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En Colombia existe una validación positiva de la agresividad

Rendimos culto inconsciente al desafuero y en el fondo tenemos miedo a ser genuinamente felices.

"Rendimos culto inconsciente al desafuero y en el fondo tenemos miedo a ser genuinamente felices. Desde los tiempos de la Colonia, en Colombia hemos padecido una educación de doble moral e intolerante".
Desde su perspectiva, ¿por qué cree que los colombianos actuamos agresivamente al festejar? ¿Qué nos lleva a “celebrar” de esta manera?
Somos un país educado sobre la base del odio, la exclusión, la discriminación, tal como plantea el escritor Mario Mendoza en su libro Paranormal Colombia. Llevamos más de 50 años en un conflicto armado que en los últimos 30 recibió el impacto del narcotráfico con toda su carga cultural de ostentación, despilfarro, consumismo, en el cual la mayor expresión de estatus es la posibilidad de vencer, agredir o humillar al otro. A esto se suman los comerciales a través de los medios, cuyo discurso sobre la celebración implica el consumo desaforado de alcohol.Existe, entonces, un culto inconsciente hacia la intolerancia, el desafuero, la visceralidad y creo que en el fondo, un miedo a ser genuinamente felices. La interiorización de esos patrones de conducta es tan fuerte que en el argot popular existen expresiones como: ”Borracho que no la cag..., pierde la plata” o ”La fiesta estuvo violenta”. En suma: en el país existe una validación positiva de la agresividad.
¿Cuáles son los principales factores de orden sociológico que nos mueven a celebrar de esta manera?
En la pregunta anterior me referí a algunos de ellos. Agregaría lo siguiente: Primero: desde los tiempos de la Colonia, en Colombia hemos padecido una educación de doble moral e intolerante: la ley se acata, pero no se cumple, decían los criollos, mientras que los gobiernos locales promovían un sistema social de castas y un dispositivo de poder basado en la limpieza de sangre.
Segundo: la consecuencia de esa educación fue la construcción de un Estado-Nación por parte de unas élites muy egoístas, frente a las cuales un sector de la ciudadanía reaccionó a través del conflicto armado –en razón de la exclusión política– y a través del narcotráfico –en razón de la exclusión económica–, pero validada por la doble moral. Siempre tengo presente un planteamiento de la antropóloga colombiana María Victoria Uribe: Colombia es una construcción social violenta y lo es, en gran parte, porque los cimientos del Estado­Nación descansan sobre ideologías y prácticas excluyentes, discriminatorias.
Adicionalmente, existen también razones universales y antiguas: las bases macro de nuestra idiosincrasia son la cultura grecorromana y la judeocristiana. En la primera, está el modelo de la competencia física en el deporte (Atenas) y en la guerra (Esparta) como eje identificativo entre los hombres. En la segunda, la simbología del sacrificio para resolver problemas: el cordero de Dios que quita los pecados del mundo, el patriarca Abraham que le ofrece la vida de su hijo a Dios para mostrarle su adoración.
Como resultado de lo anterior, la construcción de la masculinidad está basada en la competencia física, incluso hasta la muerte del otro, como expresión máxima de poder. Los estudios sociológicos de Norbert Elias y Erick Dunning dan cuenta de que en nuestra época el deporte es un sucedáneo de la guerra y muchos países, entre ellos Inglaterra, donde Elias y Dunning desarrollan su investigación, tuvieron hasta hace pocos años dificultades con la expresión violenta de la afición al fútbol, por ejemplo. No somos, pues, el único país con este problema, pero en Colombia, dados los factores particulares a los cuales me referí, la sublimación de la violencia en la competencia deportiva se complementa en la celebración con la pérdida de la racionalidad y la condescendencia frente a la ira.
¿A quién le corresponde asumir la solución del problema?
A todos los agentes de socialización, principalmente la familia, la escuela, los medios de comunicación y los grupos económicos que promueven pautas de celebración desaforadas y sustentadas en el consumo irresponsable de alcohol. Sobre esto último y para decirlo coloquialmente, se maneja la idea de que ser macho es ser borracho y un borracho agresivo, además.
¿Qué puede hacer cada uno de nosotros para cambiar esta situación?
La pregunta que precede a esta es: ¿Qué quiere hacer cada uno de nosotros? Y depende, además, de nuestro rol específico. Si soy educador, si soy periodista, si soy integrante de una barra brava o si soy vendedor de bebidas embriagantes, mi tarea al respecto cambia. Por ejemplo: mi rol específico como investigadora social es compartir mis reflexiones sobre el porqué de nuestra conducta, pero también, mi rol como ciudadana es no incurrir en este tipo de celebraciones, toda vez que he hecho conciencia del círculo vicioso que implican.
¿Qué le corresponde hacer al Estado en el ámbito sociológico para ayudar a controlar y resolver la situación? ¿Qué medidas debe tomar?
Como es una pregunta sobre políticas públicas, tomo como referente el tiempo en que Antanas Mockus fue alcalde de Bogotá. Su gobierno realizó una coherente, profusa y profunda campaña de cultura ciudadana, basada en la noción de que el otro es sagrado y los resultados positivos se vieron y se lograron en pocos años.El cambio no se mantuvo porque las posteriores administraciones públicas no fueron tan vehementes como la de Mockus. Creo que muchos mandatarios no entienden el país históricamente y mucho menos cultural y sociológicamente; para nadie es un secreto que nuestra clase política no se distingue de forma especial por estar conformada por intelectuales y peor aún, por personas con verdadera sensibilidad social y no politiquera.
¿Qué solución le ve a esta problemática?
Además de algunas cosas que ya he mencionado, la solución incluiría: campañas en el sistema educativo institucional y a través de los medios de comunicación, explicando las razones de la celebración violenta e indicando claramente cómo y por qué cambiarlas. Segundo: promover el diálogo con las barras bravas y los grupos de fanáticos deportivos, ya que en muchos casos la celebración excesiva no es sino la expresión de malestar emocional con raíces sociales de los hinchas y finalmente y fundamentalmente: conducir a los grupos empresariales, a través de leyes y sanciones, a eliminar en su publicidad unos criterios de comportamiento y consumo que propicien las celebraciones violentas.
Perfil
Socióloga de la Universidad Nacional de Colombia. Ha trabajado para el ICBF como reeducadora de menores infractores y contraventores. Tiene especialización en Derechos Humanos de la Escuela Superior de Administración Pública, ESAP. Es maestra catedrática en la Universidad Industrial de Santander, UIS y a partir de 2004, se vinculó a la Universidad Autónoma de Bucaramanga, UNAB, como docente asociada de tiempo completo. En 2009, se graduó de magíster en Semiótica de la UIS y cursa doctorado en Estudios Sociales, en la Universidad Externado de Colombia. Ha publicado artículos periodísticos, académicos y de opinión en diversas publicaciones del país y España.
Bibliografía recomendada
Elias, Norbert y Dunning, Erick. Deporte y ocio en el proceso de civilización. Fondo de Cultura Económica. México, 1986 y 1992.
Uribe, María Victoria y Vázquez, Teófilo. Enterrar y callar. Las masacres en Colombia, 1980­1993. 2 Volúmenes. Fundación Terres des Hommes y Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos; Editorial Presencia. Bogotá, 1995.
Mendoza, Mario. Paranormal Colombia. Editorial Planeta. Bogotá, 2014.
Artículos periodísticos
PALOMA BAHAMÓN
EDICIÓN: MAURICIO SALAS
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