“Me produce una gran impresión que el corazón no se detenga (…). Me llena la imagen de su incansabilidad. ¿Cuánto tiene que sufrir? Incluso un recién nacido tiene un corazón que se inquieta cuando él llora. Incluso Jesús lloró porque estaba orinado o
tenía frío, y en su corazón se alteró el ritmo, y a pesar de ese llanto y del consuelo que obtuvo de su madre, o de José, o de los animales del pesebre, iban a crucificarlo”.
A estas alturas amorosas llega el último libro de Carolina Sanín, que empieza como una transcripción o invención de chats pornoeróticos más o menos aburridos.
En Tu cruz en el cielo desierto, la voz que dice “yo” recorre el camino platónico que va de la belleza de los cuerpos, o al menos, en este caso, de su simulacro, hacia la belleza radiante de las formas. No es una novela, y tanto mejor. Mientras la novela siga confinada, por usar la palabra, en las reglas de la trama y del realismo, más nos vale buscar refugio en otros géneros. ¿Y por qué no si hay tantos? Novela sí, pero de caballería y reformulada por la ironía: la ironía no determina, es pura inspiración sin fijeza. Espacio imaginario perfecto para acoger el deseo, los cambios de lugar
que exige la rapidez de la imaginación, el espíritu de aventura, la locura amorosa y la vuelta del extravío. Tu cruz en el cielo desierto puede ser también un poema místico, un canto, un tratado amoroso, una meditación y un discurso, un ensayo. O una mezcla de todos los géneros que hemos olvidado para pérdida y pobreza nuestra.
Lo que empieza como un remedio ovidiano para el amor se convierte en una descripción del fenómeno erótico, del eros violento y gozoso, de la adoración y la crueldad que parecieran serle propios, una descripción que va más allá de las pequeñeces propias de los caracteres humanos y de las vicisitudes de la historia.
Sanín traspone el duelo, la pérdida amorosa, y lo convierte en un “conocimiento radical del amor”, valiéndose de la representación del amor como momento
supremo, de revelación y extravío, de conocimiento y de negación del conocimiento.
El libro es una imagen de la inquietud y la extenuación mental y emocional a la que
nos lleva un mal amor. Llega a ser también una imagen de la quietud contemplativa.
Es la búsqueda de una salida del circuito infernal de la vanidad herida, de ese oscuro
espacio del abandono que siempre es un abandono propio; es la espera de la salvación
por la venida de lo más grande: el lenguaje, la poesía, el amor verdadero, que solo llega al final, en el cielo, en el silencio. Es una circunferencia que se va ampliando, que
se aleja del ego y crece, y es por eso también el reconocimiento noble de la venida del otro, extraño y distante, real y virtual, falsificado y verdadero, pero otro, que viene
de fuera del centro.
“¿Sabes quién soy yo?”, se pregunta hacia el final del libro la voz poética, ya en plena posesión de la sabiduría encontrada o reencontrada. La voz ha cambiado, se ha transformado a lo largo de un intenso diálogo consigo misma, un diálogo
en el que el amado siempre estuvo ausente. En este diálogo amoroso, la amada
es la propia alma que atiende a sus digresiones meditativas, se entrega a autoanálisis que se bifurca incesantemente, con humor y con gozo, con maldad, con belleza,
con un falso tormento que acompaña al tormento verdadero, y una falsa
autocompasión que alza la compasión verdadera hacia sí misma. Son estas digresiones las que la van llevando hacia la verdad y la libertad, las que la van alejando de su pequeñez y de su estrechura.
“¿Quién soy?” es también la pregunta a la que busca responder Nerval en los doce sonetos de Las quimeras, uno de los cuales, ‘Artemisa’, le presta a Sanín el verso que da título a este libro. Muy propicio es que el título venga de un dominio amparado por
esta Señora de los animales. Igual que para Nerval en Aurelia, el hermoso relato de la redención de la locura y la pérdida gracias a la poesía y el sueño, la liberación
llega para Sanín por una imaginación desencadenada, salvándola de la fantasía crucificada que es la memoria, el recuerdo del amado, ese estéril siempre estar pensando en él.
El texto es una recolección de motivos que se mueven bajo el signo de la cruz, motivos que vuelven siendo otros, metáforas, relaciones y analogías: es la obra de una mente infatigable que busca en las comparaciones y en las afinidades el conocimiento que le es negado en la identidad. Inquietud de todas las cosas, feliz mudanza de todo.
***Tu cruz en el cielo desierto
Carolina Sanín
Laguna Libros
212 páginas
$ 44.000