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Lecturas Dominicales

Verónica Gerber: entre las artes plásticas y la narración experimental

Gerber es escritora, artista y docente. Nació en México en 1981. Es hija de padres exiliados argentinos.

Gerber es escritora, artista y docente. Nació en México en 1981. Es hija de padres exiliados argentinos.

Foto:Enrique Ortiz

La artista y escritora mexicana habla de su obra Conjunto vacío, que acaba de editarse en el país. 

Durante la dictadura, los militares argentinos creían que la teoría de conjuntos –en la que se usan como esquemas los diagramas de Venn– era un conocimiento subversivo. En un escenario de coerción cualquier junte es amenaza y la idea de implantar en las cabezas de los menores de edad la posibilidad de unirse –de organizarse alrededor de algo en común– era impensable. Verónica Gerber Bicecci es escritora, artista y docente y aunque nació en México en 1981, es hija de argentinos exiliados que le contaron esta historia. 
Con eso en mente hizo Conjunto vacío, donde usó diagramas, esos símbolos una vez prohibidos, para contar una narración sobre la pérdida y donde escribió “(...) la dictadura, desde la perspectiva de los conjuntos, no tiene ningún sentido porque su propósito es, en buena medida, la dispersión: separar, desunir, diseminar, desaparecer”.
Diagramas, fotografías, papeles viejos de archivo o huecos sobre hojas escritas son otras letras diferentes, pero letras finalmente, que usa Verónica para crear sus exposiciones que han estado en el Museo de la Ciudad de México, el Museo Experimental el Eco, el Centro Cultural de España y el Museo Universitario de Arte Contemporáneo; o para crear libros como Mudanza, que son ensayos sobre artistas visuales convirtiéndose en escritores, o La compañía, que es un ensayo visual a partir del cuento 'El huésped', de Amparo Dávila, o Palabras migrantes, que son testimonios multiformato de niños en la frontera de México con Estados Unidos alrededor de las palabras migrante, frontera y traducción.
En Conjunto vacío, que fue publicado por Almadía en México, y editado este año en Colombia por la editorial Laguna, usa los diagramas, las cartas, las líneas, las letras y las cortezas de los árboles para hablar de desamor y desaparecidos, de una mujer que busca reformarse entera y está buscando la manera –las maneras–. Es también un libro sobre el tiempo y sobre cómo nunca hay un único inicio y por eso estamos siempre encontrándonos con nuevos finales para historias que creíamos acabadas.
Conjunto vacío fue publicado por Almadía, en México, y por la editorial Laguna Libros, en Colombia.

Conjunto vacío fue publicado por Almadía, en México, y por la editorial Laguna Libros, en Colombia.

Foto:Archivo particular

Usted hace libros, claro, pero son también siempre puestas en escena de sus preguntas como artista. En ese sentido ¿cómo es su relación con la palabra ficción o con los géneros literarios?, ¿considera Conjunto vacío una novela o cómo lo nombraría?
Me he rehusado neciamente a decirle novela. Y, al mismo tiempo, no he objetado, cuando una editorial se interesa en publicar el libro, que lo incluyan en su catálogo de narrativa. En el fondo, lo más honesto que tengo para decirte es que no lo sé. No sé qué es. Por eso me gusta preguntarle qué cree que es a quien me pregunta qué creo que es. Fue así como la curadora Roselin Rodríguez Espinosa me dijo que para ella Conjunto vacío es una instalación in situ en el campo de la literatura. Atesoro su respuesta.
La estructura temporal del libro es errante, compleja. ¿Cómo fue el proceso para armarla?
El tiempo es un elemento en el que pienso mucho, tal vez porque tengo cierta propensión a leer textos de divulgación sobre astronomía y ciencias naturales o tal vez porque, como el lenguaje, es una invención a la que también podemos seguirle dando la vuelta. En Conjunto vacío esa errancia temporal me resultó muy clara cuando escribí la parte en la que la Verónica del libro se pone a pintar minuciosamente las vetas de una tabla de triplay con blanco, negro y grises, y mientras lo hace elucubra un sistema de tiempo con el que se sentiría más segura. La estructura temporal del libro intenta llevar a cabo esa teoría imaginaria que ella misma desarrolla.
Simplificando mucho las formas y los símbolos, casi tenía solo el blanco y el negro para contar esta historia. ¿En algún momento pensó que necesitaba un color adicional?, ¿o tal vez una forma adicional que no fuera un diagrama de Venn o los dibujos que aparecen?
Por alguna razón nunca dudé de que el proyecto sería en blanco y negro. Y es que, en general, mi trabajo es casi totalmente monocromático. De pronto se cruza por ahí algo con variedad de colores, pero sucede en proyectos que puedo contar con los dedos de una mano. Cuando traté de explicarme mi monocromía, pensé que en mi afán por hacer cosas con imágenes y palabras en las que las palabras no ganaran en jerarquía, el blanco y el negro eran una primera manera de buscar un cierto equilibrio o complementariedad porque al menos desde el principio las palabras y las imágenes tendrían las características tonales. Respecto a las formas, sí hubo un momento en el proceso de escritura del libro en el que hubo una transformación: los círculos de los conjuntos se convirtieron en globos de texto. Y aunque por un tiempo todo convivía en el mismo manuscrito, pronto me di cuenta de que se trataba ya de un nuevo proyecto y que Conjunto vacío estaba llegando a su fin. Ese nuevo proyecto se llamó Los hablantes.
¿Alguna vez ha sentido que el español es insuficiente?, ¿que necesita nuevas palabras o nuevos sonidos, que quiere contar una cosa y no sabe con qué lenguaje hacerlo?
Sí, cada vez. En 2019 hice el vocabulario b. Trabajé con niñxs de primaria y secundaria para tratar de imaginar palabras para el futuro. Es decir, nos pusimos a inventar palabras nuevas con la esperanza de que estas fueran capaces de diversificar y multiplicar nuestras formas de pensar el mundo. Ahí surgió, por ejemplo, la palabra amienglope, proveniente de la mezcla de “calentamiento global” y “peligro”, y que significa, entre otras acepciones: hablante de las palabras del futuro o alguien que puede hablar varios idiomas incluyendo los no humanos. Me encantaría ser amienglope.
Gerber es escritora, artista y docente. Nació en México en 1981. Es hija de padres exiliados argentinos.

Gerber es escritora, artista y docente. Nació en México en 1981. Es hija de padres exiliados argentinos.

Foto:Enrique Ortiz

En la obra también aparecen varias cartas esbozadas y la mención a una carta de despedida que nadie pidió, ¿cómo es su relación con las cartas?
Creo que las cartas fueron mi primera forma de escritura intencionada. Practiqué bastante escribiéndoles a mis abuelas, que vivían muy lejos debido al exilio. Mi abuela paterna era particularmente meticulosa y comprometida así que mantuvimos una correspondencia durante muchos, muchos años, y todavía hoy extraño sus cartas. Las cartas también fueron una herramienta central en mis primeras experiencias amorosas, jugaron un papel decisivo en todas mis relaciones desde los quince y al menos hasta los veintiséis años. Tuve también una amiga muy querida en Argentina y un amigo en Chile con quienes mantuve una correspondencia prolongada. Así que sí, la escritura de cartas formó y todavía forma, aunque de modo distinto, parte sustancial de mi educación afectiva y de mi vida en general. Ahora me descubro más floja y pocas veces uso el correo postal, pero sí me escribo por correo electrónico, constantemente y ya desde hace algunos, con una amiga que está lejos.
En el libro se pregunta: “¿De qué diablos nos sirven los vestigios de algo que ya no es?”. ¿Qué respondería hoy?
He estado explorando la idea de escribir como las lombrices. En un proceso de compostaje, ellas transforman los vestigios de materia orgánica en abono para la tierra. Tienen la capacidad, incluso, de subsanar la toxicidad de los suelos. Esta indagación me ha hecho pensar que los vestigios nos sirven para resignificar los materiales con los que trabajamos el presente. Y el ejercicio de la escritura, en particular, podría ser capaz de hacer lo mismo: traer documentos al presente, señalar su toxicidad e intentar, a través de la relectura y la reescritura, de quitarles su univocidad, de volverlos equívocos, cambiarles la dirección o el sentido. En última instancia, transformarlos en otro tipo de abono.
Manifiesta constantemente que la docencia es un pilar en todos sus procesos, ¿hay algo de sus clases en Conjunto vacío?
No hay algo que sea visible en el libro y que pueda señalarse como tal, pero suelo pensar que si soy capaz de dar una clase sobre alguna cuestión o proponer una idea a partir de las lecturas que he trabajado, y si soy capaz de que eso, a su vez, se transmita o sea coherente o valioso para mis alumnxs, entonces querrá decir que hay una dirección, un sentido para seguir. Si lo que propongo en una clase no se entiende o siento que no logré amarrar los cabos, entonces vuelvo al estudio a retrabajarlo, a releer. Y regreso al aula al año siguiente o al curso siguiente a ver si ahora sí. Buena parte de mi investigación artística sobre las relaciones entre imágenes y palabras, por ejemplo, que fue fundamental para escribir Conjunto vacío, comenzó y continúa sucediendo en las aulas. El formato de una clase y el espacio del aula son el lugar donde se comparte y se discute la investigación. También creo que sin investigación, para mí no es posible la escritura.
Una vez en una conversación con Juan Cárdenas mencionó que su material de escombro principal es el archivo, ¿qué tipo de archivo consultó para este libro?
Principalmente el archivo familiar, propio y ajeno (por entonces me habían dado el trabajo de ordenar el archivo personal de una actriz y escritora española-mexicana). También fue muy importante estudiar los diagramas de Venn con un manual para profesores de teoría de conjuntos, afortunadamente los explicaba de un modo muy claro y didáctico y logró refrescarme mis clases de la secundaria. También hice mucha investigación visual para encontrar las obras de arte que aparecen en la exposición que “curé” dentro del libro o para encontrar cómo es una hoja de observación o las diversas simbologías del clima y cada uno de los detalles que aparecen ahí. Creo que cada elemento tiene un archivo detrás. Incluso, podría agregar a la lista todos los manuscritos llenos de notas y pegotes que hice durante el proceso. Pero lo cierto es que el uso de archivos ha ido creciendo en cada uno de mis proyectos o, más bien, el archivo se ha vuelto cada vez más protagónico, tanto que uno de mis últimos libros, La compañía, es casi puro archivo.
¿Quedarse sin palabras y solo poder decirlo con dibujos es algo que le pasa, así como parece pasarle a la protagonistas de Conjunto vacío?
Sí, y a veces tampoco logro decir las cosas con dibujos. 
ANDREA YEPES CUARTAS

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