HAY MAPAS EN que las coordenadas son sonidos, en que las avenidas están representadas con olores y la escala no se mide en kilómetros sino en recuerdos. Mapas inimaginables, como los que un día ideó Borges, tan grandes que cubrían todo el territorio que querían representar, mapas falsos que inventaban lagos en los que supuestamente estaba El Dorado, esa leyenda voraz. Probablemente no hay nada más abstracto que un mapa que bien podría ser, ¿por qué no?, un subgénero literario al que pertenecería el libro La ciudad invencible (Laguna, 2019), de la escritora uruguaya Fernanda Trías.
Publicada por primera vez en el 2013, con el nombre Bienes inmuebles, esta novela es una colección de retazos que van dándole forma a esa Buenos Aires que ataca, refugia y vive en permanente conflicto con la protagonista de la historia y que ella misma describe como: “Una ciudad siempre al borde del colapso y sin embargo generosa; una ciudad con facilidad para adaptar extranjeros y hacerlos suyos (...) Buenos Aires te digiere, pero antes tiene que masticarte”. Las calles de la particular capital argentina que aquí se pinta adquieren sentido cuando hay un recuerdo que les da vida.
Si bien no existe un hilo conductor definido en la novela, algo que se explica por la misma naturaleza caótica de la ciudad, sí hay dos temas que recorren el relato: el miedo y la pérdida. El personaje de ‘la Rata’, el exnovio de la protagonista que ella denuncia por maltrato, es una especie de fantasma que ronda todas las páginas de la historia y es la personificación del miedo, un miedo constante que aunque permanezca oculto siempre se encuentra al acecho amenazando con la expulsión: “En el último correo con ribetes de western, la Rata me decía que esta ciudad era demasiado chica para los dos y me conminaba a abandonar el país. Estar en Buenos Aires era mi forma de resistencia; debía conquistar esta geografía, encontrar mis propias razones para irme o para quedarme”, dice la narradora.
Mientras que la pérdida se manifiesta a través de dos momentos, uno es cuando la protagonista se entera de la muerte de su padre, algo que la va a vincular por siempre con la ciudad y que la protagonista describe así: “Todo coexiste. La cronología es artificial, solo determinada por la emoción. Cuando resbalé por la escalera del bar, incluso antes de partirme el labio, ya estaba resbalando por la escalera de La Boca –las mismas botas, los mismos escalones de madera gastada– el día que mi padre murió”, mostrando cómo la misma memoria crea unos recuerdos que son reconstrucciones de esa ciudad invencible. La otra pérdida tiene que ver con la amistad, los lugares que más se recuerdan son esos donde se dejaron a los amigos, y uno de los más memorables fue ese mapa que construyó con su vecina y amiga Marita, con quien hacía una especie de topografía de las azoteas de la ciudad. Esto, además, es una referencia o un puente con otra de sus novelas, La azotea, y cuando la protagonista habla de los puestos de flores que no entiende por qué están abiertos a altas horas de la noche, un lector de Trías no puede hacer menos que recordar el título de su libro No soñarás flores, que mucho tiene que ver con el sentimiento de la pérdida también.
Los lectores de La ciudad invencible se encontrarán frente a un libro que si bien puede pasar como un diario personal, por su carácter de retazos, lo que es, o puede ser, es un mapa personal, un mapa de recuerdos no compuesto por imágenes sino por letras.