En la escritura de Sara Mesa algo no termina de encajar como debería. Este desajuste –que en otros pasaría más por un defecto que por una virtud– acentúa en su literatura una constante que se sostiene en la mayoría de sus libros: hay una distancia ante lo convencional, una rebeldía estética que se desfasa y no se adhiere con facilidad ante lo que se prevé de ella, que se ensimisma y se diferencia. En este horizonte, Sara Mesa halló un territorio fértil, una autopista directa que orienta su literatura hacia una especie de campo de pruebas. “No me interesan las novelas de tesis –dice la autora– pero sí ese ángulo un poco teatral en el que lo importante es la acotación de ciertos escenarios bien definidos (a veces artificiales), pocos personajes, tramas psicológicas...”.
Nacida en Madrid en 1976, con ocho libros publicados hasta la fecha, no fue hasta la publicación de 'Cicatriz', hace dos años, que su nombre dejó de ser una promesa y se convirtió en una realidad para la literatura española: la novela tuvo un “éxito inesperado”, ya va por su sexta edición, se ha traducido a cuatro idiomas y fue elogiada, tanto por numerosos suplementos literarios (fue uno de los libros del año en casi todos), como por escritores de la talla de Rafael Chirbes, que dijo sobre su trabajo: “Desde una inquietante visión de la contemporaneidad, tanto en 'Cicatriz' como en su anterior novela 'Cuatro por cuatro', Sara Mesa levanta una literatura de alto voltaje trabajada con precisión de orfebre”.
Siempre lo consideré un libro fallido, aunque lo que uno considere tiene poco que ver con la realidad, es muy subjetivo.
“Para mí fue toda una sorpresa. Me puso ‘en el mapa’ –cuenta la autora–. Siempre lo consideré un libro fallido, aunque lo que uno considere tiene poco que ver con la realidad, es muy subjetivo. A nivel externo, ha supuesto cambios, como que me inviten a muchos actos, me ofrezcan entrevistas, se me considere... A nivel interno, no es mucho cambio, yo sigo teniendo las mismas dudas de siempre. Para mí, escribir es ir sobre la cuerda floja y un éxito no garantiza otro. De hecho, no garantiza nada”.
En 'Cicatriz', la autora pone en tensión cierta tendencia de las personas a disfrazarse, a inventarse vestuarios opuestos a su temperamento para elaborar así, en lo posible –y muchas veces como única opción–, algunos juegos de poder entre ellas mismas: los protagonistas, una mujer y un hombre obsesionados el uno con el otro –pero de manera diferenciada– entablarán una relación virtual con detalles a veces escabrosos y a veces cincelados de patética ternura. Oscuros, contradictorios, fracturados, casi imposibilitados para ser felices –quizás ese no sea su fin–, los dos personajes de 'Cicatriz' mantienen un contacto endeble con su entorno, ensimismándose en su realidad, esa que resulta del vaivén entre el juego de poder y la sumisión. “Son personajes sometidos a conflictos que no han elegido, muchas veces conflictos de índole moral –dice Mesa–. Se sienten desbordados y a menudo actúan con ambigüedad. Me interesa ese punto de tensión. Para mí es una indagación en la dificultad de la vida, incluso de las vidas más normales, las cotidianas”.
Mesa pertenece a una nueva generación de escritoras españolas que, junto a Pilar Adón, Mercedes Cebrián o Elvira Navarro –herederas de novelistas que marcaron la ruta como Belén Gopegui o Marta Sanz– están reinventando el panorama literario de su país con pequeñas revoluciones privadas, emparentadas más con la elaboración de un mundo propio que con la preocupación de llegar a un gran público, ligado casi siempre con la literatura de fácil digestión: “No es sólo la búsqueda de aislamiento”, matiza Mesa, “sino también la creación de un mundo paralelo, con reglas propias, donde lo exterior no daña o daña lo menos posible. Es la construcción del artificio, el refugio de la fantasía, algo que a menudo hacen los niños, pero que también hacemos los adultos”.
Lectora de Faulkner, Chejov, de las novelas de Dostoievsky y Kafka, del teatro de Beckett, Mesa dice que los libros que la marcaron lo hicieron en la adolescencia y que a pesar de haber leído muchas más cosas después, por supuesto, aquellas fueron sus epifanías. Estas lecturas fueron definitivas para fundamentar su vocación, perfilando para ella lo que sería una especie de mapa estético: una literatura preocupada por la indagación psicológica de sus personajes, no a la manera realista del siglo XIX, sino a través de la forma, de las sutilezas que la atmósfera del relato permite acoger dentro de ella, como un cuerpo que las adhiere y se nutre en busca de un mismo objetivo.
“Casi siempre son imágenes, pequeñas partes de la historia que luego iré desarrollando a medida que avanzo”, explica Mesa, al preguntarle cómo empieza a elaborar sus historias. Si bien muchos escritores sólo comienzan a escribir cuando tienen toda una investigación previa y más que definida, con documentos, esquemas y bosquejos de personajes –viene a la cabeza el caso de Mario Vargas Llosa, con su novela 'La guerra del fin del mundo', y las preparaciones de varios años para acumular cientos y cientos de fichas para poder escribirla– en el caso de Mesa no sería ni lo uno ni lo otro –tampoco al nivel de Javier Marías, que se sienta y escribe sin brújula, a la deriva–, sino un proceso que apunta más al descubrimiento, a un ejercicio reposado de búsqueda, al tanteo en territorio oscuro: “No tengo esquemas sólidos previos. Escribir es descubrir, nunca sé bien dónde llegaré. Hay una parte de improvisación (que prefiero llamar intuición) y muchas revisiones para conseguir que el todo tenga coherencia”.
Uno de los aspectos más interesantes de la literatura de Sara Mesa es su prosa. Con un sentido atlético de la omisión –como de corredora de fondo– su escritura establece sus dominios en un ejercicio de elasticidad permanente, parecido al de calibrar la temperatura en un lugar cerrado, que se va ajustando en el camino del lector gradualmente, sin aspavientos: “Me gusta mucho ese tipo de escritura en la que cuenta más lo que se calla que lo que se dice, en la que se sugiere lo no obvio, en la que se apunta a un foco para en realidad hablar de otro”, dice. Se podría definir como una escritura de primer piso –que se sostiene a la vez que inicia en sí misma–, edificada, además, en la sustracción de lo accesorio, como si operara por descuento y no por acumulación: frases cortas, palabras precisas, imágenes contenidas. “Sí, es una buena definición. Contrariamente a lo que muchos piensan, es una escritura más compleja. Cada palabra adquiere mucha más densidad”.
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