“Lo bueno y lo malo de vivir frente al mar es exactamente lo mismo: que el mundo se acaba en el horizonte, o sea que el mundo nunca se acaba”, dice la narradora de Hasta que pase el huracán (2012), primera de las tres novelas cortas de Margarita García Robayo que conforman El sonido de las olas (las otras dos son Lo que no aprendí, 2013, y Educación sexual, 2017). Esta certeza puede ser también una posible definición de su búsqueda narrativa: no existe un límite para lo que se cuenta. Su mirada implacable y despierta busca historias que contengan “baches de tiempo muerto que les hicieran mirar alrededor y darse cuenta de dónde estaban”. Ahí se detiene para ahondar y empezar a contar. Narra desde lo que la hace mirar, mirarse y mirarnos. Esta triple observación es lo que, en mi opinión, hace fascinante leerla.
Su prosa “desnuda, contundente y lacerante” (como escribí ya una vez a propósito de su novela Tiempo muerto) le permite ahondar en su intimidad. Una intimidad que se plantea como un punto de partida: “La historia comenzaba con una anécdota precisa y terminaba en cualquier parte”. Este narrar cadencioso, marítimo, se transforma en un efecto hipnótico sobre los lectores que, una vez empezamos a leerla, no podemos soltar el libro hasta terminarlo. No se trata de la curiosidad por saber qué va a pasar sino, por el contrario, el ansia de saber hasta dónde va a llegar. Hasta dónde nos va a llevar.
Entre otras cosas sus novelas exploran los secretos, las contradicciones, los misterios, los guardados que hacen parte de cualquiera y de todos y, lo que me parece fascinante, los silencios de las familias. No lo que se oculta sino lo que no se dice. Lo que está en las miradas que puede significar cualquier cosa. Esas miradas que se quedan habitando en la memoria hasta que el “(…) sol entraba por las ramas y hacía sombras raras en el suelo: avanzaban en la tierra dibujando un laberinto que seguí con los ojos hasta el fondo del patio”. Es ese fondo del patio a donde nos llevaban sus historias. A lo guardado. A lo olvidado. A lo sepultado.
Uno de sus personajes dice que cuando sea grande “quiere ser extranjera”. Esta condición se transmite al lector: nos sentimos invadiendo un espacio ajeno, una intimidad, en la que podemos ser observadores y participantes ocasionales, pero no llegaremos a comprender del todo. Un “misterio” (siguiendo a Luisa Valenzuela) habita cada una de estas tres novelas. Un misterio que no se revelará jamás porque esa es la fuente de la literatura de Margarita García Robayo: “Algo oculto, escondido y separado del conocimiento de los demás” al que solo podemos rozar gracias a la literatura. Algo que nos habita y nos permite reconocernos.
“Todavía no había estrellas en el cielo, pero la calle estaba llena de luciérnagas”: así son las historias que conforman este volumen. Luces que se encienden y se apagan. Luces que dibujan sombras. Luces que nos iluminan por un segundo y nos vuelven a sumir en la oscuridad de lo que nos habita y hacer ser lo que somos: extranjeros y extraños en cualquier lugar.
El sonido de las olas es una prueba más del inmenso talento narrativo de esta escritora, que nos acompaña a extraviarnos en el mar.
---Margarita García hablará el 30 de enero, a las 10:30 a. m., en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en Cartagena, como parte del programa del Hay Festival.