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Expedición colombiana arribó a la Antártida

Tras cruzar sin novedad por tormentosas aguas del paso Drake, ARC 20 de Julio llegó a la Antártida.

 Habíamos tenido lo que me atrevo a calificar como los dos mejores días de navegación que el paso de Drake ha dado en su historia reciente.
Olas de un metro, vientos de 15 nudos, un día despejado y el otro uniformemente nublado al estilo austral.
La suerte meteorológica, más la prudencia de esperar el momento adecuado, y quizás nuestras plegarias y los buenos deseos de la gente en Colombia, hicieron que el temible león de Drake se comportara como un gato domesticado. (Imágenes: Así fue la llegada de la Primera Expedición Colombiana a la Antártida).
No hubo mareados, ni objetos rodando por el suelo, ni el crujir del casco contra las olas. De hecho, el paso fue mucho más suave que el golfo de Penas, los Cincuenta Bramadores (el apodo de esa latitud), o incluso la navegación de rutina por el Pacífico suramericano.
La primera hora del Drake fue memorable por la espontánea forma en que la tripulación reaccionó, bailando y cantando champeta y haciendo la “ola” en el Rancho. (Lea también: A las puertas de la Antártida).
Solo sé que después del cruce de la Armada colombiana por aquí, el memorable paso de Drake no volverá a ser el mismo. El calor de nuestro Caribe es capaz de derretir un glaciar.
La segunda parte inolvidable fueron las palabras del comandante Camilo Segovia al cruzar los 56 grados de latitud sur: “A partir de hoy demostraremos de lo que estamos hechos. De lo que como colombianos somos capaces de alcanzar. Miembros de la Primera Expedición Colombiana a la Antártida estamos construyendo país y estamos siendo parte de esta nueva historia. Nuestra historia antártica”.
Las siguientes 48 horas se evaporaron en reuniones de trabajo, entrevistas, guardias sin mayores contratiempos, películas y crispetas de maíz. Eso sí, los días se hicieron más largos y más fríos.
Hoy (martes), todo el día tuve la expectativa de ver mi primer témpano en este viaje. Pero sucede que la Antártida no comienza en el borde del hielo marino, ni en los firmes glaciares, sino en el mar, invisiblemente, donde el agua polar de la superficie se desliza por debajo del agua un poco más cálida que llega del norte.
Esta es la Convergencia Antártica, un ondulante frente de masas acuáticas que rodea por completo al continente blanco, y que es la razón de su enorme riqueza marina.
Hoy cruzamos esa sutil barrera. Al principio, la transición no se notó. La temperatura del agua cayó unos pocos grados, y en el horizonte se formaron una bruma gris-azulada y una humedad pegajosa.
A las 6:40 de la tarde, en el puente de mando, el teniente de fragata José Franco actuaba como oficial de guardia, mientras algunos marineros miraban por los binoculares en todas direcciones. En el Rancho y las cámaras de oficiales, la gente cenaba arroz con carne molida y tajadas de plátano.
Fue entonces cuando el capitán de fragata Nelson Murillo, el decano de la Facultad de Oceanografía de la Escuela Naval de Cartagena, observó desde el puente lo que los antiguos exploradores antárticos llamaron “el destello del hielo”. Esa primera visión, casi mágica, de los primeros hielos, resplandeciendo acogedoramente.
“Yo vi un claro que parecía ser un parche de sol, pero luego creí ver tierra, y le pregunté al navegante qué tan cerca debía estar la tierra más cercana para la posición en que estábamos. Me dijo que a 23 millas, y eso lo confirmé mirando nuevamente por los binóculos. Entonces todos comenzaron a verificar, y se hizo el anuncio por el altoparlante”.
Ángela Posada-Swafford*
Especial para EL TIEMPO
Isla Rey Jorge (Antártida)
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