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Internacional

‘Debatir solo sobre ciertas ideas nos garantiza la ignorancia’: Pinker

Steven Pinker nació en Montreal (1954), estudió Psicología Experimental en la U. McGill y se doctoró en Harvard. Tanto la revista ‘Time’ como ‘Foreign Policy’ lo seleccionaron entre los cien intelectuales más gravitantes en el mundo. Y Bill Gates llamó a su libro más reciente, ‘En defensa de la Ilustración’, “mi nuevo libro favorito de todos los tiempos”.

Steven Pinker nació en Montreal (1954), estudió Psicología Experimental en la U. McGill y se doctoró en Harvard. Tanto la revista ‘Time’ como ‘Foreign Policy’ lo seleccionaron entre los cien intelectuales más gravitantes en el mundo. Y Bill Gates llamó a su libro más reciente, ‘En defensa de la Ilustración’, “mi nuevo libro favorito de todos los tiempos”.

Foto:Getty

El intelectual canadiense hace una reflexión sobre la peligrosa ‘cultura de la cancelación’.

Víctor Vargas
A principios de julio, Steven Pinker afrontó una tormenta (casi) perfecta. Cientos de colegas lingüistas lo atacaron a través de una carta abierta por seis tuits y un pasaje de uno de sus libros. Buscaron repudiarlo, aislarlo y, en pleno auge de la ‘cultura de la cancelación’, ‘cancelarlo’ como figura pública. Pero el catedrático sobrevivió. Más aún, el ataque resultó contraproducente, porque cientos más de figuras fulgurantes salieron en su defensa y en defensa de la IIustración.
“Si solo debatimos sobre ciertas ideas, nos garantizaremos la ignorancia”, dice Pinker desde su casa, en Boston. El gran psicólogo cognitivo está exhausto, dice que no tiene la “energía para responder las mismas preguntas” una vez más, pero sigue adelante. Por sí mismo y por los riesgos que, avizora, pueden surgir de los extremos para quienes, a diferencia suya, no tienen las espaldas para resistir los embates.

Esto es peligroso porque intimida a intelectuales, científicos, periodistas o artistas jóvenes en posición vulnerable y  porque debilita nuestra habilidad para comprender el mundo.

“Estamos ante la puja de dos corrientes comandadas por una derecha autoritaria, nacionalista y populista, y una izquierda posmodernista, identitaria y políticamente correcta”, plantea. Y por eso mismo, reafirma su defensa de la razón. “Las ideas de la democracia, la libertad individual, el pensamiento científico, el humanismo universal, la comprensión histórica y la conciencia de progreso deben siempre ser reforzadas, porque no son intuitivas”, remarca.

En su libro 'En defensa de la Ilustración' invita a desechar las profecías del desastre y apoyarse en los datos duros que muestran cómo la humanidad, apoyada en las ideas y la razón, progreso en salud, educación y otros campos. ¿Esta pandemia ni siquiera pone un matiz en ese planteo central?

El progreso no es algo aleatorio, sino el resultado de la aplicación de la razón a la resolución de los problemas que afronta la humanidad. ¿Acaso esta pandemia vendría a demostrar que el progreso es, en realidad, fortuito? Los problemas, incluido el flagelo de las enfermedades, son inevitables y nunca se resuelven por sí mismos. Las leyes del universo son indiferentes a nuestro bienestar y solo la aplicación del ingenio humano puede cambiar el mundo para nuestro beneficio.

Y, sin embargo, líderes como Trump, Maduro o Bolsonaro ganan elecciones mientras desprecian a la ciencia y cosechan el apoyo de millones…

Está confundiendo dos ejes distintos. ¿Las personas siempre son razonables? No. ¿Deberíamos (remarca el condicional) aplicar la razón a la resolución de nuestros problemas? Sí, deberíamos.

Nadie nace sabiendo la verdad, ni es infalible, ni omnisciente, y el único camino hacia el saber es planteando ideas para luego evaluarlas y así determinar cuáles son correctas y cuáles no.

Pero que usted y otros 150 intelectuales tan diversos como Francis Fukuyama y Noam Chomsky se hayan sentido compelidos a publicar una carta abierta en la revista Harper’s en defensa del libre planteo, intercambio y debate de ideas resulta sintomático de una sombra que está allí...

En efecto, hay una tendencia a atacar, acallar y difamar a las personas con ideas o creencias que difieran con la ortodoxia de la izquierda dura, lo cual es peligroso por tres motivos. Primero, porque arruina las vidas de personas inocentes. La segunda, porque intimida a intelectuales, científicos, periodistas o artistas jóvenes o en una posición vulnerable, quienes preferirán callar sus opiniones. Y tercero, lo más importante, porque debilita nuestra habilidad como comunidad para comprender el mundo y resolver nuestros problemas. Nadie nace sabiendo la verdad, ni es infalible, ni omnisciente, y el único camino hacia el saber es planteando ideas para luego evaluarlas y así determinar cuáles son correctas y cuáles no. Dicho de otro modo, si solo debatimos sobre ciertas ideas, nos garantizaremos la ignorancia.

Esta puja entre la razón y los ‘censuradores’ e ‘iluminados’ no es nueva. Esta tensión existe desde la Antigüedad, pasando por la Inquisición, el macartismo y más…

Así es. Estamos ante la puja de dos corrientes comandadas por una derecha autoritaria, nacionalista y populista y una izquierda posmodernista, identitaria y políticamente correcta. Pero vamos más allá: la naturaleza humana incluye reacciones que son tribales, mágicas, nostálgicas, autoritarias y pesimistas, mientras que las ideas de la democracia, la libertad individual, el pensamiento científico, el humanismo universal, la comprensión histórica y la conciencia de progreso deben siempre ser reforzadas porque no son intuitivas.

Los rechazan la mentalidad de la Ilustración serían como aquellos que protestan en un consultorio médico exigiendo un diagnóstico y bloquean la entrada a todo aquel médico que pueda llegar a otro.

¿Puede ahondar en esto, a la luz de la ‘cultura de la cancelación’?

Estamos ante el choque de dos mentalidades. Una, basada en la Ilustración, considera que la sociedad afronta problemas cuyas causas son complejas y no comprendidas del todo, pero que debemos buscar resolver entre todos, tal y como una junta médica diagnostica a un paciente con síntomas confusos. La otra ve a la sociedad como una disputa de suma cero entre grupos antagónicos, que dio al poder a los blancos supremacistas en su momento y que considera, por tanto, que ahora ese poder debería ir hacia mujeres, personas de color u homosexuales. Es la psicología de la razón contra la psicología del poder. Quienes rechazan la mentalidad basada en la Ilustración serían como aquellos que protestan fuera de un consultorio médico exigiendo que se dictamine un diagnóstico y bloqueando la entrada a todo aquel médico que pueda llegar a otro diagnóstico. Y en este caso, la libertad de expresión es mera propaganda, un conjunto de argumentos de las élites para aferrarse al poder.

Un rasgo notable de la ‘cultura de la cancelación’, exacerbado por las redes sociales, es que unos pocos, pero muy vociferantes, pueden eclipsar a una mayoría silenciosa. ¿Cómo lo explica?

Cuando ciertas personas son castigadas por una facción o grupo poderoso por no criticar, repudiar o denunciar a terceros, todos pueden caer en la trampa de atacar públicamente a otros por temor a ser atacados, incluso si no creen que alguien debiera ser atacado. A veces se lo conoce como la ‘ignorancia pluralista’ o ‘espiral de silencio’. El cuento del ‘traje nuevo del emperador’ grafica bien cómo funciona.

Demos otro paso, ¿por qué considera que, en ocasiones, las víctimas de algún avasallamiento terminan replicando conductas o métodos de sus victimarios?

Se origina en una fase de nuestro progreso moral: hemos llegado a reconocer el terrible daño que les hemos infligido a las mujeres, a los homosexuales, y a los negros y otras minorías raciales. Correctamente deploramos el sexismo, la homofobia y el racismo. Pero esto crea una rendija para que las personas usen esas acusaciones como armas contra sus enemigos. Los historiadores de diversos episodios de represión masiva, tales como el estalinismo, la cacería de brujas o la Revolución Cultural china, entre otros, han expuesto cómo los oportunistas aprovecharon las acusaciones del momento para avanzar contra sus rivales. Y, al mismo tiempo, la empatía hacia las víctimas puede ser aprovechada para exigir compensaciones o reparaciones. Dos sociólogos, Bradley Campbell y Jason Manning, han planteado que estamos ante el surgimiento de la ‘cultura del victimismo’, donde el estatus viene de presentarse a sí mismo como una víctima, reemplazando la ‘cultura de la dignidad’, donde el estatus provenía de la madurez y el autocontrol, que a su vez había venido a reemplazar la ‘cultura del honor’, en la que el estatus se basa en la capacidad de responder a insultos y amenazas.

¿Y cómo lidiar con aquellos que, en estos tiempos pandémicos o incluso en la vida cotidiana, se apoyan en creencias y suposiciones en vez de datos e información verificada?

Ese es todo un desafío y la única respuesta posible es presentar nuestra posición tan clara y lógicamente como sea posible. Aquellos que aún están abiertos a la razón podrían resultar persuadidos, mientras que el resto quedan implícitamente forzados a confesar que no están jugando de acuerdo con las leyes de la razón. Esas personas pueden apoyarse entre ellas, pero se desacreditarán a sí mismas ante los ojos de quienes se basan en la razón.

¿Cuándo comenzó a gestarse este cambio de época o de ‘cultura’?

En los 60, cuando la camada más joven de la generación de los baby boomers abrazó ese principio de que las ideas son meros instrumentos de opresión por la clase dominante, y luego el posmodernismo, con esa pauta de que la ‘verdad’ es apenas un pretexto de poder y que en realidad solo hay narrativas contrapuestas. Los integrantes de esa generación que terminaron como profesores universitarios adoctrinaron a varias generaciones de jóvenes en esa mentalidad que una periodista que renunció hace poco a The New York Times, Bari Weiss, caracterizó del siguiente modo: “La verdad no es un proceso de descubrimiento colectivo, sino una ortodoxia ya conocido por unos pocos iluminados cuyo trabajo es informársela al resto”.
Hugo Alconada Mon
La Nación (Argentina)
Grupo de Diarios América (GDA)

Polémica de gran calado

Algunos trinos de Steven Pinker en Twitter hicieron que el 3 de julio más de 500 académicos le pidieran por escrito a la Sociedad Lingüística de Estados Unidos que le revocara el estatus de ‘investigador distinguido’ y que lo removiera de su lista de ‘expertos para medios’.
Uno de los trinos, que data del 2015, dice: “Datos: la policía no dispara a los negros de manera desproporcionada. Problema: no la raza, sino demasiados tiroteos policiales”, y cita un artículo de The New York Times titulado: ‘Asesinatos policiales de negros: esto es lo que dicen los datos’. Y luego en el 2017 publicó otro que decía: “La policía mata a mucha gente, blanca y negra” y “pensar en la raza nos distrae del verdadero problema”. Esto hizo que sus críticos lo acusaran de tener una “tendencia a moverse en la proximidad” del “racismo científico”.
En entrevista con La W, de Julio Sánchez Cristo, Pinker explicó hace poco que su primer trino citaba a un artículo de experto en el tema que fue publicado en The New York Times y que tanto ese trino como el segundo invitaban a reflexionar sobre las cifras reales y las causas de esto, entre las cuales está la gran cantidad de armas que hay en manos de la población civil, lo que hace que muchos policías disparen a la menor sensación de riesgo sin importar la raza.
Ante la misiva que pedía ‘castigar’ a Pinker, unos 150 intelectuales y artistas, entre ellos Noam Chomsky, Francis Fukuyama, Gloria Steinem, Margaret Atwood, JK Rowling y Wynton Marsalis, publicaron una carta en la revista Harper’s en la que expresaron su preocupación porque la “intolerancia hacia las perspectivas opuestas” esté ganando fuerza en EE. UU., recalcando la necesidad de “preservar la posibilidad de discrepar sin consecuencias profesionales funestas”.
“El libre intercambio de información e ideas, elemento vital de una sociedad liberal, se vuelve cada día más restringido (…) Defendemos el valor de un contradiscurso robusto e incluso cáustico de todos los sectores”.

La restricción del debate, ya sea por parte de un gobierno represivo o una sociedad intolerante, perjudica a quienes tienen menos poder y reduce la capacidad de participación democrática”.

La restricción del debate –añadieron– “ya sea por parte de un gobierno represivo o una sociedad intolerante, perjudica a quienes tienen menos poder y reduce la capacidad de participación democrática”.
“La manera de vencer a las malas ideas es exponiendo, argumentando y convenciendo, no intentando silenciar o apartando”, remataron.
El texto generó una fuerte réplica publicada en el medio The Objective, donde historiadores, periodistas y otros autores acusaron de hipocresía y elitismo a sus contrapartes. Pero lo importante es que el debate sobre la ‘cultura de la cancelación’, y sus peligros, se ha abierto al más alto nivel y ha sido abordado en decenas de artículos y medios de Estados Unidos y de otros países. Es decir, las graves consecuencias que podría tener para las universidades, el periodismo, la investigación científica, la democracia, el pensamiento y la sociedad en general el que las posturas, teorías y datos que resultan incómodos sean silenciados por masas o poderosos que van desde la orilla de lo políticamente correcto hasta el moralismo más fanático.
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Víctor Vargas
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