“Aunque una erupción fuerte desde que yo nací no ha pasado”. La sintaxis de esa frase es rara. Hay algo que parece fuera de orden. Al mismo tiempo, esa distribución de las palabras sugiere un habla que quizá nos parezca familiar, y mientras tanteamos nuestros archivos sonoros para encontrar dónde hemos escuchado algo parecido –¿un pariente?, ¿un conocido?, ¿tal vez en la televisión?– pasamos por alto la presencia que los ojos y los oídos dejaron en un segundo plano: en la frase, sin hacer mucho ruido, evidente aunque inactivo, hay un volcán.
De Tefra, la primera novela de la artista Viviana Troya (Pasto, 1992), se puede decir que está construida con los materiales que se encuentran alrededor de un volcán. El mismo título alude a los fragmentos incandescentes que salen disparados en una erupción y el libro se ciñe rigurosamente a esa metáfora para entregarnos una sucesión de fragmentos en prosa que brillan intensamente antes de apagarse. No es de extrañar, entonces, que el libro abarque desde descripciones técnicas de la geografía hasta la oralidad más localizada, que por momentos, y con gran acierto, recuerda el ensamble de voces con el que Svetlana Alexievich narra la catástrofe de Chernóbil.
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El libro de Troya se desprendió de la investigación que hizo como parte de su maestría en el Royal College of Art. “Mi tesis era una instalación interactiva, era una pared vacía, gigante, pero con la misma temperatura que una pared en mi casa en Pasto. La gente la tocaba y sentía el frío”, dice Troya, y añade que su objetivo era indagar sobre las posibilidades de la traducción.
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Los textos que componen Tefra quieren traducir un lugar y una temperatura, y lo logran presentándonos las formas en que el paisaje, las leyendas que explican ese paisaje, así como los temblores y una historia regional llena de incertidumbres terminan por configurar cuerpos vivos. En el libro, esos cuerpos nos entregan sus relatos con la tibieza del aliento, a pesar de que en Tefra no hay personajes definidos ni un arco argumental convencional. Lo que emerge a lo largo de la novela es una acumulación de temperaturas, la forma de una geografía humana.
“A’yo me acuerdo que había muchos temblores, muchas tempestades, y que la gente salía a dormir, yo no sé por qué, salía a la plaza”, dice una voz que describe la erupción del 48. Se trata de un evento que no está en ningún registro histórico, pero cuyo testimonio se suma a otras versiones sobre el pasado cuyas sutiles distorsiones ponen en escena otra de las intuiciones del libro. “Para mí todo estaba relacionado con unas bases fantasma”, dice Troya, quien en su investigación sobre Pasto y el volcán no paró de encontrar vacíos y contradicciones.
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Y es que, para ponerlo en los términos geológicos de Tefra, parece que al tratar de responder a la pregunta sobre qué significa vivir al pie del volcán, siempre afrontamos fallas y fisuras, obstáculos que amenazan con derrumbar cualquier conclusión definitiva y que de paso les remueven el suelo a los discursos identitarios o regionalistas que intentan resolver la cuestión con un simplismo al que Tefra le responde que “todo debajo de la superficie es imaginario”. Puede que, por momentos, el libro caiga en un intimismo con referencias demasiado específicas, pero sin duda es una inteligente indagación sobre la alquimia que pone a la geografía a sonar en nuestras voces.
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Tefra. Viviana Troya. Laguna Libros.133 páginas. $ 39.000
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MATEO GUERRERO GUERRERO