La zona baja del armario parece sostenida por una larga fila de botas de piel, decenas de botas iguales, aunque de distintos colores. Arriba, en las perchas, muchas más túnicas, de los mismos colores que las botas. Carmen Balcells siempre se vestía así, “como una papisa”, sobre todo de blanco pero también con los colores del parchís. Así estaba su armario, ordenadísimo, la mañana del 21 de septiembre de 2015, cuando la empleada del hogar halló tendido en el suelo el cuerpo sin vida de Balcells, que se estrelló la noche anterior en el corto trayecto del teléfono hasta la cama, después de haber hablado con su hijo Luis Miguel.
Le falló el corazón y el duelo no fue solo familiar, sino que afectó al conjunto de las letras hispanoamericanas. Balcells había sido clave, entre otras muchas cosas, siempre desde las sombras, en la eclosión del boom latinoamericano en los años sesenta. Hace un año, en el Palau de la Música de Barcelona, Mario Vargas Llosa, uno de sus ‘clientes’, afirmó que “el legado de Balcells no es menos importante que el que deja un gran escritor, pintor o músico”.
El documental La cláusula Balcells, dirigido por Pau Subirós y que se estrenará en Colombia durante el Hay Festival de este año, es una extraordinaria aproximación a la figura de la que sus autores llamaban la ‘Mamá grande’. Cuando, cada noche, la última secretaria de su agencia literaria abandonaba el despacho, la hiperactiva Balcells seguía trabajando.
Con la ayuda de un magnetófono, grababa no solo las cartas que el primer empleado de la mañana siguiente transcribiría, sino que aprovechaba para expresar sus sentimientos y estrategias. La cláusula Balcells, en el que he tenido la suerte de colaborar, ha logrado acceso a ese material inédito que normalmente no suele utilizarse en este tipo de aproximaciones y que permite conocer al personaje más allá de su imagen pública. Oírla ‘hablando’ con Fidel Castro, José María Aznar o varios de sus autores es un privilegio ahora al alcance de los espectadores.
En diciembre del 2010, sentada en una mesa del restaurante Veranda del Grand Hotel de Estocolmo, me decía: “Este será mi último Nobel”. Además de Vargas Llosa (2010), los otros fueron Camilo José Cela (1989), Gabriel García Márquez (1982), Vicente Aleixandre (1977), Pablo Neruda (1971) y Miguel Ángel Asturias (1967).
Balcells venía de una familia de propietarios rurales, en una aldea de la provincia de Lérida, Santa Fe de la Segarra, de actualmente veintiún habitantes, pese a lo cual la acabó hermanando simbólicamente con Bogotá. Había fundado su agencia literaria en 1960 en Barcelona, que al principio creció representando a los autores de la editorial Seix Barral. Enseguida se los quitó al editor, como ella misma explicaba: “Yo fui a ver a Carlos Barral para pedirle los derechos de sus escritores. Y Barral me respondió: ‘De acuerdo, pero con una condición: que mi mujer, Yvonne, trabaje contigo’. Afortunadamente para mí, ella se quedó embarazada de gemelos y al poco tiempo abandonó la empresa creyendo que aquello no era rentable. Yo le dije: ‘Carlos, esos contratos que haces con los autores son muy desventajosos para ellos. ¿Sabes qué te va a pasar? Que solamente se quedarán contigo los autores que no venden, y los que venden, como Vargas Llosa, Manuel Puig, etc., todos acabarán en manos de otro agente”. Ante las dudas de Barral, Balcells le suelta una frase lapidaria: “Carlos, todos saben sumar...”.
Las funciones de Balcells fueron más allá de lo profesional y abarcaron aspectos de la vida privada de sus representados. Isabel Allende explica que “Carmen era una madraza no solo mía, sino de los autores a los que representaba… Yo la llamaba, visitaba o escribía cada vez que necesitaba consejo o consuelo. Cuando le comuniqué que me separaba, se puso a llorar al teléfono: ‘¿Te das cuenta de lo que significa separarse a tu edad? Vas a estar sola…’. ‘Mira, Carmen –le dije–, mejor estar sola que en un matrimonio que no está funcionando’. Por supuesto, consultó a su astróloga italiana y la astróloga dijo: ‘Está bien, déjala que lo haga’. Era Carmen así, opinaba de todo, nunca calló la boca ni pensó que tenía que ser cuidadosa en algo que me decía. Opinaba sobre los maridos, sobre los amantes de otros escritores –yo, en aquella época, no tuve amantes, desgraciadamente, pero si los hubiera tenido sin duda los habría discutido con ella–, opinaba de mis padres, de cómo invertir el dinero, estaba llena de ideas locas respecto a inversiones”.
En los años sesenta y setenta, la agencia es uno de los dos centros mundiales del boom, junto con la Casa de las Américas de La Habana. Balcells se aprovecha de la fuerza del movimiento para imponer nuevas condiciones a los editores de todo el mundo: límites temporales y geográficos a los contratos. Y, a la manera de las distribuidoras cinematográficas, establece la venta de «paquetes»: si una editorial quiere, por ejemplo, el último libro de García Márquez, deberá comprar también las obras de otros autores menos conocidos.
En los años que la traté, he visto cómo, colgada de sus teléfonos, subía a las más altas cimas de la emoción y descendía a profundas simas de desesperación. Lloraba, gritaba, reía, enviaba flores, lanzaba maldiciones, conseguía contratos astronómicos y, sobre todo, recibía a mucha gente. Por su oficina pasaban políticos que buscaban su asesoramiento para organizar nuevos premios literarios, autores desconocidos y premios Nobel, editores de grandes grupos multinacionales y otros que empezaban... Una de sus frases favoritas era “yo no tengo amigos, tengo intereses”. “Un día, por teléfono, García Márquez me preguntó: ‘¿Me quieres, Carmen?’. Yo le respondí: ‘No te puedo contestar, eres el 36,2 % de nuestros ingresos’”.
Tras su repentina muerte, que frustró una compleja operación de venta, su hijo Luis Miguel se puso al frente de la nave, una opción que su madre no había contemplado. “Trabajar con mi madre era imposible para mí –me dijo él–. Pero ahora ya no está. El día en que murió tuvimos una última conversación esclarecedora. A la hora de comer, le dije que me dolía leer en la prensa que estaba negociando la venta de la empresa. Se quedó muy tranquila. Esa misma noche se murió. De haber continuado viva, seguramente la central de la agencia estaría en Nueva York o Londres, en vez de Barcelona”.
Las fotos de sus autores nos siguen contemplando desde las blancas paredes de su agencia. Ahí están Álvaro Mutis, Rafael Alberti, Juan Marsé, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Roa Bastos, Bioy Casares, Javier Cercas, Antonio Skármeta, Cortázar, Carpentier, Ana María Matute, Lezama Lima... Así hasta trescientos, cada uno en una foto en blanco y negro del mismo tamaño, dispuestas desordenadamente, sin jerarquías. La única fotografía en color –y de tamaño muy mayor– es la que ha mandado instalar su hijo: la de ella misma sonriente, saludando al visitante en la entrada. Parece mentira que esté tan presente, aún desaparecida, en todos los rincones, y que la criada la encontrara muerta una mañana de septiembre del 2015, tirada en el suelo. En la pared, había colgado un papelito, que ella misma había escrito, con las muy precisas instrucciones a seguir en el caso de que un día le sucediera eso. Así era Carmen Balcells. Dando órdenes hasta después de muerta.
**Proyección del documental: de 10 a 11:15 a.m., sábado 28 de enero. Centro Comercial Plaza Bocagrande. Sala 1. Presentación de Xavi Ayén.
XAVI AYÉN
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