NUNCA ANTES había sido tan difícil definir qué es una familia. El concepto es tan complejo que su definición genera un agrio debate político en casi todo el planeta. Los conservadores se apegan a tradiciones, sostienen que es la base de la sociedad y se niegan a aceptar nuevas opciones. Para otros ya no aplican las fórmulas establecidas. Pero parece que esta discusión sin fin ha dejado de lado una obviedad: todos los modelos son, más o menos, disfuncionales. Si León Tolstói hubiera escrito Ana Karenina en el siglo XXI, tendría que haber ajustado su famosísima primera frase: cada familia infeliz –no importa su configuración– tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.
En su más reciente novela, Leïla Slimani lleva hasta el extremo el complejo entramado de las familias contemporáneas. En Canción dulce —ganadora del premio Goncourt en 2016— la joven narradora francesa explora las patologías que subyacen en una joven pareja parisina. Justo después de su matrimonio, Myriam y Paul deciden tener hijos. Él es una exitoso productor musical y ella se acaba de graduar como abogada. Myriam duda en quedar embarazada: su sueño siempre ha sido ser una exitosa profesional. Pero acepta bajo la presión de su marido y su suegra.
El experimento sale mal. Después de dar a luz a Mila y Adam, Myriam se frustra. No soporta a los bebés: le desagrada su llanto y no puede controlarlos. Su angustia va en aumento hasta que recibe una propuesta de trabajo que no duda en aceptar. De inmediato se siente liberada del peso de ser madre. Con su esposo deciden buscar una niñera. Eso sí, solo hay una condición: debe ser blanca y francesa pues las mujeres africanas o caribeñas tiene fama de descuidadas.
Así llega a sus vida Louise, una versión posmoderna de Julie Andrews en The Sound of Music. Es una niñera perfecta: sus modales son impecables, limpia la casa como nadie, trabaja horas extras sin quejarse y prepara una comida exquisita. Y, sobre todo, los niños la adoran. La vida de los esposos da un giro radical –¿cómo no se les había ocurrido antes contratar una empleada doméstica? se preguntan–, por fin pueden dedicarse a sus carreras sin tener que estar preocupados por cuidar a nadie. Las finanzas mejoran: llegan las vacaciones en la playa, los relojes de marca y los muebles de diseño.
¿Es genuina o solo un afán de mostrar –en sus lindas fotos en las redes sociales– una vida perfecta donde no hay celos, envidias, resentimientos o deseos reprimidos?
cuento de hadas, claro, no se sostiene. La eficaz y discreta niñera, poco a poco, empieza a manejar las relaciones. La narración se construye a partir de la tensión entre las dos mujeres: la madre que siente remordimiento por abandonar a sus hijos y la niñera que sueña con apoderarse del nido. Louise tiene un pasado traumático y vive con emociones prestadas: su felicidad es la de familia a la que se sirve. El desenlace –que Slimani narra con fría precisión en las primeras páginas– es brutal: la madre recibe el peor castigo –que cree merecer– y la niñera recibe el suyo por desear algo que no le pertenece.
La pregunta que queda en el aire es si esta tragedia se hubiera podido evitar. La niñera no es la única culpable. Su llegada apenas desencadena un drama previsible. Slimani indaga en las motivaciones reales que llevan a algunos a tener una familia: ¿es genuina o solo un afán de mostrar –en sus lindas fotos en las redes sociales– una vida perfecta donde no hay celos, envidias, resentimientos o deseos reprimidos? “Seremos felices cuando no seamos dependientes de los demás. Alcanzaremos la felicidad cuando podamos vivir una vida nuestra, una vida que nos pertenezca, que sirva para algo más que para complacer a los otros”, dice Myriam hacia el final de la novela. Pero para entonces ya es tarde: no hay forma de salvar a nadie.
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