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Las crisis que han azotado al planeta dejaron lecciones

Un fotógrafo registra una panorámica que muestra cómo quedó la puerta de Brandenburgo, de Berlín, con la victoria rusa, en 1945.

Un fotógrafo registra una panorámica que muestra cómo quedó la puerta de Brandenburgo, de Berlín, con la victoria rusa, en 1945.

Foto:JOHN MACDOUGALL - AFP

'Crisis: cómo reaccionan los países en los momentos decisivos’, plantea puntos de reflexión.

Natalia Puentes
¿Qué podemos aprender de la historia? Esta es una pregunta general a la que subyace otra más específica: ¿qué podemos aprender de las respuestas a las crisis de los siete países que hemos visto en este libro?.
Una respuesta nihilista sería: ¡nada! El rumbo de la historia, dicen muchos historiadores, es demasiado complicado, es consecuencia de demasiadas variables independientes incontrolables y cambios imprevisibles como para que podamos aprender nada del pasado. ¿Quién podría haber predicho correctamente en junio de 1944 cómo sería el mapa de Europa del Este en la posguerra? Todo habría sido distinto si, el 20 de julio de 1944, el asesino en potencia Claus von Stauffenberg hubiera puesto el maletín con la bomba de relojería medio metro más cerca de Hitler y si, consiguientemente, Hitler hubiera sido asesinado y no solo herido en esa fecha, cuando los ejércitos soviéticos estaban aún más allá de las fronteras de Alemania, en lugar de suicidarse el 30 de abril de 1945, cuando los ejércitos soviéticos habían conquistado ya Berlín y toda Europa del Este y Alemania Oriental.
Sí, está claro que hay muchas cosas en la historia que son impredecibles. Sin embargo, sí hay dos tipos de lecciones que podemos extraer. En cualquier caso, como marco, veamos primero las correspondientes lecciones que pueden extraerse del análisis de personas individuales porque existen (de nuevo) paralelismos entre la historia de los países y la vida de los individuos.
¿Qué podemos aprender de las historias de vida y de las biografías de las personas concretas? ¿Son las personas, como ocurre con los países, tan complicadas, tan distintas entre sí, y están tan sujetas a sucesos imprevisibles que es difícil predecir su comportamiento, y mucho menos extrapolarlo de una persona a otra? ¡Claro que no! A pesar de las dificultades, a la mayoría nos sigue resultando útil dedicar un tiempo considerable de nuestras vidas a tratar de anticiparnos al posible comportamiento de las personas que tenemos cerca, a partir de lo que conocemos de sus vidas. Además, la formación especializada permite a los psicólogos (y las “habilidades sociales” nos permiten a muchos legos) hacer generalizaciones a partir de la experiencia con la gente que ya conocemos para anticiparnos al comportamiento de las personas nuevas que vamos conociendo. Por eso es instructivo leer biografías incluso de personas a las que nunca podremos conocer, ampliando así nuestra base de datos de la comprensión del comportamiento (...)
¿Qué lecciones de este tipo se pueden extraer del estudio de la historia humana? Una tipología la conforman las lecciones específicas sobre el posible comportamiento futuro de un país en función de lo que la historia de ese país nos ha enseñado. Por ejemplo, Finlandia es un pequeño país democrático que realiza un enorme esfuerzo por mantener buenas relaciones con su autocrático país vecino, Rusia, tiene un ejército bien entrenado y no cuenta con que otros países vayan a protegerla en caso de necesidad. Las razones de esta política finlandesa se hacen evidentes si se tiene en cuenta la historia reciente del país. No es muy probable que alguien que ignore la historia de Finlandia entienda porqué sigue esa política y lo seguirá haciendo; por ejemplo, alguien que sea como era yo cuando visité Finlandia por primera vez en 1959, desconocedor de la historia del país (como cuando pregunté a mi anfitrión por qué el país no se enfrentaba a la presión soviética, creyendo que Estados Unidos la protegería).
Otro tipo de lección que se puede extraer de la historia tiene que ver con los patrones generales. Tomemos de nuevo a Finlandia y Rusia como ejemplo. Además de otras características específicas de Finlandia y de Rusia, su relación ejemplifica un tema general: los peligros que acechan a los países pequeños que se encuentran situados junto a países grandes y agresivos. No existe una solución universal para este peligro. Ese es el tema de uno de los pasajes más antiguos y citados de la historia escrita: las páginas del Libro V de la Historia de la guerra del Peloponeso, escrito por el historiador ateniense Tucídides en el siglo V antes de Cristo. Tucídides describe allí cómo los ciudadanos de la pequeña isla griega de Melos respondieron a la presión del poderoso Imperio ateniense. En un pasaje que se conoce como el diálogo de los melios, Tucídides reconstruye las devastadoras negociaciones entre los melios y los atenienses: los primeros negocian por su libertad y por sus vidas, intentando convencer a los atenienses de que se abstengan de emplear la fuerza; y estos advierten a los me lios que deben ser realistas . Tucídides relata después brevemente el desenlace: los melios rechazan las exigencias atenienses, igual que hicieron los finlandeses dos milenios más tarde al rechazar inicialmente las demandas soviéticas; los atenienses sitian Melos; los melios consiguen resistir durante un tiempo, pero finalmente tienen que rendirse y... los atenienses matan a todos los hombres y esclavizan a las mujeres y los niños.
Los finlandeses, está claro, no terminaron masacrados ni esclavizados a manos de los rusos, lo que demuestra que el resultado del dilema de los melios, y la mejor estrategia posible, varían enormemente de un caso a otro. Sin embargo, sí hay una lección universal que podemos extraer: los países pequeños que se encuentran bajo la amenaza de países grandes deben permanecer alerta, considerar opciones diversas y ser capaces de evaluarlas de manera realista. Aunque puede parecer que esta lección es tan embarazosamente obvia que no merece la pena ni mencionarla, por desgracia se ha pasado por alto muy a menudo. La pasaron por alto los melios; los paraguayos, que entre 1865 y 1870 libraron una guerra desastrosa contra las fuerzas coaligadas de Brasil, Argentina y Uruguay, países mucho mayores, lo que acabó con la muerte del 60 por ciento de la población de Paraguay; lo pasó por alto Finlandia en 1939; lo pasó por alto Japón en 1941, cuando atacó simultáneamente a Estados Unidos, Reino Unido, Holanda, Australia y China, contando ya con la hostilidad de Rusia, y lo pasó por alto Ucrania en su reciente y desastrosa confrontación con Rusia.
Si hasta aquí he conseguido convencer al lector de que no descarte la posibilidad de extraer lecciones útiles de la historia, ¿qué es lo que podríamos aprender específicamente de las historias de las crisis nacionales analizadas en este libro? Han surgido muchos temas generales. Uno de ellos tiene que ver con el tipo de conducta que ha ayudado a estos siete países a gestionar sus crisis. Entre los rasgos de esa conducta destacan las siguientes: reconocer cuando el país propio está en crisis; aceptar la responsabilidad de emprender cambios en vez de limitarse a echar la culpa a otros países y refugiarse en el victimismo; construir un cercado en torno a las características nacionales que están necesitadas de cambios para no sentirse abrumado por la sensación de que nada funciona correctamente en todo el país; identificar a qué otros países podemos pedir ayuda; identificar otros países que hayan sabido resolver problemas similares a los que debe hacer frente el nuestro y usarlos como modelo; ser paciente y reconocer que es posible que la primera solución que ensayemos no funcione y que quizá hagan falta diversos intentos sucesivos; reflexionar sobre qué valores fundamentales siguen siendo aptos y cuáles no, y realizar una autoevaluación honesta.
Otro tema es el relativo a la identidad nacional. Los países jóvenes necesitan construir una identidad nacional, tal como han estado haciendo Indonesia, Botsuana y Ruanda . En el caso de los países más antiguos, es posible que la identidad nacional precise de alguna revisión, igual que los valores fundamentales; un ejemplo reciente es el caso de Australia.
Un último tema tiene que ver con aquellos factores incontrolables que afectan a los desenlaces de la crisis. Ningún país puede modificar ni sus constreñimientos geopolíticos ni su experiencia anterior en la resolución de crisis. No puede sacarse de repente de la manga nuevas experiencias ni eliminar dichas limitaciones por mucho que lo desee. Pero lo que sí puede hacer es afrontar todo ello de manera realista, tal como hizo Alemania durante los mandatos de Bismarck y Willy Brandt.
Una persona pesimista podría responder a todas las sugerencias anteriores con esta crítica: “¡Qué de obviedades absurdas! ¡No necesitamos un libro de Jared Diamond para saber que debemos ser capaces de evaluar nuestro comportamiento con honestidad, buscar modelos en otros países, evitar caer el victimismo y todo lo demás!”. Eso no es cierto, sí que necesitamos un libro, porque lo que es innegable es que todos estos requisitos tan “obvios” se han pasado por alto demasiado a menudo y hoy se siguen pasando por alto con mucha frecuencia. Entre quienes, en el pasado, ignoraron los requisitos “obvios” y lo pagaron con su vida están todos los hombres de Melos, cientos de miles de paraguayos y millones de japoneses. Entre aquellos cuyo bienestar está hoy amenazado por ignorar estos requisitos “obvios” se encuentran mis conciudadanos, cientos de millones de estadounidenses.
Un pesimista podría responder también: “Sí, por desgracia ignoramos las cosas más obvias demasiado a menudo, pero un libro no va a cambiar esa ceguera. Hemos tenido a nuestro alcance el diálogo de los melios de Tucídides durante más de dos milenios y los países siguen cometiendo los mismos errores. ¿Qué bien podría reportarnos otro libro?”. Bueno, existen razones alentadoras para que los escritores sigamos intentándolo. Hoy hay más personas que saben leer y escribir que en ningún otro momento de la historia mundial. Conocemos mucho más sobre la historia del mundo y podemos plantear argumentos mucho mejor documentados que el de Tucídides . Hay más países con gobiernos democráticos –lo que significa la participación política de un número mayor de ciudadanos– que en cualquier momento anterior.
Si bien es cierto que hoy abundan los dirigentes ignorantes, también los hay que leen con frecuencia y que tienen más facilidades para aprender las lecciones de la historia que en el pasado. Me ha sorprendido gratamente encontrarme con jefes de Estado, y muchos otros políticos, que me han dicho que mis anteriores libros les habían influido. El mundo en su conjunto se enfrenta hoy a problemas globales pero, durante el último siglo, y especialmente en las últimas décadas, ha creado instituciones para abordar estos problemas.
Estas son algunas de mis razones para hacer oídos sordos a los pesimistas y no renunciar a la esperanza, sino, por el contrario, para seguir escribiendo sobre nuestra historia y darnos la oportunidad de aprender de la historia, si es que optamos por ello. Las crisis, en particular, han supuesto un reto para muchos países en el pasado.
Siguen siéndolo hoy. Pero ni nuestros países actuales ni nuestro mundo actual tienen por qué andar a tientas en la oscuridad mientras intentan resolverlos. El conocimiento de los cambios que han funcionado antes, y de los que no lo hicieron, puede servirnos de guía.
Cortesía Penguin Random House
Grupo Editorial (Debate).
Natalia Puentes
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