Hay historias que comienzan por la muerte. Esta se inició por un obituario publicado en un diario y una subasta a ciegas, que traía un tesoro adentro.
“Vivian Maier, orgullosamente francesa y residente en Chicago los últimos 50 años, murió tranquilamente el lunes. Segunda madre de John, Lane y Matthew. Un espíritu libre que tocó mágicamente las vidas de todos los que la conocieron”, se publicó el 23 de abril del 2009 en The Chicago Tribune.
Dos años atrás, en el invierno del 2007, el historiador John Maloof buscaba fotografías de Chicago para su investigación y compraba en una subasta a ciegas unas cajas con negativos. Pagó 380 dólares por ellas. Solo tenía un dato: pertenecían a Vivian Maier.
¿Quién era?, ¿una periodista de la época, una fotógrafa profesional?, se preguntó Maloof y buscó en Google, que todo lo sabe. Tecleó: Vivian Maier. No apareció nada, ningún resultado. “Vi algunas cosas y eran geniales”, cuenta Maloof en el documental Finding Vivian Maier, que él dirigió. Pero al parecer ninguna de las imágenes le servía para su trabajo y, al no encontrar nada en internet, las guardó en el clóset.

El azar quiso que el trabajo de Vivian Maier se descubriera después de su muerte.
Cortesía Fototeca Latinoamericana.
¿Quién era ella? Otra vez el misterio. Una anciana de 83 años con un humor seco, que le gustaba hurgar en la basura, que nunca dejaba su sombrero y gritaba en francés cuando se enojaba
Los últimos días de esta mujer transcurrieron, según sus vecinos, muy solitarios. Sentada en una banca de Rogers Beach (Chicago), donde pocas veces hablaba con alguien. “Pasaron semanas o meses antes de que me dirigiera la palabra”, contó uno de ellos. Maier vivía en uno de los edificios del barrio, en un apartamento que le pagaban dos hombres.
¿Quién era ella? Otra vez el misterio. Una anciana de 83 años con un humor seco, que le gustaba hurgar en la basura, que nunca dejaba su sombrero y gritaba en francés cuando se enojaba. La viejita de la banca que un día se cayó y se desmayó. Que murió sola, como tantos en Estados Unidos.
Aunque siempre estuvo rodeada de mucha gente, la soledad fue la palabra que acompañó su vida. Eso descubrió Maloof cuando, en el 2009, volvió buscar su nombre en internet y encontró su obituario. Sabía que era francesa (aunque ahora eso no esté tan claro), que vivió en Estados Unidos y que era un espíritu libre. Maloof decidió escanear las fotografías halladas en las cajas y colgar algunas en un blog que de inmediato causó sensación. Se trataba de una serie que revelaba la vida de Nueva York entre los años 50 y 70. Entre ellas había un autorretrato de la mujer. Así que se dio a la tarea de encontrar su rastro.

Vivian Maier tomó imágenes que revelan el alma de Nueva York y Chicago.
Cortesía Fototeca Latinoamericana.
Compró las cajas que habían adquirido otras personas en la subasta y llegó a sumar 150 mil negativos de Maier. Halló también una dirección: 14d E. Deer Park Court Highland Park. Llamó.
–Ah, era nuestra niñera –le respondieron del otro lado del teléfono.
Ahí comenzaron más preguntas: ¿por qué una niñera tomaría tal cantidad de fotos?, ¿por qué nunca se publicaron? ¿Tenía familia? Todo indicaba que no y precisamente los hombres que pagaban el apartamento donde vivía pagaban también una bodega con miles de objetos de la fotógrafa secreta. Aunque siempre la vieron con su cámara colgando, no sabían que era talentosa. Solo pensaban que era una excéntrica solitaria.
Dicen que la gente se revela por lo que acumula, lo que colecciona, que somos lo que conservamos. Maier lo acumulaba todo y dentro de cada cosa escondía pequeños detalles, como su vida misma. En la bodega que sus dueños querían vaciar, Maloof juntó vestidos, sombreros y encontró tiquetes de bus, recibos guardados en sobres, en libros, dientes dentro de rollos de revelado, miniaturas dentro de objetos, casetes con su voz, periódicos.
Maloof estaba obsesionado, y lo admitía. Maier era más misteriosa de lo que creía, pero él iba armando como un rompecabezas la historia de esta fotógrafa de las calles. Su compulsión, similar a la de ella, contribuyó al hallazgo.
Dicen que la gente se revela por lo que acumula, lo que colecciona, que somos lo que conservamos. Maier lo acumulaba todo y dentro de cada cosa escondía pequeños detalles, como su vida misma
Si misterio es la otra palabra que define a esta mujer, su obra genera esa misma sensación: ¿cómo lograba momentos únicos y precisos como el llanto de un niño en las calles de Nueva York o el de hombres que la miran sorprendidos? ¿Les pedía que posaran? ¿Cómo conseguía captar la cotidianidad con tal fidelidad? Y claro: ¿por qué nunca dio a conocer un trabajo que hacía con tanto frenesí?
Ver las fotografías, que hoy se exhiben en la Fototeca Latinoamericana (FoLa) en Buenos Aires gracias a la Howard Geenberg Gallery de Nueva York, es acompañar a Maier por las calles y toparse con la naturaleza humana, la misma que nos cruzamos a diario y muchas veces no miramos. Aunque algunos consideran que es más interesante su historia que su trabajo artístico, las fotografías de Maier revelan la mirada de alguien atento a la realidad pero tan ausente que logra mimetizarse en ella, y por eso genera imágenes impactantes. De alguien que sale a cazar la vida cotidiana en las calles y se extasía en los detalles que no siempre son bellos. Bien se lo diría ella a uno de los pocos amigos que tuvo en su vida: “Yo soy como un suerte de espía”.

Imágenes cotidianas de la ciudad y sus habitantes imperan en su obra.
Cortesía Fototeca Latinoamericana.
Maier tomaba fotos con una Rolleiflex. Se la ponía a la altura del estómago y eso le permitía ir casi de incógnito, sin interponer nada entre ella y el objeto a fotografiar. Aprovechaba también su estatura: “de casi dos metros” la recuerdan los niños que ella cuidó (hoy adultos) y a los que llevaba en sus largas caminatas por la ciudad, muchas veces por barrios peligrosos, lo que, por supuesto, le generó problemas con los padres.
Una vez hecho el hallazgo, llegaron las interpretaciones sobre su obra. Algunos han comparado su trabajo con el de Robert Frank, Lissete Model o Hellen Levit. “Tenía sentido del humor, sentido de la tragedia, un hermoso sentido de la vida. Lo tenía todo”, dijo la fotógrafa Mary Ellen Frank, en el documental. Desde la mirada francesa, donde también han investigado la obra de Maier, se afirma que tiene elementos de Henri Cartier-Bresson y Robert Doisneau.
Otras son las lecturas de la motivación de Maier al capturar ciertas escenas de la realidad. Una interpretación es que, desde su posición de niñera, como fotógrafa quería decir que no era invisible, que estaba ahí observando la vida cotidiana. Como si dijera: aunque nadie me ve, yo sí los veo a ustedes, veo cómo actúan cómo son, cómo lloran, cómo viven. Otros consideran que no hay ninguna ironía ni mirada política en sus imágenes, que se trata de fotografía de flaneur, de paseante, con la mirada ágil del que camina: los niños, con quienes compartió su vida; los obreros de las construcciones, las mujeres elegantes de Nueva York, los borrachos, los animales muertos. Incluso se dice también que valdría la pena pensar a Maier como una fotógrafa y no como la niñera que sacaba fotos. Sus imágenes revelan que poseía conocimientos técnicos y era ávida observadora de las revistas y medios de la época. En lo que no hay duda es que sus imágenes no pasan desapercibidas y que tienen sentido del humor y misterio.

Vivian Maier usaba una Rolleiflex que siempre ponía a la altura de su pecho.
Cortesía Fototeca Latinoamericana.
Sus autorretratos son otra prueba del enigma. Sus ojos separados y la asimetría de su cara, la enorme nariz, el pelo corto, los sombreros y las botas de hombre o la ropa que impedía ver su figura, la mirada en los espejos que se reproducen infinitamente y también interpelan. Se ve toda ella, pero al mismo tiempo dejan dudas, como si quisiera decir que era muchas capas de lo que vemos.
Pero no solo eso. Maier odiaba hablar de su vida personal y cuando le preguntaban su nombre, decía uno diferente. Viv o señorita Smith, decía que se llamaba; nunca se le conocieron amores y solía quejarse de los hombres. “Yo creo que de alguna manera ella fue maltratada”, dice un de las mujeres que Vivian cuidó.
Otros narran que tenía aficiones extrañas, como acumular miles de periódicos con titulares extraños sobre asesinatos, padres abusivos o violaciones y se enfurecía cuando le botaban algunos de ellos. “Le gustaban los titulares que revelaban la locura de la gente”, cuentan en el documental. Nadie podía entrar a su cuarto y, cuando era contratada, lo primero que pedía era una habitación y un baño con candado, aunque algunos piensen que era para tener su cuarto de revelado. Hoy ya adultos, varios de esos niños que Maier cuidó cuentan que a medida que envejecía se iba volviendo grosera, acumuladora y no todos tienen los mejores recuerdos de ella: que los llevaba a lugares peligrosos y los olvidaba por tomar fotografías o que era mucho más que una mujer excéntrica.

Vivian Maier trabajaba como niñera. Durante sus labores llevaba consigo a los niños en sus caminatas por la ciudad. Esto le trajo problemas con los padres.
Cortesía Fototeca Latinoamericana.
Sus orígenes y familia son capítulo aparte y aún siguen en duda, incluso en estrados judiciales. Maloof contrató un experto en genealogía para descubrir el lugar del que venía. El resultado fue que el único pariente lejano es un hombre llamado Silvyn Jassaud, en los Alpes franceses y a quien al parecer le habrían pagado por tener los derechos del trabajo de Maier.
Pero en Chicago, otras personas fascinadas con la fotógrafa intentan llenar los vacíos que persisten en la historia. Ann Marks, una ejecutiva de negocios jubilada, se emocionó con la vida de la fotógrafa y descubrió que nació en una familia que no se tenía afecto y su hermano sufría de esquizofrenia, entre otros datos. Por su parte, el abogado y fotógrafo David Deal contrató a sus propios genealogistas y aseguró que existe otro pariente, Francis Baille. El hombre no sabía de su relación con la mujer y, como todo lo que ocurre con Maier, está sorprendido. Quizá su obituario no podía ser más preciso: “un espíritu libre que tocó mágicamente a todos los que la conocieron (o no conocieron)”.

Una muestra de sus fotografías se expone en Buenos Aires.
Cortesía Fototeca Latinoamericana.
LECTURAS