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Protección para los cerros orientales en Bogotá

Miércoles 28 de diciembre de 2016

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Apertura

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Una aureola amarilla que desde la altura se dibuja como una corona sobre Bogotá es en realidad una costra de contaminación. Apenas repunta el sol, es cuando desde los cerros orientales se ve mejor el daño que han hecho los miles de carros y las fábricas que no controlan sus emisiones a la atmósfera de la capital.

Esa torre de vigilancia que son los cerros orientales es también el árbol que le da sombra a Bogotá, que la refrigera. Es además el Cristo Redentor, la Torre Eiffel, la Estatua de la Libertad de la capital.

El clima nos cambió para siempre: Bogotá

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Los pobladores que habitan ese conjunto orográfico tienen dos principales responsabilidades, ser los vigías de los bogotanos y los protectores de la montaña.

De la población habitante en los cerros, que se estima es de 91 mil personas, 19 mil corresponden a la localidad San Cristóbal, al sur de la capital, y de esos unos cuantos asumen esas responsabilidades con ahínco.

Uno de ellos es Héctor Álvarez, quien ha vivido desde siempre en el barrio Manantial, de esa localidad. Él guía el camino con paso firme, un paso de orgullo. Para llegar hasta esa zona de la ciudad, toca subir a pie y se sabe que se está llegando cuando las casas se mezclan con eucaliptos.

Aunque por mucho tiempo los barrios que componen la UPZ 32 San Blas: Manantial, Triángulo Alto y Triángulo Bajo fueron considerados de invasión, el Consejo de Estado determinó que quienes viven allí desde hace más de diez años son habitantes de la zona, sin embargo, por más que esta comunidad habite en cierta medida de manera amigable con el entorno, construir en los cerros puede implicar un riesgo geológico y tiene un impacto medioambiental.

Los cerros de Bogotá, 'heridos' por la deforestación

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El barrio tiene una sola calle transitable para carros que sube en forma de ‘s’. Por el camino hay escaleras en guadua y con jardines que se sostienen a pesar de la gravedad. Son la primera evidencia de que lo que pasa en el sector es diferente a lo que ocurre en cualquier otro barrio de invasión.

La vía llega hasta el último punto, la escuela del sector, donde reciben niños de preescolar y primaria. El trabajo que realiza la comunidad empieza por ellos, los más pequeños, en los que descansa el futuro. Un futuro que desde ya se ve como un nubarrón negro.

Si hoy en día los bogotanos se quejan por los cambios climáticos, no saben lo que les espera a los niños de Bogotá. Gustavo Adolfo Carrión, consultor en temas de ordenamiento y cambio climático y profesor universitario, se convierte casi que en un Noé moderno a partir de proyecciones científicas.

Según él mismo muchos de los estudios señalan que va a haber un aumento de temperatura en promedio entre 2 y 2.3 grados centígrados a finales de siglo, al igual que aumento de hasta 10% de las precipitaciones. “El impacto de estos cambios de temperatura y precipitación tiene un efecto muy fuerte en ecosistemas sensibles como los páramos, de donde sacamos todo el agua de Bogotá y el área metropolitana. Según estudios, probablemente perdamos el 50 por ciento de páramos y hasta del 70 por ciento de bosques de alta montaña”.

Por esas predicciones, “acá resaltamos el valor que los niños le dan al medioambiente. Cada uno de ellos tiene de ahijado un árbol del que debe preocuparse”, cuenta la profesora de los grados 3.°, 4.° y 5.° , Elisabeth Meneses. La lucha de ella también es contra la gravedad. La cuesta que sube a pie no se compara con el esfuerzo para desviar el destino de la mayoría de niños de esa escuela. El maltrato infantil, el abuso sexual, la desnutrición son piedras que le caen a la profe en su morral.

Por el camino para llegar a la escuela, están las llamadas Ecocasas. Héctor es propietario de una de estas. “Son una propuesta piloto de vivienda sostenible en los cerros orientales en barrios que no han sido consolidados en ladrillo y cemento. Significa un referente donde el Distrito tiene que entender que hay otras alternativas de urbanismo en la ciudad”, y dice “creemos que es una alternativa para vivir en los cerros dignamente, para adaptarnos al cambio climático y hacer la resiliencia entre el medio y el humano, y para cuidar los cerros tenemos nuestras huertas, tenemos toda nuestra infraestructura de vida”.

Héctor define los Ecobarrios como la forma de resistencia a los procesos de reasentamiento que se estaban dando en la zona desde el 2005 y también para la recuperación del territorio.

“Nosotros defendemos nuestro territorio haciendo resistencia al no irnos, es la manera más fuerte, nosotros decimos, ‘de acá no nos vamos hasta que nos saquen en un cajón’ ”, dice Rubén Darío Becerra, líder de la comunidad.

Esto se evidencia cuando se camina por esa única calle. Algunas casas resaltan más que otras por sus fachadas organizadas, limpias, y de materiales que a simple vista son amigables con el espacio.

Más lluvias en el norte

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El barrio, aun estando tan cerca de la urbe, se mantiene como rural. Inclusive la escuela tiene el mismo currículo que una escuela de regiones campesinas.

Muchos de los pobladores del barrio, cuando van a almorzar, se levantan de su mesa, salen al patio, recogen una lechuga o una mazorca, o hasta curubas de las enredaderas para un jugo.

“Si necesita una lechuga va al patio de su casa y la saca de la tierra”, cuenta Héctor Álvarez mientras camina por la calle. Parece que Héctor siempre camina hacia arriba a pesar de que a veces esté bajando.

Su lucha es constante al igual que sus pasos. Las problemáticas que rodean la zona son muchas y complicadas. Pero ahí está él.

La comunidad de lo alto de los cerros conoce las dimensiones que los bogotanos desconocen, y como vigilantes de un faro están atentos para avisar cuando el riesgo está cerca.

“Bogotá necesita adaptarse sí o sí porque los ecosistemas naturales y sociales que no se adaptan perecen”, sentencia Carrión y dice, “eso nos lo ha dicho la historia y esperamos que Bogotá, la Bogotá que conocemos se adapte y eso implica ser una ciudad más amable con la naturaleza que se ordena alrededor del agua y se adapta al cambio climático”.

En 35 años, los páramos no serán los mismos

Aunque desde abajo los frailejones no se alcanzan a ver, el frío que a veces desciende por la ladera de la montaña y golpea los rostros, enfría las narices y las orejas es el mismo que los rodea y condensa el agua en sus hojas.

Ellos están arriba, escondidos, son cientos de miles. Es un ejército estático que habita los páramos de los cerros y que a pesar de su edad, acumulan el agua que después liberan. Son las madres de los ríos los que peligran. Hay estimaciones que calculan que para el año 2050 el 54 por ciento de ese ejército dejará de existir, será arrasado por el incremento de la temperatura.

Pero el incremento no es solo en temperatura, las precipitaciones también lo harían, especialmente en Usaquén, Chapinero, Barrios Unidos, Teusaquillo y Santa Fe donde podría llover en el 2040 entre un 10 y un 20 por ciento más de lo que llueve hoy en día.

Los Cerros, además de ser la guarida de los frailejones y de todo un ecosistema, son el patrimonio cultural y natural de toda la región. Los principales problemas que aquejan esta cadena montañosa son la deforestación, erosión, contaminación de las quebradas, canteras, y una altísima presión de urbanización, como asegura Diana Weisner, directora de la Fundación Cerros de Bogotá. Y es que los Cerros brindan unos servicios ecosistémicos, la calidad del aire, las fuentes de agua, el paisaje, servicios culturales como son por supuesto también la recreación, la identificación de la ciudad, “Bogotá no sería Bogotá sin sus Cerros”.

Alegría Fonseca, directora de la Fundación Alma ha trabajado toda su vida por el medio ambiente. En sus oficinas perdidas en medio de los bosques del Parque Nacional, con un fondo verde y una chaqueta roja asegura que los cambios que ha visto en el clima de Bogotá son fuertes. Hay fenómenos como que antes no se veían garzas, mientras que ahora por toda la Sabana de Bogotá los árboles se ven con copos de algodón que después revolotean.

“Yo recuerdo que cuando estaba estudiando aquí en la ciudad de Bogotá, era tal el frío que uno tenía que salir supremamente abrigado con una ropa especial para unos grados de temperatura bastantes bajos y ahora no, ahora uno está aquí en diciembre como si estuviera en la Costa”, dice Alegría y expresa con una sonrisa “no sería raro que en un tiempo si no hacemos todo lo posible para que los cambios no se produzcan pues tengamos aquí una zona cafetera”.

¿A usted también le ha cambiado la vida con el clima? ¿Quiere aportar para evitar la degradación ambiental en su comunidad? Escríbanos a laubet@eltiempo.com y a @ElTiempoVerde.

 

Con el apoyo de la Tercera Comunicación Nacional de Cambio Climático, el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia (IDEAM) y el Programa de las Naciones Unidas Para el Desarrollo (PNUD).

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