La soledad del cuarto oscuro

La soledad del cuarto oscuro cuenta la historia de un fotógrafo en busca de la gran foto de su carrera, aquella que le permita dejar de sentirse un ‘burócrata de la fotografía’ y lo lleve a ingresar en la gran historia del fotoperiodismo para codearse con sus ídolos, Robert Capa, Robert Doisneau, Richard Avedon y todos los genios que han configurado –con imágenes icónicas– esa profesión romántica y de leyenda que es la fotografía de prensa. Hay un pequeño problema. El protagonista vive en Cali, Valle, Colombia, y trabaja en un periódico local que cada día le entrega un puñado de rollos contados como si se tratara de su frugal dotación de obrero; como si fuera poco, corren los años 90 y la brutalidad de los carteles de la droga asolan una ciudad donde el crimen se ha vuelto la regla, hasta el punto en que un asesinato en un bar, por mirar a la novia de un narcotraficante, ya no es noticia. Pero esta no es una historia sobre los límites, sino sobre el hambre de eternidad de un hombre pequeño, un joven al margen que busca su propio ‘Desembarco de Normandía’, su propia ‘Guerra civil española’, su propio ingreso al centro de la página de la historia. Este es un relato en primera persona en el que la contención es un valor estético más importante que la exhibición, en el que –como en las buenas fotos y los buenos relatos– lo que se muestra es solo la punta de un iceberg intrigante. El resultado es un personaje central creíble, vivo, reservado, como todo aquel que mira la realidad tras el filtro protector de una lente y que está ad portas de vivir el gran momento de su vida: un clic que lo es todo, y que al tiempo es tan fugaz como el triunfo humano.


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