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Los rostros y las voces de la transformación

Primla Sofía asegura que cuando vio que iban a construir la casa lloraba mucho. Agradeció a cada una de las personas que le ayudaron a levantar su nuevo hogar.

Primla Sofía asegura que cuando vio que iban a construir la casa lloraba mucho. Agradeció a cada una de las personas que le ayudaron a levantar su nuevo hogar.

Foto:Jaiver Nieto / EL TIEMPO

Primla y Joaquín cuentan sus historias con la reconstrucción de Providencia.

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Una isleña y el obrero que más casas ha construido en la isla nos cuentan, con voz propia, la dimensión de lo ocurrido y la felicidad de edificarlas y de vivir en una casa nueva.

La mujer de la casa rosada en Santa Catalina

Hay un antes y un después del Iota. Ahora estoy aquí, feliz, en mi casa nueva, pero también tengo archivada esa terrible noche que pasamos y hay momentos en los que uno trata de olvidar, pero de repente eso llega y llega fuerte. A veces estoy sola y me siento en el balcón a mirar hacia el mar. Veo que los mangles, que eran densos y frondosos, ahora están muertos y son un palo seco. La verdad es que estoy viva de milagro. Me pongo a pensar que si hubieran pasado 30 minutos más, la historia habría sido diferente.
Todo empezó a las 6 de la tarde, con un viento del norte que venía en ráfagas fuertes. Ese día estaba lloviendo mucho. Teníamos vivo el recuerdo del huracán Eta, que había pasado cerca, y ahora estaba Iota. Ese día llovía y escampaba, llovía y escampaba. Yo estaba viendo el noticiero, pero en ningún momento dijeron que el huracán venía hacia Providencia. Pensábamos ingenuamente que si acaso iba a ser como el Beta, un huracán que pasó hace años y que fue casi como una tormenta tropical. De todos modos, nos pusimos a amarrar el techo con cuerdas, aseguramos los electrodomésticos y tapamos las camas.
Al Iota nosotros le decíamos el Idiota, pero resultó ser muy inteligente. Esa noche bajamos al primer piso con un colchón y un ventilador. Estábamos hablando con familiares y amigos sobre el tema hasta que se fue la señal del celular. A las 12:30 de la madrugada, el viento ya no venía del norte sino que venía del sureste. Era como escuchar 100 aviones de guerra que venían a destruirnos. Estallaban las ventanas de arriba y nosotros pedíamos al Señor que tuviera misericordia. No se veía nada, solo llovía y el viento sonaba duro.
Entonces un árbol de mango que estaba afuera rompió el vidrio del piso en el que estábamos. Mi hijo pequeño, que tenía 10 años, quedó en shock, no decía nada. Mi hija lloraba y mi esposo parecía tranquilo. Yo cantaba himnos para no demostrar mi miedo, cantaba suavecito: “Eterna roca es mi Jesús, refugio en la tempestad”. En los hogares en los que nunca se había orado en Providencia, estoy segura de que esa noche se oró.
Cuando destruyó la parte de arriba, tratamos de salir por una ventana, pues el viento podría succionarnos. Succionaba y botaba las cosas. Al día siguiente, uno no encontraba nada, y luego las veía por ahí en el océano flotando. El caso fue que salimos y nos metimos en una bodega, donde estaba el lavadero.
El agua empezó a subir y yo pensaba en la Bahamas, donde un huracán ahogó a la gente. Subí a mi hijo en el congelador, pero el congelador empezó a flotar. Entonces el viento golpeó la bodega y cuando vimos había una grieta en el piso. Las gotas de lluvia, no le miento, eran del grueso de un esfero.
Más o menos a las 7:30 de la mañana empezó a aclarar. Vimos que la cisterna se había ido. La casa del vecino no estaba. No sabíamos qué había pasado ni qué íbamos a encontrar. A las 8 de la mañana del 16 de noviembre fuimos donde el hermano de mi esposo, que llevaba 5 días estrenando casa y solo vimos el clóset.

Yo le doy gracias a los soldados porque si no fuera por la Armada, nos hubiéramos muerto de depresión

Esos días fueron horribles. Estábamos con la misma ropa mojada. No dormíamos ni comíamos, pero a veces estábamos felices de ver que la gente estaba viva. El miércoles pasó un helicóptero muy bajito, salimos a verlo y todos empezamos a llorar. No sé que nos pasaba. Apenas nos dábamos cuenta de lo que nos había ocurrido. A los pocos días, nuestros hijos se fueron a San Andrés y fue una despedida muy dolorosa.
Unos familiares de San Andrés nos trajeron agua, comida, ropa y cobijas. Luego nos trajeron lonas y tapamos lo que quedó de la casa, y ahí vivimos hasta que nos dieron la carpa para los 4. Poco a poco fueron llegando las ayudas. No era bueno vivir en las carpas porque son muy calientes.
Por eso cuando vi que me iban a construir la casa yo lloraba mucho. Sentía nostalgia y alegría a la vez, porque estaban poniendo los primeros postes de la mía, pero había otros que estaban esperando. Recibí esta casa hace un mes y cuando la recibí lo primero que hice fue dar gracias a Dios y luego fui y les agradecí de todo corazón, uno a uno, a todos lo que intervinieron en este largo proceso: a los ingenieros, a los obreros, incluso a la presidenta de Findeter.
Hoy me siento inmensamente agradecida. Yo le doy gracias a los soldados porque si no fuera por la Armada, nos hubiéramos muerto de depresión, pues nosotros mismo nunca hubiéramos terminado de limpiar esta isla.
Esta vez pienso ir tranquila, no me voy a afanar. Vamos a conseguir lo necesario, pero tranquilamente. Un día uno puede tener y mañana no tiene. Lo queremos volver poco a poco un lugar muy acogedor, que se sienta en familia.

Joaquín es el maestro que más tiempo lleva en la isla

Joaquín Antonio Laica, el maestro que más tiempo lleva en la isla.

Joaquín Antonio Laica, el maestro que más tiempo lleva en la isla.

Foto:Jaiver Nieto / EL TIEMPO

Yo soy de Arauca y llegué aquí el 18 de enero. Fui de los primeros maestros que entramos a la isla, con una empresa que se llama Conyca Soluciones. Aquí no había nada en esos días, ni pasto. Las casas eran puro plástico. Yo empecé a trabajar en el sur, con siete compañeros. Me acuerdo de que en esos días era muy difícil conseguir material.
La primera casa que hicimos fue la de un pastor llamado Saúl, y teníamos que llevar los materiales al hombro porque era allá arriba en la loma y hasta allá no sube carro.
En esos primeros días la gente, tal vez por el huracán, no hablaba casi. Pero tengo que decir que desde que llegué a la zona, la gente ha sido muy cariñosa. Me han acogido como si fuera de aquí. Hoy tengo muchos amigos, y todos me distinguen porque soy una persona sencilla, que colabora cuando puede.
Hasta hoy llevo 17 casas construidas en la isla y puedo decir que la gente queda muy contenta, muy agradecida. Muchos de ellos me invitan a comer o me regalan pescado. Hay casas en las que no he trabajado, pero si me piden un favor, yo voy y se lo hago.
Nosotros trabajamos de lunes a sábado, pero los domingos nos reunimos en la parte de atrás de la casa, donde está mi carpa y las de mis compañeros, y hacemos marrano frito, pescado o nos vamos pa’ la playa.

Cuando me vaya voy a extrañar esta isla. Me han cobijado como si fuera de aquí. A todos los he invitado a Arauca y quieren ir a conocer.

No todos duran tanto tiempo aquí como yo. Algunos se aburren y no duran ni tres meses. Cuando uno sale de la casa, uno sabe que no va a tener las mismas comodidades. Pero la vida se la da el soldado, como digo yo.
Cuando tengo un mal día, me llaman los de mi cuadrilla y somos como una familia. Una vez tuve un accidente y me llevaron al hospital, me pusieron torniquete. Tenemos que apoyarnos con los compañeros, pues son la familia que tenemos. Yo soy araucano ciento por ciento, y somos gente que le da la mano a la persona que los necesite.
Yo me quedo aquí hasta que se acabe el trabajo. Aquí pagan bien. En diciembre, en las Navidades, me quedo aquí trabajando por la reconstrucción. Hoy puedo decir que el cambio es del 70 por ciento. Mire, allá abajo había una yegua flaquita cuando yo llegué y ahora está gorda. Es lo mismo con la isla. Esto no tenía pasto, y ahorita todos los árboles están con hojas y se ven casas bonitas por todo lado.
Cuando me vaya voy a extrañar esta isla. Ya tengo familia, me han cobijado como si fuera de aquí. A todos los he invitado a Arauca, y quieren ir a conocer. Uno tiene que ser agradecido.
+Contenido. Un proyecto de contenidos editoriales especiales, con el apoyo de Findeter.
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