcelona, 2017).
Una versión anterior de este artículo se publicó en esglobal.org
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