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Lecturas Dominicales

'Lázaro’: cómo una enfermedad volvió a unir a una familia

A lo largo de su vida, Lázaro González fue un viajero incansable. Esta imagen es de uno de sus recorridos por Estados Unidos.

A lo largo de su vida, Lázaro González fue un viajero incansable. Esta imagen es de uno de sus recorridos por Estados Unidos.

Foto:Archivo familiar

La película de José Alejandro González es la historia de su padre, diagnosticado con una demencia.

Una llamada que le hizo su padre, sin tener en cuenta la diferencia horaria entre Bogotá y Barcelona, puso en alerta a José Alejandro González.
–No quiero preocuparte a esta hora. Pero se me están olvidando las cosas y el doctor dice que pronto perderé la memoria. He pensado mucho en ti. Me haría bien verte.
José Alejandro llevaba once años fuera del país, entre otras razones alentado por su padre, Lázaro, que siempre le decía que viajara, que avanzara por allá en su carrera de fotógrafo y director de documentales, que para qué volvía. Por eso le preocupó aún más la llamada en la que le pedía que regresara.
Lo que su papá le dijo sobre la memoria se unió a lo que una tía le había comentado días atrás: que veía raro a Lázaro, que a veces le preguntaba cosas y no sabía cómo responder, que sus vecinos notaban lo mismo. José Alejandro armó maletas para el día siguiente. Armar maletas, en su caso, es sobre todo guardar la cámara que siempre lleva consigo. Desde niño se ha dedicado a filmarlo todo. Cuando llegó a Bogotá para estar al lado de su padre, eso fue precisamente lo que comenzó a hacer: filmarlo. Sumar imágenes que al inicio no tenían forma y que con el tiempo terminaron volviéndose una película, Lázaro, en la que registra la historia de su padre y lo acompaña durante los últimos años de vida, cuando el deterioro mental lo fue agotando.
“Todo se dio muy paso a paso –recuerda José Alejandro–. Lo primero en ser evidente fue el lenguaje: se le empezó a ir”. A sus 65 años, Lázaro no encontraba las palabras para expresarse. Trataba de decir algo, pero nada salía. La angustia, el esfuerzo por lograrlo, lo hacía llenar sus ojos de lágrimas en muchas ocasiones. Ese dolor quedó registrado en la película. Esa impotencia. Pero también las sonrisas cuando padre e hijo lograban comunicarse. Crearon un lenguaje propio que no tenía que ver con las palabras. Estaban las miradas y las sonrisas, al comienzo. También unos sonidos particulares que hacían con los labios: “Fue un idioma que nos inventamos. En esos ruidos mi papá estaba diciendo muchas cosas”.
–¿Usted es feliz? –le pregunta José Alejandro a su padre, al inicio de la película.
–No.
-¿Qué le impide ser feliz?
-Que estoy muy... muy...
Lázaro González Mejía nació en Pijao, Quindío. Luego de varios años de trabajar en el campo al lado de sus hermanos, llegó a Bogotá. Hizo cursos técnicos en sistemas y entró a trabajar en esa área en el Banco de la República. Durante esos primeros años de su vida en la ciudad conoció a Pilar Vargas, vecina suya en el barrio Modelia. Se casaron cuando ella tenía 17 años, quince menos que él. Tuvieron dos hijos, Carlos y José Alejandro. Cuando ellos eran adolescentes, sus padres se separaron. En los días en que Lázaro llamó a su hijo a España ya vivía solo, en una casa del mismo barrio. Llevaba varios años jubilado. “Él siempre hizo mucho deporte y se alimentaba bien. Era raro que fuera a enfermarse –dice su hijo–. Pero estaba muy solo. Se encerró y había perdido contacto con la gente. Tal vez eso influyó en el desarrollo de la enfermedad. No sé”. Hacia el exterior, él se encargaba de mostrar que todo iba bien, que sabía manejar su soledad.
Aunque la familia estaba esparcida, cada uno vivía por su lado, la nueva situación de Lázaro los reunió. Pilar regresó, regresaron los hijos. Los cuatro volvieron a estar de nuevo bajo el mismo techo. En la película aparecen Lázaro, su esposa y José Alejandro. Carlos, el hijo mayor, decidió no salir. No es fácil llevar a la pantalla, ante los ojos de todos, una historia tan íntima y dolorosa. Pero Lázaro es mucho más que el testimonio de cómo avanza una enfermedad. Es también el relato del amor que un hijo siente por su padre, es la historia de cómo una familia tiene una nueva oportunidad.
“La enfermedad de mi papá fue muy simbólica. Nos unió alrededor suyo, cosa que nunca sucedió cuando estaba bien. Además, lo fue llevando al silencio absoluto. Al final él solo miraba. Metafóricamente, la forma como pasan las cosas también dice mucho”.
–¿Quién es ese? –le pregunta José Alejandro en la película, mostrándole una foto.
–... No... no sé.
–Ese es usted, papá. Hace muchos años. 
***
El diagnóstico que los médicos le dieron a Lázaro Gónzalez fue demencia frontotemporal. Término que agrupa trastornos cerebrales que afectan el lóbulo frontal y el temporal, asociados con el lenguaje y la conducta. No se conoce qué puede causarla y sus síntomas varían, aunque entre ellos suelen estar la pérdida de habilidad para expresar y entender el lenguaje, cambios en el comportamiento y en la personalidad y trastornos del movimiento.
José Alejandro notó que su padre –que siempre había sido un hombre serio, incluso un poco distante– empezó a volverse como un niño. A pesar de lo duro que eso podía ser, a él le producía ternura: su fragilidad lo enternecía. En una ocasión tuvo que viajar a Caquetá para realizar un trabajo fotográfico que lo obligaba a estar un par de meses lejos de casa. Recuerda la despedida: su padre, en el garaje, a punto de llorar. “Le dolía que me fuera. Como un niño al que se le va su papá. Los roles se intercambiaron”. Lázaro comenzó a hacer cosas espontáneas que antes a ninguno se le hubiera ocurrido que hiciera, precisamente por su temperamento: bailar con Pilar en la cocina, por ejemplo, como se ve en una escena de la película. Se vestía con la ropa mal abotonada, salía de la ducha sin quitarse todo el jabón. José Alejandro sonreía con esas cosas. Si era el caso, lo abotonaba bien y ya estaba. “Para nosotros eran momentos muy bonitos –dice–. A pesar de que era una tragedia lo que se venía”.

La enfermedad de mi papá fue muy simbólica. Nos reunió alrededor suyo, cosa que nunca sucedió cuando estaba bien

La enfermedad avanzaba sin dar tregua. La demencia que afectó a Lázaro –que a veces se confunde en su diagnóstico inicial con el alzhéimer– es progresiva, no tiene un tratamiento que la detenga. Al comienzo de la película Lázaro viajaba con su hijo a Santa Fe de Antioquia y al Amazonas, en busca de revivir las travesías que hacían juntos muchos años atrás. En esos recorridos todavía caminaba con firmeza, aunque la orientación había empezado a fallarle. Todavía estaban las risas –a veces incluso carcajadas, sin un motivo– y su mirada cálida seguía puesta en el otro. Todo esto acabó perdiéndose.
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Lázaro necesitó después estar en una silla de ruedas, sus ojos fijos en algún punto desconocido, sin atender los llamados constantes de su hijo o su esposa. Las risas desaparecieron. Las pocas palabras. También los sonidos que hacía, su idioma propio. Su cuerpo se debilitó. La cámara le ayudó a José Alejandro a afrontar lo que estaba pasando: mirar a su padre a través del lente y verlo, por qué no, como si fuera un gran actor de cine. “Y creo que se logró. Porque es muy guapo en cámara, o eso me parece a mí”.
Madre e hijo miran los resultados de unos exámenes. Acaban de volver del hospital, con Lázaro en ambulancia.
–Lea lo que dijo la doctora –le pide Pilar a José Alejandro.
–Paciente con demencia frontotemporal. En la actualidad sin lenguaje. Barthel 0.
–¿Usted sabe qué es eso, Barthel 0? Que no tiene actividad por sí mismo.
La autonomía de Lázaro desapareció. En la familia lo asumieron con fortaleza porque sabían que no había vuelta atrás. Y porque ninguno tiene el temperamento de sentarse a llorar. Pilar cargó en su espalda la situación y tiró para adelante. La película la muestra así: decidida, firme. Ella volvió a casarse con Lázaro después de haber vivido dieciocho años separados. Tomó la decisión de estar a su lado y acompañarlo en esa etapa. “Creo que mi mamá se volvió a enamorar de él así, enfermo”, dice José Alejandro.
***
Hasta antes de que comenzara esta enfermedad, Lázaro no había sufrido nada grave. Ni siquiera había necesitado una pequeña cirugía. Tal vez un dolor de rodilla, a veces, cuando se excedía con el deporte. No mucho más. Ahora, sin poder decir una palabra ni moverse, estaba siendo asistido las veinticuatro horas de cada día por su familia y por una enfermera que llegó a la casa y se convirtió en alguien muy importante para todos: Gladis. “Ella fue como un angelito para nosotros. Nos ayudó a normalizar la situación porque en algunos momentos nos veíamos desbordados. Gladis vino a poner orden. Nos escuchaba y nos amaba”. Ella no solo cuidó a Lázaro: fue un apoyo para los demás miembros de la familia cuando trataban de derrumbarse.
–¿Será que estamos llegando al final, Gladis? –le pregunta José Alejandro en la película.
–Es posible que sí. De pronto ya el camino está corto.
Lázaro murió en 2017. Tenía 75 años. José Alejandro lo grabó hasta sus últimos momentos. “Vi morir a mi papá. En ese segundo que él se fue, lo miré a los ojos. Entendí que todos vamos a morir. Que la muerte es necesaria, es un proceso, un descanso también. Y que la vida no puede ser solo un miedo a morirse”. José Alejandro siente que todo esto lo ha hecho ver las cosas de otro modo. Lo ha ayudado a entender. Fue un adolescente rebelde, alejado de sus padres, como tantos. “Ahora que entro a los cuarenta, empiezo a comprenderlo mejor. Cuando uno es joven le da por juzgar, sin ponerse en el lugar del otro. Hoy pienso que a mis padres les debió dar duro no haber logrado un hogar feliz para sus hijos. Me imagino que mi papá vivía con sus culpas, con sus miedos”. Hay una frase que Lázaro solía repetir tiempo atrás y que su hijo hoy tiene presente: decía que ya había vivido lo que tenía que vivir. “Él visitó muchos lugares. Pero su gran sueño era ir al Kilimanjaro. No lo cumplió. Le faltaron muchas cosas por hacer”.
No hay por qué pensar que es necesario pasar por una enfermedad –en carne propia o en la de un familiar– para que lleguen los cambios, la comprensión. Pero sin duda es una experiencia que deja huellas. Algunas positivas. Por eso esta película, al final, produce también una sonrisa. La misma que los cuatro vivieron cuando lograron reunirse de nuevo, y perdonarse. Cuando volvieron a acompañarse en el camino.
MARIA PAULINA ORTIZ
*La película ‘Lázaro’ puede verse en www.boonet.co, www.lazaro.mowies.com
y en www.cinematecadebogota.gov.co
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