El barrio, aun estando tan cerca de la urbe, se mantiene como rural. Inclusive la escuela tiene el mismo currículo que una escuela de regiones campesinas.
Muchos de los pobladores del barrio, cuando van a almorzar, se levantan de su mesa, salen al patio, recogen una lechuga o una mazorca, o hasta curubas de las enredaderas para un jugo.
“Si necesita una lechuga va al patio de su casa y la saca de la tierra”, cuenta Héctor Álvarez mientras camina por la calle. Parece que Héctor siempre camina hacia arriba a pesar de que a veces esté bajando.
Su lucha es constante al igual que sus pasos. Las problemáticas que rodean la zona son muchas y complicadas. Pero ahí está él.
La comunidad de lo alto de los cerros conoce las dimensiones que los bogotanos desconocen, y como vigilantes de un faro están atentos para avisar cuando el riesgo está cerca.
“Bogotá necesita adaptarse sí o sí porque los ecosistemas naturales y sociales que no se adaptan perecen”, sentencia Carrión y dice, “eso nos lo ha dicho la historia y esperamos que Bogotá, la Bogotá que conocemos se adapte y eso implica ser una ciudad más amable con la naturaleza que se ordena alrededor del agua y se adapta al cambio climático”.
En 35 años, los páramos no serán los mismos
Aunque desde abajo los frailejones no se alcanzan a ver, el frío que a veces desciende por la ladera de la montaña y golpea los rostros, enfría las narices y las orejas es el mismo que los rodea y condensa el agua en sus hojas.
Ellos están arriba, escondidos, son cientos de miles. Es un ejército estático que habita los páramos de los cerros y que a pesar de su edad, acumulan el agua que después liberan. Son las madres de los ríos los que peligran. Hay estimaciones que calculan que para el año 2050 el 54 por ciento de ese ejército dejará de existir, será arrasado por el incremento de la temperatura.
Pero el incremento no es solo en temperatura, las precipitaciones también lo harían, especialmente en Usaquén, Chapinero, Barrios Unidos, Teusaquillo y Santa Fe donde podría llover en el 2040 entre un 10 y un 20 por ciento más de lo que llueve hoy en día.
Los Cerros, además de ser la guarida de los frailejones y de todo un ecosistema, son el patrimonio cultural y natural de toda la región. Los principales problemas que aquejan esta cadena montañosa son la deforestación, erosión, contaminación de las quebradas, canteras, y una altísima presión de urbanización, como asegura Diana Weisner, directora de la Fundación Cerros de Bogotá. Y es que los Cerros brindan unos servicios ecosistémicos, la calidad del aire, las fuentes de agua, el paisaje, servicios culturales como son por supuesto también la recreación, la identificación de la ciudad, “Bogotá no sería Bogotá sin sus Cerros”.
Alegría Fonseca, directora de la Fundación Alma ha trabajado toda su vida por el medio ambiente. En sus oficinas perdidas en medio de los bosques del Parque Nacional, con un fondo verde y una chaqueta roja asegura que los cambios que ha visto en el clima de Bogotá son fuertes. Hay fenómenos como que antes no se veían garzas, mientras que ahora por toda la Sabana de Bogotá los árboles se ven con copos de algodón que después revolotean.
“Yo recuerdo que cuando estaba estudiando aquí en la ciudad de Bogotá, era tal el frío que uno tenía que salir supremamente abrigado con una ropa especial para unos grados de temperatura bastantes bajos y ahora no, ahora uno está aquí en diciembre como si estuviera en la Costa”, dice Alegría y expresa con una sonrisa “no sería raro que en un tiempo si no hacemos todo lo posible para que los cambios no se produzcan pues tengamos aquí una zona cafetera”.
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Con el apoyo de la Tercera Comunicación Nacional de Cambio Climático, el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia (IDEAM) y el Programa de las Naciones Unidas Para el Desarrollo (PNUD).