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La eternidad de la servidumbre
Colson Whitehead

'El ferrocarril subterráneo', Colson Whitehead. Random House. 320 páginas.

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La eternidad de la servidumbre

Reseña de 'El ferrocarril subterráneo', novela por la que Colson Whitehead obtuvo el premio Pulitzer

Con El ferrocarril subterráneo, Colson Whitehead (Nueva York, 1969) no solo obtuvo este año el máximo reconocimiento que se puede recibir en el ámbito de las letras norteamericanas –el premio Pulitzer–, sino que puso de nuevo en boca de miles el tema de la esclavitud, y sus secuelas, en una sociedad tan dividida por el actual contexto político como la estadounidense. El ferrocarril subterráneo vino a ser un recordatorio perfecto de lo que había pasado y no se recordaba, o de lo que se recordaba, sí, pero muy a medias. Ahí estaban Whitehead y su novela, y ese eufemismo pavoroso de la “institución peculiar” con el que se pretendió validar la esclavitud en Estados Unidos, en el siglo XIX, y la intención de que nada de esto quedara en el olvido.

La novela de Whitehead es un libro crudo y lindo dentro de lo que cabe, pero también portentoso en la manera sutil como el autor muestra toda la parafernalia del horror.

Colson Whitehead

Colson Whitehead nació en Nueva York, en 1969. Es el autor de libros como 'Zona uno', 'La intucionista' y 'El ferrocarril subterráneo'.

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AFP

Estamos en alguna plantación en el sur de Estados Unidos, en la mitad del siglo XIX. La protagonista, Cora, participa de una fiesta de cumpleaños de uno de los esclavos de los hermanos Randall. Hay música y antorchas, botellas de whisky de maíz, esclavos que bailan al compás de los violines y los redobles de tambor, aunque en toda esa comparsa de transitoria libertad, en toda esa ebria exaltación de felicidad, se perciba que los esclavos son conscientes de que al día siguiente su vida ya no será más de ellos, sino que volverá –como está escrito en las marcas sobre su piel– al redil de los hermanos Randall.

Un buen día, Caesar le propone a Cora que se fuguen; que se zafen de la maldición de los azotes; que viajen al norte para ser libres. Cora lo mira y duda y se ríe de ese muchacho de “nariz plana como un botón” porque le parece que se trata de una broma. Y también porque sabe que “el blanco intenta matarte despacio a diario y, a veces, intenta matarte rápido, así que ¿para qué ponérselo tan fácil?”. Pero Caesar tiene el pálpito de que Cora le traerá suerte, y de que lograrán huir al norte a bordo del ferrocarril subterráneo; así que insiste hasta convencerla.

Whitehead comenzó a escribir El ferrocarril subterráneo en el 2014. Tras haber releído Cien años de soledad, se dio cuenta de que para contar una historia podía seguir recurriendo a lo fantástico y lo surreal (como lo había hecho en Zona Uno o La intuicionista), o cambiar de método y seguir el curso de los acontecimientos con un rigor casi académico para llevarlos al territorio de la ficción. Entonces, pensó en “el tren subterráneo”, en esa red clandestina de activistas, en su mayoría abolicionistas, que se encargaba de ayudar a los esclavos prófugos a llegar al norte valiéndose de un metafórico lenguaje ferroviario ajeno al conocimiento de las patrullas, y se preguntó: “¿Y si ese tren fuera de verdad?”. Y, sin más, lo creó.

¿Era necesario escribir un nuevo libro sobre la esclavitud? A juzgar por el recibimiento de la crítica y los lectores habría que decir que sí, que Whitehead no solo ha escrito un libro necesario, sino indispensable durante una época tan convulsionada como la de Trump.


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