MURAKAMI: Entre los músicos que interpretan a Mahler, y tal vez también entre quienes lo escuchan, son muchos los que dan importancia a su vida, a su visión del mundo, al trasfondo político de su tiempo y a esa atmósfera fin de siglo. ¿Qué opinión le merece a usted todo eso?
OZAWA: No pienso mucho en ese tipo de cosas. Dedico más esfuerzo a leer las partituras. Empecé a ir a Viena a trabajar hace unos treinta años, allí hice amigos y adquirí la costumbre de visitar los museos. Me encontré con los cuadros de Klimt y de Egon Schiele, una auténtica revelación para mí. Desde entonces procuro ir con frecuencia a museos, y cuando contemplo obras de arte entiendo muchas cosas. Quiero decir, la música de Mahler supuso una ruptura con la música tradicional germánica. Uno puede hacerse una idea de lo que significó esa ruptura a través del arte, y siempre he pensado que no fue algo hecho a medias.
MURAKAMI: También yo la última vez que fui a Viena vi una exposición de Klimt. Es cierto que produce una fuerte impresión cuando uno lo ve en Viena.
OZAWA: Los cuadros de Klimt son hermosos y, al mismo tiempo, muy detallados, pero al mirarlos de cerca, ¿no le da la impresión de que estaba un poco loco?
MURAKAMI: Sí, sin duda no son algo normal.
OZAWA: No sé si se trata de locura o de algo que trasciende la idea de normalidad. Me da la impresión de que hay cosas que superan conceptos como el de la moral. De hecho, en su época la moral estaba resquebrajándose y también había enfermedades y epidemias por todas partes.
MURAKAMI: La sífilis causaba estragos. Viena estaba impregnada de esa atmósfera. Cuando estuve allí tenía tiempo y alquilé un coche para recorrer el sur de Chequia, la vieja Bohemia, donde está el pueblo en el que nació Mahler, Kaliste. No tenía especial intención de ir allí, pero pasé por casualidad y me detuve. Todavía es un lugar profundamente rural. A mi alrededor no veía más que campo y más campo. No estaba tan lejos de Viena, pero me sorprendió ese enorme contraste entre ambos lugares. Me imaginé a Mahler dejando atrás ese lugar para instalarse en la capital e imaginé el inmenso cambio de valores al que debió enfrentarse. Me refiero a que, desde el punto de vista de los vieneses, Mahler no era más que un pueblerino.
OZAWA: Entiendo lo que quiere decir.
MURAKAMI: Por si fuera poco, era judío. También es posible que Viena adquiriese una vitalidad renovada y un gran dinamismo al absorber todas esas culturas de la periferia cercana. Es algo que se desprende de las biografías de Rubinstein o de Rudolf Serkin. Desde esa perspectiva se entiende cómo las melodías populares o las de la música klezmer, la música tradicional askenazí, aparecen de pronto en la música de Mahler, se mezclan con la música “seria”, como su fueran verdaderas intrusas. Esa variedad es uno de los mayores encantos de su música, ¿no cree? De no haber nacido en el campo y crecido musicalmente en Viena, tal vez nunca habría sido capaz de crear una música así.
OZAWA: Es posible.
MURAKAMI: Todos los grandes creadores de la época, Kafka, Mahler, Proust, eran judíos. Todos agitaron a su manera la estructura cultural establecida y lo hicieron desde la periferia. En ese sentido me parece importante tener en consideración que Mahler era judío de provincias.
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MURAKAMI: Volviendo a las interpretaciones de los años sesenta de Leonard Bernstein, la vena emocional parece uno de sus elementos más importantes, como si proyectara en él una pasión desatada.
OZAWA: Sí, la pasión está ahí. De eso no cabe duda.
MURAKAMI: Demuestra una enorme empatía con la música de Mahler, un gran compromiso personal. En primer lugar, tenía muy presente el hecho de que era judío.
OZAWA: Sí. Sin duda lo tenía presente.
MURAKAMI: No obstante, me da la impresión de que ese detalle étnico termina por diluirse poco a poco en las sucesivas interpretaciones. Por ejemplo, en las de usted o en las de Abaddo no queda muy reflejado.
OZAWA: Sí, la verdad es que nunca he prestado mucha atención a eso, pero Lenny sí. Estaba muy arraigado en su conciencia.
MURAKAMI: ¿La música contiene elementos que pueden considerarse judíos?

El japonés Seiji Ozawa dirigió la Orquesta Sinfónica de Boston durante treinta años.
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OZAWA: No, no. No creo que solo fuera por eso. En el caso de Lenny había una conexión muy fuerte con lo judío. Le ocurría lo mismo a Isaac Stern, y a Itzhak Perlman también, por supuesto, aunque sobre todo cuando este era más joven. Con Daniel Barenboim pasa lo mismo. Con todos ellos tengo una gran amistad.
MURAKAMI: Hay muchos músico judíos, especialmente en Estados Unidos, ¿verdad?
OZAWA: Sí, somos buenos amigos, pero si le digo la verdad no entiendo lo que piensan y sienten al respecto. Tal vez a ellos les pasa lo mismo conmigo, no comprenden el hecho de que mi padre fuera budista y mi madre cristiana y, sin embargo, yo no tenga ningún sentimiento religioso especial.
MURAKAMI: ¿Y eso provoca algún tipo de fricción, como sucede entre cristianos y judíos?
OZAWA: No, eso no.
MURAKAMI: Lo que quiere decir es que Bernstein se sentía muy unido a Mahler, a su música, precisamente por su condición de judío, ¿no? Y también por ser él mismo director y compositor.
OZAWA: Visto ahora desde la distancia me doy cuenta de que viví en Nueva York en una de sus épocas más interesantes. Tuve la oportunidad de formarme con Bernstein como su asistente justo cuando abordaba la música de Mahler. Casi resulta extraño ver desde la distancia cómo la absorbía. Vuelvo a insistir, pero fue una lástima no hablar bien el idioma. Lenny hablaba mucho durante los ensayos y yo no le entendía bien.
MURAKAMI: Pero sí entendía cuando daba alguna indicación para cambiar el sonido de la orquesta, supongo.
OZAWA: Eso sí, por supuesto. Pero a Lenny le gustaba hablar de muchas cosas y no dudaba en interrumpir los ensayos. Era entonces cuando yo me perdía. A los músicos de la orquesta no les gustaba mucho que hiciera eso. Los horarios estaban marcados y cuanto más tiempo hablaba, menos tiempo quedaba para ensayar. Algunos llegaban a enfadarse de verdad y si encima les tocaba hacer horas extras, se sentían realmente molestos.
MURAKAMI: ¿De qué hablaba? ¿Eran sus opiniones sobre la música?
OZAWA: Normalmente sobre el sentido de la música que se ensayaba, pero no tardaba en apartarse del tema y decía, por ejemplo: “Por cierto, el otro día fui a no sé dónde y bla, bla…”. En ese momento todo el mundo empezaba a aburrirse.
MURAKAMI: Sí que le gustaba hablar.
OZAWA: Desde luego. Y encima se le daba bien. Hablaba, le escuchábamos y terminaba por convencer a todos de un modo u otro. Lamento de veras no haberle entendido como debería. En realidad, muchas veces no sabía lo que decía.
MURAKAMI: Me lo imagino a usted en los ensayos siempre tomando notas o algo así.
OZAWA: Sí, lo hacía, pero me perdía cuando se lanzaba a uno de sus monólogos. A partir de ese momento ya no sabía qué hacer.
MURAKAMI: ¿Se dio alguna vez la circunstancia de que leyera usted las partituras de Mahler, escuchara la música en su cabeza y comprobase después que la interpretación de Bernstein era completamente distinta?
OZAWA: Desde luego que sí. Muchas veces. Yo leía las partituras de Mahler con la misma disposición que había leído las de Brahms. Leer y oír después el sonido real me sorprendía mucho. Ocurría muy a menudo.
MURAKAMI: Cuando oigo una sinfonía de Mahler, siempre pienso que no debe de ser tan difícil aprenderse su estructura, el desarrollo de los movimientos, pero ¿realmente es posible que un director se aprenda la totalidad de una construcción tan compleja como resultan ser al final las obras de Mahler?
OZAWA: En el caso de Mahler, más que de aprender se trata de sumergirse en ellas. De otro modo, dirigirlo resultaría imposible. Aprender sus obras no es tan difícil, pero sumergirse en ellas sí supone un verdadero reto.
MURAKAMI: A menudo me siento incapaz de entender la lógica de su desarrollo. Por ejemplo, el quinto movimiento de la Segunda sinfonía. Se mueve de acá para allá y a la mitad ya estoy perdido del todo, preguntándome el porqué de esa música.
OZAWA: Porque no tiene ninguna lógica en absoluto.
MURAKAMI: Eso es. Con Mozart o Beethoven jamás sucedería algo así.
OZAWA: En ellos existe una forma bien definida, pero Mahler quiso romper con todo eso deliberadamente. Cuando pensamos: “Me gustaría que repitiera esta melodía”, por ejemplo, que le diera forma de sonata, él aparece con algo completamente distinto. Visto así, claro que resulta difícil de aprender, pero al estudiarlo uno termina por sumergirse en esas corrientes y ya no resulta tan complicado. Llegar a ese punto sí exige mucho tiempo. Mucho más del que hace falta para aprenderse a Beethoven o a Bruckner.
MURAKAMI: Cuando yo empecé a escuchar a Mahler, me dio la sensación de que se había equivocado en cómo hacer música, desde la base misma. Todavía hoy lo pienso de vez en cuando. Llega un momento de la composición en que se me tuerce el gesto. Y me pregunto por qué. Pasa el tiempo y esa misma parte termina por transformarse en algo placentero hasta llegar al momento de la catarsis o algo parecido. Pero sí, a la mitad uno puede llegar a sentirse completamente perdido.
OZAWA: Eso ocurre de una manera muy marcada en la Séptima y en la Tercera, incluso para quienes la interpretamos a menudo. Si no estoy concentrado del todo, termino por ahogarme. La Primera, la Segunda, la Cuarta y la Quinta están bien. La Sexta empieza a resultar un poco extraña, pero en el fondo está bien. Sin embargo, la Séptima es verdaderamente problemática. Y la Tercera también es rara. La Octava se puede arreglar de un modo u otro porque, después de todo, es una de las grandes.
MURAKAMI: En la Novena hay partes incomprensibles, pero ahí se enfrenta a una categoría completamente distinta, ¿no cree?
OZAWA: Hice una gira por toda Europa con la Sinfónica de Boston interpretando la Tercera y la Sexta.
MURAKAMI: Me habla usted de sus sinfonías más austeras.
OZAWA: En aquella época las interpretaciones de la Sinfónica de Boston tenían buena reputación y por eso nos invitaron a Europa. Fue hace veinte años.
MURAKAMI: Bernstein, Solti y Kubelík fueron los grandes intérpretes de Mahler. Usted al frente de la Sinfónica de Boston también se ganó una reputación, la fama de hacer algo distinto a los demás.
OZAWA: Fuimos una de las primeras orquestas en interpretar a Mahler. (Se toma un momento para comer una pieza de fruta). ¡Mmm…! ¡Está rico! ¿Es mango?
MURAKAMI: No, es papaya.
HARUKI MURAKAMI - SEIJI OZAWA