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Lecturas Dominicales

Narrar desde el exilio

La escritora Ingrid Rojas estará en la Feria del Libro de Bogotá, en abril, hablando de su novela.

La escritora Ingrid Rojas estará en la Feria del Libro de Bogotá, en abril, hablando de su novela.

Foto:Cortesía Editorial Impedimenta

Reseña de 'La fruta del borrachero', novela de la escritora colombiana Ingrid Rojas.

 
Hay palabras que se van gastando, que el tiempo y la indolencia las van privando de su significado, de su poder y de su verdadera dimensión. La historia reciente de Colombia está plagada de ellas: secuestro, narcotráfico, violencia, guerrilla, paramilitarismo, bombas, libertad, memoria, democracia, incluso nombres como el de Pablo Escobar. Palabras que se convierten en paisaje. Y, sin embargo, ahí está la literatura para rescatarlas o “quizás sea la literatura, y su intrínseca capacidad de hacernos más empáticos, la que pueda salvarnos de nosotros mismos”, como dijo Alberto Manguel, salvarnos de la apatía. Algo así se siente al leer La fruta del borrachero (Impedimenta), de Ingrid Rojas. Palabras que creíamos que estaban en el cuarto de san Alejo reviven gracias a la mirada de la autora; que, víctima de esa violencia que relata, tuvo que emigrar a Estados Unidos cuando era niña, razón por la cual el idioma original de este libro es el inglés.
Las dos protagonistas principales de la novela, Petrona y Chula, llevan al lector a un ángulo poco explorado en la literatura colombiana, un ángulo que muestra cómo la violencia que vivió el país en la década de los noventa, y que aún sigue, afecta de una forma distinta a las mujeres. La primera capa de la historia de esta novela es lo que los viejos marxistas llamarían una lucha de clases. Petrona, una niña que vive en los barrios marginales de Bogotá, llega a la casa de los Santiago, donde va a trabajar como empleada del servicio. Allí conoce a Chula, la hija menor de la familia. Ellas dos irán descubriendo cómo funciona una sociedad clasista y muy segregada, en la cual lo único en común es la violencia.
Pasajes como la muerte de Luis Carlos Galán, las bombas de Pablo Escobar, los apagones del gobierno de César Gaviria, los ‘falsos positivos’ o el descubrimiento de la música de las Hermanitas Calle, que aparecen en el libro, son la segunda capa de la novela; su importancia crece en la medida en que cada uno de estos acontecimientos hace que las protagonistas entiendan algo de sus vidas, como puede ser el porqué del abandono, la sexualidad o el exilio.
Sin embargo, el punto de quiebre en la novela es cuando el papá de Chula es secuestrado, ahí se resquebraja la inocencia, y la violencia entra a operar como veneno. En el caso de Petrona tiene que ver en cómo debe continuar con el peso de la vida cotidiana, de una familia que se va desintegrando y con las consecuencias de una violación; por su lado, Chula se da cuenta del peligro que traían sus privilegios y el resentimiento que producen en varias personas. Además, entiende por qué tuvo que abandonar su país y ese lugar que llamó casa. Es a partir de este sentimiento como ella decide recordar, reconstruir su historia y sobre todo perdonar, porque: “... hasta el olvido es una gentileza”, como bien se narra en el libro.
Esta primera novela de Ingrid Rojas se inscribe en una tradición de escritoras y escritores que narran sus países desde el exilio y en una lengua distinta a la que se habla en ellos. Nombres como Sandra Cisneros, Patricia Engel o el mismo Junot Díaz forman parte de esta corriente. Y esto es relevante porque tratar de describir una realidad bajo otros lentes, en este caso el idioma, también amplía la vista sobre la realidad misma. No por nada Cisneros, hablando sobre La fruta del borrachero, dice: “Cuando las mujeres de color escribimos una historia, vemos el mundo como nunca antes lo habíamos visto”. L
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