Washington Irving fue probablemente el primer escritor famoso de América. Antes de cumplir los treinta años, en diciembre de 1809, publicó Una historia de Nueva York (Nórdica Libros, 2016), que rápidamente se convirtió en un best-seller entre los neoyorquinos de la época. En sus primeros doscientos años de funcionamiento, la ciudad de New York no tenía historiadores, poetas o narradores que la contaran. Los dos volúmenes de Irving saciaron de golpe esa hambre de conocimiento. Irving huye de todo academicismo y escoge un tono sarcástico que no oculta el intenso trabajo de documentación que llevó a cabo en bibliotecas públicas y privadas de la época.
“A fin de cuentas, amable lector, las ciudades, por sí mismas, no son nada sin un historiador. Es el paciente narrador quien alegre registra la creciente popularidad de su auge; quien proclama el esplendor de su cénit; quien apuntala sus débiles monumentos cuando estos se tambalean en decadencia; quien reúne sus dispersos fragmentos mientras estos se pudren; y quien devotamente y en detalle recopila sus cenizas en el mausoleo de su texto y erige un monumento triunfal para transmitir su fama a todo tiempo sucesivo”.
De la importancia de este libro da cuenta que de Diedrich Knickerbocker, el ficticio narrador de la historia que inventa Irving, un misterioso viajero holandés, es de donde proviene el diminutivo que denomina al equipo de baloncesto, orgullo de la ciudad: los New York Knicks.
Otro libro de reciente aparición en castellano es Bajos fondos, una mitología de Nueva York (Libros del K.O., 2016) de Luc Sante. Un libro para leer con un buen whisky irlandés al lado. Está organizado en cuatro partes. La primera, “Paisaje”, describe las configuraciones del terreno, las condiciones materiales de las viviendas y las apariencias de las calles. La segunda, “La vida activa”, trata sobre las tentaciones y las evasiones de la realidad con alcohol o drogas. La tercera, “El brazo”, es una mirada a las fuerzas del orden, la represión y el lucro. La cuarta, “La ciudad invisible”, trata de inventariar las maneras en que algunas personas intentaron crear su propia ciudad alternativa.
“Los fantasmas de Manhattan no son los espíritus de las clases adineradas, que están sepultados bajo sus nombres, bajo sus obras, bajo sus construcciones. Los fantasmas de Nueva York son las almas sin descanso de los pobres, los marginados, los desposeídos, los depravados, los tarados, los contumaces (…) Mientras que Nueva York ha adoptado como sobrenombre la Gran Manzana, un apelativo ilusionado que le dieron los músicos de jazz cuando su arte estaba de moda remunerativamente hablando, sería más veraz que la ciudad respondiera a los apelativos gemelos con los que la conocían los vagabundos: la Gran Mancha y la Gran Cebolla”.
Estamos en los años setenta, cuando Nueva York es tan atractiva como peligrosa. Y a esa urbe convulsa llega el poeta ruso Edouard Limónov.
Libros del K.O. es una editorial fundada por un grupo de jóvenes periodistas españoles que en poco tiempo ganó respeto y espacio en las bibliotecas de los cada vez más numerosos lectores ávidos de buen periodismo narrativo. La banda que escribía torcido, de Marc Weingarten, es otra muestra de su línea editorial. Subtitulado Una historia del nuevo periodismo, se cuenta en sus páginas las desventuras de los escritores que cambiaron para siempre la manera de hacer periodismo. Un manual indispensable que explica el proceso creativo y la relación de los autores con los editores de The New Yorker, Esquire y de otras publicaciones de Nueva York donde empezó a publicar gente como Joan Didion, Tom Wolfe o Hunter S. Thompson.
Otra editorial independiente publicó uno de los libros más viscerales sobre lo que supone ser un emigrante en Estados Unidos. Estamos en los años setenta, cuando Nueva York es tan atractiva como peligrosa. Y a esa urbe convulsa llega el poeta ruso Edouard Limónov. Soy yo, Édichka (Marbot Ediciones, 2014) es un libro sobre sexo, política, más sexo, celos, odio de clase, aún más sexo y amor, mucho amor, el amor padecido como una enfermedad incurable. El libro, escrito en ruso, publicado primero en francés en los ochenta y ahora, después del éxito de su fascinante biografía, traducido a varios idiomas. “Limónov no es personaje de ficción, existe y yo lo conozco”, escribe Enmanuel Carrère. Limónov es un disidente de cualquier régimen que no respete a sus creadores. Limónov es un poeta que se exilia cansado de no poder publicar sus textos, pero se da cuenta de que Nueva York no es la panacea de nada, y que tiene tantos defectos una sociedad capitalista como una comunista. En ambos casos la maldición del trabajo. Siempre el maldito trabajo.
“La gente como yo, desde luego, es un asco, y aquí escasea tanto como en Rusia. Si se visten y se peinan con bigote y barba, cabe pensar: un artista, escritor, una persona original, con una vida complicada, en Rusia suele coincidir. Aquí, nada más lejos de la realidad. Venden aspiradores, leen periódicos. A veces apoyan de buena gana las innovaciones. La revolución sexual, ¿por qué no? Ya que no pueden amar, no tienen fuerzas, los miserables, apoyan cualquier cosa. A los esclavos les encanta hacer ver que son personas libres”.
También en los años setenta la novelista Rachel Kushner ambienta Los lanzallamas (Galaxia Gutenberg, 2014). Su protagonista, Reno, es una chica apasionada por las motos, que quiere ser artista y a quien todo el mundo traiciona. Montada en su moto viaja hasta el Gran Lago Salado de Nevada en busca del punto preciso donde Robert Smithson construyó su Spiral Jetty, probablemente la pieza más emblemática del Land Art. Reno se da cuenta enseguida de la ironía de que una persona tenga que vivir primero en Nueva York para llegar a ser luego un “artista del Oeste”. Kushner es una narradora original que alardea de no leer a sus contemporáneos por falta de tiempo. Su admirado Don DeLillo es la excepción. Asegura también que no hubiera podido escribir su libro si no hubiera leído al Bolaño de Los detectives salvajes. Su trabajo con las distintas voces, los variados registros que usa la ayudan a componer un mosaico que cuestiona también el modo como se escriben novelas hoy en día.
“Las cosas más interesantes que están ocurriendo en el mundo del arte las hacen los que muerden la mano de quien les da de comer. El arte está tan centrado en su relación con el capitalismo que es la única manera de romper el círculo vicioso. La paradoja es que no está claro que eso sea arte de verdad”
Pero si de plumas afiladas hablamos, debemos congratularnos del empeño por rescatar del olvido a Renata Adler y su mítica primera novela: Lancha rápida (Editorial Sexto Piso, 2015). ¿Renata Adler? ¿Quién es Renata Adler? Un torbellino de nombres gira sin cesar a nuestro alrededor. Entran por un oído y salen por el otro. La mayoría de ellos no los recordaremos mañana, pero eso no importa. Creemos en la existencia de una criba temporal justa que va tamizando la arena hasta que al final sólo quedan terroncillos dorados: esos nombres que realmente merece la pena recordar. Como el de Adler. Construida a partir de fragmentos breves, collages poéticos o diálogos que parecen sacados del teatro del absurdo, la prosa de Adler se impone:
“Muchas veces encuentro personas a las que no les gusto o que no se gustan entre ellas. No siempre importa. Yo sigo sonriendo, hablando. Llamo a la misma puerta una vez, tres veces, doce. La antipatía no tiene consecuencias. Sólo se acumula en mi mente, como conservas en un estante o pistolas que apuntan pero nunca disparan. La misma sonrisa. Conocí a alguien que cuando se iba a dormir, en lugar de contar ovejitas, contaba gente contra la que tenía motivos de agravio: matones de la infancia, profesores del parvulario, hasta niñeras, jefes, empleados, cualquiera que le hubiera caído mal hasta el día anterior. Cuando los tenía rodeados en su mente, los ametrallaba. Si resultaba que se había olvidado de alguien, tenía que volver a empezar. Rodearlos. Ametrallarlos otra vez. Dormía sin dificultad. El Día del Juicio podría estar lleno de arsenales privados como éstos.”
¿Renata Adler? ¿Quién es Renata Adler? Un torbellino de nombres gira sin cesar a nuestro alrededor. Entran por un oído y salen por el otro
Nueva York quizás ya no sea la capital del mundo, pero eso no es óbice para que Kenneth Goldsmith titule así su monumental trabajo. Capital (Verso Books, 2015), aún inédito en castellano, es un montaje literario a la manera de Benjamin, un homenaje de casi mil páginas, un ensamblaje poético construido exclusivamente a partir de citas, ya sean de periódicos, novelas, diarios, documentos oficiales o mails. ¿Puede una megalópolis ser escrita de verdad? Este “tocho” es la constatación de un bello fracaso, un fascinante ejercicio de apropiación tan ambicioso como la ciudad que la inspira. New York, New York.
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