Al pensar en Suzanne Vega, la primera imagen que se viene a la mente es la del video de la canción Luka, de 1987: lánguida y pálida como un hada, inexpresiva, con un flequillo que enmarcaba unas cejas fuertes, ojos inmensos y una boca que parecía dibujada con determinación. Vega era Luka, cantaba como Luka, un niño pequeño, el que vivía en el segundo piso, el que no quería que le preguntaran cómo iban las cosas. La otra canción por la que se recuerda a Vega, la del ritmo pegajoso, la primera canción que tomó la forma de mp3, Tom’s Diner, cuenta una escena simple en una cafetería en la que se cruzan miradas y personajes, intenciones y desencuentros. Entre su repertorio hay otras canciones memorables –Caramel, Marlene On The Wall, Left of Center– que se presentan como historias contenidas, cuentos que dan voz a soldados, a reinas, incluso a diminutos objetos azules; narraciones sobre la guerra y el mundo antes de Colón, sobre el deseo, sobre figurines de Edith Wharton, sobre ángeles. Su noveno álbum de estudio, Lover, Beloved: Songs From An Evening With Carson McCullers, sigue con la misma idea narrativa de sus álbumes anteriores, con el mismo afán de contar historias en voces de otros, esta vez en la de la escritora Carson McCullers.
Lula Carson Smith, más conocida como Carson McCullers, publicó a los 23 años, en 1940, El corazón es un cazador solitario y enamoró a la crítica con su capacidad para darles voz a personajes tan diversos como un hombre negro intelectual, un mudo y una niña adolescente. Así como Vega, primero que Vega, antes que muchos. Luego vinieron Reflejos en un ojo dorado (1941), la obra de teatro después novelizada The Member of the Wedding (1946, llamada en español Frankie y la boda) y la novela corta La balada del café triste (1951), además de cuentos como “Wunderkind”, “A Tree, a Rock, a Cloud” y “Sucker”. McCullers se convirtió en la representante del gótico sureño: sus personajes eran outsiders, incomprendidos, solitarios y ambiguos en todo sentido. Ella también fue así. Tuvo una vida tormentosa entre amoríos con hombres y con mujeres, su figura –lánguida también, con flequillo también, antes que Vega también– recordaba a la de un muchachito incómodo, a la de una adolescente muy torpe que no ha terminado de ajustarse al espacio.
McCullers se convirtió en la representante del gótico sureño: sus personajes eran outsiders, incomprendidos, solitarios y ambiguos en todo sentido. Ella también fue así.
En “White Writer”, un texto publicado en octubre en The New Yorker, Sarah Schulman se pregunta de dónde viene ese talento de McCullers para escribir con tanta facilidad desde puntos de vista tan diversos y ajenos a ella; algunos lejanos en el tiempo, incluso hacia el futuro. ¿Cómo se despega una escritora blanca del yugo de ser blanca y privilegiada para escribir desde el punto de vista de los oprimidos? ¿Empatía? No. La conclusión es que McCullers estaba incómoda con su género, con ser solo mujer, con vivir como la misma siempre, que durante sus cincuenta años se encontró en un punto intermedio, en tránsito entre ser y no ser, “tenía una identidad que aún no había sido descubierta por la historia”.
Suzanne Vega dijo en una entrevista para The New York Times que su interés por McCullers viene desde la adolescencia, cuando se reconoció físicamente en ella luego de ver su foto en la cubierta de un libro, en esa dualidad tan extraña para su tiempo (es fácil volver a la imagen inicial, la del video de Luka y recordar que en ese entonces, en los ochenta, figuras de una excentricidad diferente como Madonna y Cyndi Lauper se tomaban la escena musical) y en esa búsqueda de la identidad como artista e individuo. Esta imagen la siguió hasta que estudió teatro y escribió un monólogo que giraba alrededor de la vida de la escritora. Este mismo monólogo se convirtió en la obra de teatro musical Carson McCullers Talks About Love, de 2001, en la que Vega interpretaba a McCullers con todos sus matices durante noventa minutos. Esta puesta en escena biográfica no fue un éxito rotundo, pero tampoco un fracaso.
Lover, Beloved: Songs From An Evening With Carson McCullers es la tercera versión de este intento de Vega de canalizar a McCullers. Son diez canciones entre ritmos de folk y blues con tintes de tonadas de musicales de los años cuarenta. Entre las canciones más notables del álbum se encuentran el sencillo, We of Me, que suena a las canciones a las que nos acostumbró Vega, con guitarras y un tambor de sonidos muy bajos, como de celebración pagana. Está basado en una frase de The Member of the Wedding, “They are the we of me” (“Ellos son mi nosotros”), con la que la protagonista adolescente, que lleva todo el verano sin ser parte de nada, describe la relación con su hermano y la nueva esposa de este. Harper Lee, cantada desde el punto de vista de McCullers, es una lista de nombres –Virginia Woolf, Faulkner, Graham Greene, Proust, Tennessee Williams–y frases tomadas de la biografía de la autora que a ritmo de big band reclama cómo es que ella no pasó a la historia como los demás. “¿Cómo pueden comparar a Harper Lee conmigo si ella escribió solamente un libro?”. The Ballad of Miss Amelia y Twelve Mortal Men hacen referencia directa a La balada del café triste y al triángulo amoroso e imposible de Amelia Evans, Marvin Macy y el primo Lymon, sin duda tres de los personajes más interesantes de McCullers y uno de los textos más dolorosos de la escritora. Es fácil reconocer los temas de McCullers –soledad, amor no correspondido, extrañamiento, ambigüedad, androginia y un dolor profundo– en este disco de Suzanne Vega, que sigue cantando de forma suave y precisa, que sigue contando historias en forma de susurro. Sin embargo, y vale la pena decirlo porque no se ha dicho suficiente, más allá de dejarse tentar por los sonidos de Vega hay que volver a los textos de McCullers para celebrar esa voz tan particular que también susurra con la certeza de la poesía.
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