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Lecturas Dominicales

Cenizas

El escritor Primo Levi nació el 19 de julio de 1919 en Turín, Italia, y murió en esa misma ciudad, a los 68 años.

El escritor Primo Levi nació el 19 de julio de 1919 en Turín, Italia, y murió en esa misma ciudad, a los 68 años.

Foto:Getty Images

Un texto de la escritora Margo Glantz, a propósito del centenario del nacimiento de Primo Levi.

Empiezo este texto con unas palabras, por lo menos curiosas, de Primo Levi, quien se suicidó en 1987, algunos años después de publicar el libro El oficio de los demás, del cual cito en extenso:
Lo decible es preferible a lo indecible, la palabra humana al gruñido animal. No es casual que los dos poetas menos inteligibles de la lengua alemana, Trakl y Celan, se hayan suicidado, a dos generaciones de distancia. Su destino común hace pensar en la oscuridad de su poética como un prepararse-a-morir, un deseo-de-no-ser, un escaparse-del mundo donde la muerte buscada es una coronación [...]. Se siente que su canto es trágico y noble, pero confusamente: ir más lejos es una empresa desesperada, no solo para el lector común, sino para el crítico. La oscuridad de Celan no es desprecio para el lector, ni impotencia expresiva, ni perezoso abandono al flujo del inconsciente: es de verdad un reflejo de la oscuridad de su propio destino y de su generación que se va espesando alrededor del lector, apresándolo como una tenaza de acero y de frío, a partir de la cruel clarividencia de Fuga de muerte hasta el caos atroz y obstinado de sus últimas composiciones. Esas tinieblas, cada vez más densas a medida que avanzan las páginas, se convierten en un último balbuceo desarticulado. Consternan como el estertor de un moribundo y lo son en realidad. Nos atraen como atraen los abismos, pero al mismo tiempo nos destituyen de algo que debería decirse y no se ha dicho, que nos frustra y nos repele. Yo pienso, por lo que a mí respecta, que se debe meditar sobre el poeta Celan y tenerle compasión más que imitarlo. Si su mensaje es un mensaje, éste se pierde en el ‘ruido’, no es una comunicación, no constituye un lenguaje, o a lo sumo es un lenguaje embarazoso y mutilado. Como el del que va a morir, como el que todos tendremos cuando agonicemos. Pero justamente porque los vivos no estamos solos, debemos obligarnos a no escribir como si lo estuviésemos. Somos responsables, mientras vivimos: debemos responder de lo que escribimos, palabra por palabra, lograr que cada palabra tenga un peso.
Habla de nuevo Levi en su último libro Los hundidos y los salvados, son cenizas de las que podemos responder porque están repletas de significado aunque su ligereza parezca desmentirlo:
Las cenizas humanas provenientes de los crematorios, toneladas diarias, eran fácilmente reconocibles como tales pues con gran frecuencia contenían dientes o vértebras. A pesar de eso, se usaron con distintas finalidades: para rellenar terrenos palúdicos, como aislante térmico en los intersticios de las construcciones de madera, como fertilizante fosfórico; especialmente se emplearon como arenas para cubrir los caminos de la aldea de las SS, situada junto al campo (se refiere a Auschwitz, naturalmente). No sé si por su dureza, o por su origen, aquel era un material para ser pisado.
He tomado a Primo Levi como paradigma, representa uno de los extremos de lo decible en relación con el exterminio de los judíos de Europa, tarea a la que tanto Celan como Levi se abocaron en sus escritos. Levi y Celan, sobre todo Celan, violaron la prohibición expresa de referirse a Auschwitz tal como esa prohibición fuera formulada por Theodor Adorno: Escribir un poema después de Auschwitz es bárbaro.
Se trata de la polarización más absoluta, Levi, acostumbrado a mirar la realidad con los ojos analíticos de un científico, un tipo de científico especial puesto que trabaja la química inorgánica, contempla las cenizas y el lenguaje desde la misma perspectiva, ambos son objetos literalmente, tienen sentido en su concreción absoluta, las palabras sirven para comunicarse con los demás, son un instrumento ni más ni menos que los matraces, las redomas y demás herramientas que propician las metamorfosis, esa posibilidad alquímica a través de la cual “de una materia imperfecta se obtiene la esencia” (El sistema periódico), como de los cuerpos de los judíos incinerados se obtenían materiales útiles para los arios, materiales aptos para la profanación.

He tomado a Primo Levi como paradigma, representa uno de los extremos de lo decible en relación con el exterminio de los judíos de Europa

El yo de Levi es un yo sin equívocos, es el yo de Primo Levi, un yo que se dirige a sus semejantes para hablarles con responsabilidad de un acontecimiento que no debió de haberse producido, un acontecimiento llamado Auschwitz, una experiencia imposible de erradicar, que nunca ya dejará de suceder, repitiéndose incesantemente, como en el sueño recurrente que Levi describe en un poema en donde la cotidianeidad del campo es eterna en su retorno, el retorno a una orden que interrumpe el sueño –en el campo y en la pesadilla recurrente–: Wstawac, una palabra cuyo peso es excesivo, la verificación de que no se ha salido del campo ni nunca se saldrá y de que se ha iniciado un nuevo día de trabajos forzados, hambre, sed, frío, vejaciones. Palabra asociada a las cenizas, hechas de residuos de cuerpos consumidos. La palabra Wstawac, palabra polaca casi impronunciable, se agrega a una palabra pronunciada por Hölderlin como un enigma, un balbuceo inarticulado, un estertor de moribundo, un-escaparse-del-mundo, un encuentro con la locura o un intento por descifrarla, una palabra-llave, palabra contraseña, como la palabra hebrea Shibboleth, tomada de la Biblia, de los Jueces, y que intitula un poema de Celan, cuya referencia concreta sería un doble exterminio, el de los republicanos españoles a manos de los franquistas en 1934 y el de los judíos de la tribu de Efraín exterminados por los de la tribu de Galaad, reconocidos cuando pronunciaron la contraseña que los identificaba. Estas palabras son palabras de naufragio, palabras supérstites, emitidas por un testigo-sobreviviente y arrojadas como desechos, restos, residuos de la lengua, como esas palabras oscuras a las que Levi teme y aborrece, palabras con las que rechaza la escritura de Celan, y con todo semejantes a las proferidas por Friedrich Hölderlin, el romántico alemán, cuando ya éste vivía en su torre-manicomio, territorio de su locura. Las palabras de este precursor, alter ego de Celan son: “Pallaksch, Pallaksch”, con las que concluye un poema del poeta del que me ocupo, escrito después de una visita a Tubinga, donde vivió sus últimos años. Palabras marcadas y cercenadas del resto del poema por un paréntesis y unas comillas; con ellas Celan explora justamente ese territorio que tanto le asusta a Levi, el de lo inarticulado, el estertor de quien ya muy cerca de la muerte y sujeto a la locura produce un balbuceo. Esbozo, a mi vez otro balbuceo, un intento de aproximación en español al poema de Celan:
Llegó, si llegó.
Un hombre
Llegó un hombre al mundo, hoy
con la barba luminosa
del patriarca: podría
si pudiera hablar de ese tiempo, él
si pudiera
balbucear y sólo balbucear,
siempre-siempre,
más-más
(“Pallaksch, Pallaksch”)
Un dato al margen: cuando Celan decidió suicidarse estaba leyendo una biografía de Hölderlin; en su escritorio, una página abierta con unos versos subrayados: “A veces el genio cae en la oscuridad y se hunde en el oscuro pozo de su corazón”, (Festiner).
Wstawac significa, quiere decir algo, es una orden pronunciada en un idioma extranjero para el protagonista y para muchos de los habitantes del campo, aunque al ser emitida como un aullido, como cualquiera de las órdenes gritadas por los alemanes o los kapos, perdía su integridad como palabra humana. Pallaksch es de entrada una voz extranjera, nos llega desde otra orilla, la de la alienación. Hay una tercera voz, es emitida por un niño mudo del que nos habla Levi, es otro producto de desecho del campo, los deportados lo llamaban Hurbinek, un día, después de la liberación de Auschwitz por los aliados, se le oye murmurar un vocablo: mass-kló o mastikló. ¿Qué quiere decir esa palabra?, se pregunta Levi en La tregua: “Hurbinek, el no nombrado, cuyo minúsculo antebrazo portaba el tatuaje de Auschwitz; Hurbinek murió los primeros días de marzo de 1945, libre pero irredento. No queda nada de él: testimonia a través de mis palabras”.
¿No parece haber una perfecta simetría entre esos vocablos, aunque el usado por Levi parezca remitir a algo articulado, y los otros dos sean respectivamente Pallaksch, la voz de la locura, y mass-kló, simple pero también totalmente, la voz del hambre o la de una identidad precaria?, ¿no son también cenizas esas voces emitidas desde los resquicios más pulverizados del habla?
***
Primo Levi y Jean Améry (Hans Meyer) fueron prisioneros sobrevivientes de Auschwitz, uno italiano, el otro austriaco. Ambos escribieron, sin haberse conocido, una historia de semejanzas y desencuentros: para ellos el hecho de ser judíos había sido un mero accidente, se sentían –eran– ciudadanos legítimos de sus países de origen y desconocían casi por entero la tradición hebrea. Las leyes de Núremberg los conminaron a reconocerse como judíos y, de golpe y al mismo tiempo, como seres inferiores que contaminaban con su sola presencia la vida pública. Améry confiesa que advertirlo fue descubrir que cargaba la muerte a cuestas. Para la mayoría de los judíos que creyeron pertenecer de hecho y de derecho a su cultura de origen, fabricarse una nueva identidad fue una degradación, no porque tuviesen que verificar su judeidad, sino porque asumirla de esa manera constituía una vergüenza y una maldición. Améry aceptó su destino, es decir, el hecho de ser irremediablemente judío, al tiempo que se rebelaba contra una condición que se le imponía.
El caso de Levi es menos extremo, por las condiciones mismas de la vida de los hebreos en Italia y por su temperamento más mesurado y conciliatorio: decía simplemente que no había tenido conciencia de su identidad antes de llegar a Auschwitz. Ese acontecimiento se convirtió en una experiencia imposible de erradicar para los sobrevivientes, nunca dejará de suceder, repitiéndose incesantemente, como en el sueño que Levi describe en su poema.
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