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11S, los atentados contra EE. UU. que alteraron el orden mundial
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¿Cómo el 11S transformó la relación de EE. UU. con Colombia?Habla el exembajador en Washington, Luis Alberto Moreno, sobre cómo los atentados de Al Qaeda cambiaron la ecuación de la guerra en Colombia.
¿Cómo el 11S transformó la relación de EE. UU. con Colombia?

BETH A. KEISER / EFE

ESPECIAL

11S, los atentados contra EE. UU. que alteraron el orden mundial

Este 11 de septiembre se cumplen 20 años del peor ataque terrorista de la historia.

A pesar de las múltiples guerras en la que EE. UU. se ha visto involucrado en casi 250 años de historia, su territorio rara vez ha sido el blanco de un ataque enemigo. De hecho, en el último siglo, solo el bombardeo japonés a la base militar de Pearl Harbor, durante la Segunda Guerra Mundial, califica en esta categoría pese a que fue en Hawái, a más de 6. 000 kilómetros de la costa estadounidense.

(Ingrese al especial: 20 años del peor ataque terrorista de la historia)

Eso cambió, por supuesto, la mañana del 11 de septiembre de 2001, cuando 19 hombres de Al Qaeda, hasta ese momento un desconocido grupo de extremistas islámicos, secuestraron tres aviones comerciales y los estrellaron contra las Torres Gemelas, en Nueva York, y el Pentágono, a las afueras de Washington. Una cuarta aeronave, cuyo blanco era el Capitolio, se precipitó en un bosque de Pensilvania luego de que los pasajeros, ya enterados de lo ocurrido con lo otros vuelos, forcejaron con los asaltantes que habían tomado el control de la cabina.

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Así lucían las Torres Gemelas antes de los atentados del 2001.

Foto:

Archivo EL TIEMPO

Ese día, en total, murieron cerca de 3.000 personas en menos de dos horas. Otras 1.500 perecieron a lo largo de los años por enfermedades asociadas con los ataques.
A la fecha, se trata del atentado terrorista mas letal que se ha documentado. Uno que alteró el orden mundial hasta entonces conocido y desató toda una toda una “cruzada” para castigar a los responsables cuyas secuelas aún persisten 20 años después.

(Voces de sobrevivientes de las Torres Gemelas)

Aunque EE. UU. ya había sido objetivo de grupos terroristas en la década de los 90, los atentados se habían limitado a instalaciones militares en el exterior, en su mayoría en Oriente Próximo. Que sus rivales atravesaran el Atlántico para llevar la guerra hasta sus propias puertas los tomó a todos por sorpresa, causando pánico en una población que se sentía invulnerable y vivía en un burbuja de paz tras el fin de la Guerra Fría.

Cuando las cosas se miran en retrospectiva adquieren otro matiz. Pero la gente olvida el trauma que causó el 11S en EE. UU. y que fue el miedo lo que guió las políticas de allí en adelante

Del impacto inicial se pasó rápidamente a la ira y el deseo de retribución. Los asaltantes no solo habían derribado símbolos del poderío estadounidense, sino sacrificado a miles de civiles inocentes, entre los que había ciudadanos de 65 países del mundo, entre ellos Colombia (en las Torres Gemelas murieron 18 nacionales). Rápidamente, las agencias de inteligencia de EE. UU. identificaron a los responsables.

Casi todos provenían de Arabia Saudí y hacían parte de Al Qaeda, una organización liderada por el también saudí Osama bin Laden, que llevaba varios años operando desde las montañas de Afganistán gracias a la complacencia de los talibanes, grupo de origen sunní compuesto por antiguos combatientes o “muyahidines” que pelearon en la guerra contra los soviéticos de la década de los 80 y se tomaron el poder en 1996 con la idea de imponer una visión híperconservadora de la ley islámica. Y que buscaban, entre otras cosas, la expulsión de tropas foráneas enquistadas en Asia y Oriente Próximo.

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Foto de archivo sin fecha muestra al disidente saudí Osama bin Laden.

Foto:

Archivo AFP

George W. Bush, el presidente estadounidense de la época, acudió a la ONU con pruebas de la complicidad talibán y exigió la entrega de Bin Laden y sus lugartenientes. Gran parte del mundo, escandalizado por la brutalidad de los ataques, cerró filas con EE. UU. y se sumó a ese pedido. A tal punto, que aún es memorable una portada del diario francés Le Monde con un título gigante que decía “Todos somos americanos”.

Pero ante la negativa talibán, EE. UU. anunció la invocación del artículo 53 de la carta de la ONU que permite un ataque militar contra otro país cuando lo hace en legítima defensa. El Consejo de Seguridad, donde tienen asiento permanente China y Rusia, nunca aprobó la intervención como tal pero tampoco se opuso con vehemencia dada la gravedad del caso.

26 días después, el 7 de Octubre, Washington lanzó su primera gran ofensiva militar respaldado por Reino Unido cuyo objetivo era remover del poder a los talibanes, neutralizar a Al Qaeda e impedir que el país pudiera ser usado en el futuro para planear nuevos atentados terroristas.

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La supremacía aérea de los estadounidenses pronto se hizo sentir. En un espacio de dos meses los talibanes, que antes controlaban el 90 por ciento del país, ya estaban en retirada gracias en parte a la colaboración con la llamada Alianza Norte, una coalición de los grupos afganos que habían perdido la guerra civil un lustro atrás.

El 90 por ciento de la población estuvo de acuerdo con invadir Afganistán, una intervención que fue aprobada por todos los miembros del Congreso salvo uno, entre 535 miembros

El 17 de diciembre los tropas se tomaron Kabul, la capital, e instalaron a un gobierno provisional liderado por Hamid Karzai. Fue en ese mismo mes cuando la ONU aprobó la creación de la Fuerza Internacional de Asistencia en Seguridad (ISAF) para que monitoreara las operaciones militares y ayuda a entrenar a nuevo ejército afgano. LA Otán, como alianza, eventualmente asumió las tareas del ISAF y llevó al país una coalición de tropas en las que participaron casi todos los países miembros.

La guerra, como casi todas, tuvo varios momentos. Uno inicial en el que los talibanes se replegaron a las provincias y se organizaron como una insurgencia que controlaba solo zonas marginales del país. Otro, entre el 2008 y 2010, en el que las fuerzas de la coalición comenzaron a perder terreno y fue necesaria una escalada estadounidense que ordenó el entonces presidente Barack Obama. Y un tercero, desde el 2015 en adelante, en el que primó una especie de status quo entre las fuerzas.

(Lea aquí: Llega la hora de gobernar para los talibanes tras la retirada de EE. UU.)

Esta fotografía de archivo, publicada por la Casa Blanca el 8 de octubre de 2001, muestra al entonces presidente George W. Bush.

Foto:

AFP / Casa Blanca / archivo

Pero en el proceso fueron cientos de miles los que murieron. En el caso de EE. UU., más de 6.000 si se incluye a soldados y contratistas. Sin embargo, se estima que perecieron otros 66.000 militares y policías afganos, 51.000 talibanes y por lo menos 50.000 civiles, según un reporte del Congreso estadounidense. EE. UU., además, gastó por lo menos 2 billones de dólares entre costos directos de la guerra, entrenamiento y dotación de las fuerzas afganas y ayuda humanitaria.

Para ponerlo en contexto, durante un periodo semejante (20 años) Washington gastó en Colombia unos 10.000 millones de dólares en su campaña unificada contra el narcotráfico y el terrorismo. Eso es el 0,5 por ciento de lo que costó el conflicto en Afganistán.

('Apocalipsis en EE. UU.': así registró EL TIEMPO el 11S)

Pero el precio económico y en vidas humanas es solo una parte de la historia. Tras los atentados, en EE. UU. también se fue abriendo paso una visión neoconservadora de nuevo papel que debía jugar EE.UU. en el mundo. Internamente se aprobó el Patriot Act, que le dio poderes ilimitados al presidente para, entre otras cosas, espiar a sus propios ciudadanos y llevar esa guerra a cualquier rincón del planeta en aras de la defensa contra el terrorismo.

A partir de ese momento, EE. UU. comenzó a hablar del famoso eje del mal –Irak, Irán y Corea del Norte– y tomó forma la doctrina de la Acción Preventiva, un concepto unilateral e intervencionista, bajo el cual Washington se reservaba el derecho de atacar a otra nación antes de ser agredida.

“Cuando las cosas se miran en retrospectiva adquieren otro matiz. Pero la gente olvida el trauma que causó el 11S en EE. UU. y que fue el miedo lo que guió las políticas de allí en adelante. El 90 por ciento de la población estuvo de acuerdo con invadir Afganistán, una intervención que fue aprobada por todos los miembros del Congreso salvo uno, entre 535 miembros”, dice Robert Kagan, del Consejo para las Relaciones Exteriores, un prestigioso centro de pensamiento.

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Basado en esa idea Bush, en el 2003, decidió invadir Irak y derrocar al dictador Sadam Huseín. Según su administración republicana, Huseín tenía relaciones con grupos terroristas sino que almacenaba materiales para construir un arma nuclear. En esta ocasión, EE. UU. se lanzó casi en solitario y sin el beneplácito de la ONU –o la mayoría de sus países miembros– que lo vio como un peligroso precedente.
Como en el caso de Afganistán, el gobierno de Huseín se desmoronó en un abrir y cerrar de ojos y permitió el ascenso al poder de los chiíes, que vivieron décadas bajo el yugo de la minoría sunní.

Si bien el objetivo inicial de ambas guerras se cumplió con rapidez –la caída de sus respectivos regímenes– lo que siguió fue mucho más complicado. Aunque Washington terminó dando de baja a Bin Laden en el 2010 y prácticamente eliminó la presencia de Al Qaeda en Afganistán, el 11-S y las intervenciones militares terminaron inspirando a otros grupos terroristas, que hicieron metástasis en la región y llevaron su guerra a varias capitales europeas. Madrid en el 2004, Londres en el 2005 y luego a Bélgica, Francia y Alemania.

Imagen del 11 de noviembre de 2009 que muestra a soldados del Ejército de los EE. UU. durante la guerra en Afganistán.

Foto:

AFP / DAVID FURST

Dando paso años después a grupos como el Estado Islámico (EI), con una visión aún más radical que Al Qaeda, y que generó zozobra en Irak, Siria y otros países.
Así mismo, son la raíz de los llamados “lobos solitarios”, o personas que se radicalizaron sin tener un nexo directo con estas organizaciones y llevaron a cabo letales atentados en EE. UU. y otros países. De acuerdo con Michael Kugelman, director del programa para Asia en el Wilson Center, el principal error de EE. UU. fue creer que podía sembrar su propio modelo de democracia en estos países y sin medir las consecuencias de una misión semejante.

“La intervención inicial estuvo más que justificada y el mensaje fue claro. EE. UU. castigaría a un país que diera albergue a terroristas y perseguiría sin contemplación a los criminales que atentaran contra su territorio o intereses nacionales. Pero en el proceso fue perdiendo el rumbo y se embarcó en un esfuerzo de construcción de nación (nation building) a su imagen y semejanza que no midió la realidad del terreno y sus tradiciones”, dice Kugelman.

(Cubrimiento especial: dos décadas del 11 de septiembre)

Kagan, que es una de las voces conservadoras más reconocidas del país, discrepa de esa aseveración. “Es un mito la idea de que EE.UU. quería imponer una democracia occidental en estos países. Si terminó metido en nation building fue por que no tenía una mejor opción. El objetivo era elevar las capacidades de defensa y seguridad en estos países para que pudieran controlar sus territorios y con eso llegara cierta estabilidad”, afirma Kagan.

La intervención inicial estuvo más que justificada y el mensaje fue claro. EE. UU. castigaría a un país que diera albergue a terroristas y perseguiría sin contemplación

Aunque la misión fue cambiando con el paso de los años, lo cierto es que de desde entonces todos los presidentes de EE. UU. buscaron una salida del conflicto. Lo hizo Bush al final de la su presidencia; luego Obama, que llegó a la Oficina Oval con ese mandato; y el mismo Donald Trump, quien veía estas guerras como un costoso lastre para la economía de EE. UU. que en nada contribuían a los objetivos de seguridad nacional.

Los planes de todos, sin embargo, se quedaron en el tintero pues los militares siempre consideraron que el repliegue era peligroso y podía generar un vacío de poder que lamentarían más adelante.

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Hasta que Joe Biden a la Casa Blanca en enero de este año con la convicción de que 20 años eran suficientes y no pensaba heredarle los conflictos un quinto presidente. Trump, en enero del 2020 habían firmado un acuerdo con los talibanes para abandonar el país en mayo de este año. Biden, ya con las riendas de la Oficina Oval se comprometió a ejecutarlo pero postergando la fecha de partida para el pasado 30 de agosto.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció este 2021 la retirada total de las fuerzas de Estados Unidos de afganistán.

Foto:

Al Drago. Bloomberg

E inició conversaciones con el gobierno de Irak para salir de este país a finales de año. El desenlace lo ha visto el mundo en vivo y en directo las últimas semanas. A pesar del billón de dólares invertidos en dotar y entrenar a una fuerza compuesta por más de 250.000 hombres (entre militares y policías), el gobierno afgano se precipitó en menos de 15 días y entregó el poder a los talibanes casi sin resistencia, generado un caos épico en el proceso de evacuación tanto de las tropas de EE. UU., como de nacionales que vivían en el país y miles de afganos que colaboraron con Washington por dos décadas.

Un proceso ensangrentando por un mortífero atentado terrorista que le costó la vida a 13 soldados de EE. UU. y más de 170 afganos y que además desató, una recomposición de fuerzas regionales que aún está en plena evolución.

A tal punto que muchos se cuestionan si el remedio no terminó siendo peor que la enfermedad. “La retirada de EE. UU. de Afganistán, y la percepción de que Washington fue derrotado, está envalentonando a un movimiento terrorista que nunca dejó de existir y ahora tiene espacio y motivaciones para procrearse. En cierto sentido, estamos en un lugar muy similar a cuando comenzó todo esto”, afirma Kugelman.

(La cadena de invasiones que desestabilizó a toda una región)

Biden, por supuesto, no lo ve así. Cree que son amenazas que EE. UU. puede enfrentar sin necesidad de una presencia militar permanente y que la historia le dará la razón con el paso del tiempo.

Puede ser. Pero su respuesta a los atentados terroristas del 25 de agosto, cuando indicó que EE. UU. se cobrará con sangre la muerte de sus soldados, deja claro que si bien está cerrando una puerta que le costó 20 años clausurar, quizá solo haya sido para abrir una nueva.

SERGIO GÓMEZ MASERI
CORRESPONSAL DE EL TIEMPO
WASHINGTON

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