Enviado por su padrastro, el general Aupick, a una travesía marítima para alejarlo de los bajos mundos parisinos y ayudarle a enderezar un camino torcido por cuenta del derroche y los placeres libertinos, Charles Baudelaire abordó el Primero de junio de 1841, en el puerto de Burdeos, a la edad de veinte años, un barco con destino a Calcuta, sin saber que en ese viaje escribiría los dos primeros poemas del libro más importante y representativo de las letras francesas del siglo XIX y, para muchos, de toda la historia de la literatura francesa: Las flores del mal.
Como se consigna en el diario de a bordo, en su primera etapa el barco siguió plácidamente las costas de Portugal hasta alcanzar la línea del ecuador, y, días después, llegó al Cabo de Buena Esperanza, siempre deslizándose sobre un mar calmado y espejeante.
La segunda etapa de la travesía, sin embargo, fue mucho menos plácida. De acuerdo con el diario del capitán Saliz –y por el recuento que dio a conocer al mundo el presidente de la Corte Marítima de Calcuta, Henry Paddington–, al subir por la costa oriental africana los vientos de una tormenta feroz embistieron el barco en el que viajaba Baudelaire, arrancándole las velas de los mástiles e inundando los tablones de borda en lo que pudo haber sido el preludio de un naufragio.
Durante varios días, la tripulación junto con los pasajeros –incluido el propio Baudelaire– lucharon contra las embestidas del ciclón, hasta que el cielo volvió a abrirse, luminoso, y se respiró de pronto un aire de esperanza.
Recuperados del siniestro, el capitán logró llevar el barco hasta la isla Mauricio, donde Baudelaire le informó que había tomado la decisión de no continuar el viaje hasta Calcuta. En esa isla, en ese momento, estaban a punto de nacer Las flores del mal.
Baudelaire vivió en la isla durante diecisiete días. En un informe que el capitán Saliz le envía al general Aupick, le cuenta que durante ese periodo, retraído en una especie de melancolía permanente, Baudelaire se sustrae de todo trato social, salvo de “algunos hombres de letras desconocidos en un país en el que a las letras se les concede una importancia muy reducida”. En este informe, es muy probable que el capitán Saliz se refiera a Adolphe Autard de Bragard y a su esposa, Emmeline de Carenac, una pareja de criollos de la élite de la isla, con quienes Baudelaire se entrega abiertamente a la charla como si estuviera en los cafés parisinos, o como si el señor Autard y su esposa no fueran más que una sucursal del famoso club de Normandía del que Baudelaire, recién graduado de bachiller, formó parte antes de embarcarse en ese viaje atormentado y convulso. De esa amistad, de la amistad de Baudelaire con el señor Autard y su esposa, nacerá A una dama criolla, el poema más antiguo de los ciento uno que formarán parte de la primera edición de Las flores del mal.
'Quiero ser un autor', le había dicho Baudelaire a su madre tras salir de secundaria, e incluso en su breve paso por la facultad de Derecho
Escribe Baudelaire desde la isla Reunión, a punto de regresar a casa: “Estimado señor Autard: me ha pedido usted en Mauricio unos versos para su esposa, y no lo he olvidado, pero como lo bueno, correcto y aconsejable es que los versos escritos por un joven poeta a una dama casada pasen primero por las manos de su marido, se los envío a usted para que los juzgue y encuentre de su agrado”.
En la aromada tierra, del sol acariciada,
Conocí, bajo un palio de empurpurados árboles,
Y palmeras que llueven la pereza en los ojos,
A una dama criolla de ignorados encantos.
Unas semanas después, camino a Burdeos, sentado en la proa de un barco cargado de sacos de café y azúcar, con una tripulación de diecisiete hombres y sin más pasajeros que él, Baudelaire escribirá un segundo poema, El albatros, dirigido no a una mujer, como en A una dama criolla, sino al sufrimiento de los poetas.
Se parece el Poeta al señor de las nubes
que ríe del arquero y habita en la tormenta;
exiliado en el suelo, en medio de abucheos,
caminar no le dejan sus alas de gigante.
El 30 de diciembre de 1856, quince años después de la travesía marítima –y ya con algo más que dos poemas entre el bolsillo–, Baudelaire firma el contrato para la publicación de Las flores del mal. No será un contrato generoso en términos financieros, ni de él sacará dinero suficiente para pagar por los chalecos, sombreros y trajes que lo ahogan en deudas, ni obtendrá los francos necesarios para sostener y pagarles noches de hotel a las prostitutas que frecuenta (en el contrato queda estipulado que se le entregarán 25 céntimos por cada copia vendida), pero sí cierra un ciclo que se venía gestando muchos años atrás.
“Quiero ser un autor”, le había dicho Baudelaire a su madre tras salir de secundaria, e incluso en su breve paso por la facultad de Derecho. Pero lo cierto es que en treinta años sólo había publicado diversos ensayos de arte, algunos poemas en periódicos y revistas y una traducción de los cuentos de un autor norteamericano poco conocido en Francia, llamado Edgar Allan Poe, de cuya figura Baudelaire se sentía ferozmente atraído. La firma del contrato fue, pues, un hito en su vida. Las historias que ayer declamaba en los cafés se vertían ahora al papel.
Las flores del mal salió a la venta el 25 de junio de 1857. Un mes después fueron censurados y retirados de las librerías por atentar contra la moral pública. “Nunca se vio sobar y morder a tantos pechos en tan pocas páginas; nunca se contempló semejante desfile de demonios, de fetos, de monstruos, de gatos y de podredumbre”, escribió Gustave Bourdin en Le Figaro. Baudelaire y su editor fueron llevados a juicio y condenados a pagar trescientos francos y retirar seis poemas de la edición original.
Vete a buscar, si quieres, un estúpido novio;
Corre a ofrecer un alma virgen a su cruel beso;
Y luego, de horror llena, de contrición y lívida,
Volverás a traerme tus senos con estigmas…
“Hay solo dos maneras de alcanzar la fama”, escribía Baudelaire en un ensayo de arte, “sumando un éxito después de otro, año tras año, o deslumbrando al mundo de repente como en la caída de un rayo”. Las flores del mal fueron el rayo de Baudelaire, su tempestad, su naufragio, su gloria póstuma. “El poeta se pasó toda la vida queriendo escribir una historia de Las flores del mal, para aclarar que su libro, aunque hubiera sido condenado por inmoral, era profundamente moral”, dice Jorge Carrión en Librerías.
No lo consiguió. Charles Baudelaire murió el 31 de agosto de 1867, diez años después de la publicación de Las flores del mal. Había perdido el habla y sufría de parálisis. A su entierro no acudió ningún miembro del gobierno, ni de la academia, ni de los círculos intelectuales frecuentados por Baudelaire. Fueron Manet y Verlaine, sí, y su presencia la agradece y enfatiza la Historia.
Al funeral de Víctor Hugo asistieron dos millones de personas.
¿Quién fue Baudelaire, qué fue para usted, qué fue para la poesía?, le preguntaron a Rimbaud en cierta ocasión, acorralándolo en su volátil vanidad de niño terrible de la poesía. “Es rey de los poetas”, respondió. “Baudelaire es el verdadero Dios”.
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