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Entender el cerebro
Ignacio Morgado

Morgado es experto en el estudio de los procesos mentales. Fue uno de los invitados estrella en el pasado Hay Festival de Cartagena.

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Entender el cerebro

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El psicobiólogo español Ignacio Morgado explica cómo las emociones hacen parte del ser humano.




Parece calcado de un cuento infantil. Pequeño, enjuto, ataviado con unas sandalias de cuero como las que calzaban los pastores de ovejas de antaño. “Me gusta la lluvia”, dice Morgado, de 66 años, sentado en una silla coja. Pero él no pierde el tiempo en buscar una servilleta que estabilice la poltrona averiada del Hotel Santa Clara en Cartagena. Habla. Y sus frases son potentes porque sabe que lo que dice viene del cerebro, ese órgano que pesa menos de kilo y medio y sin embargo consume más del veinte por ciento de toda la energía que obtenemos con la alimentación. Por ejemplo: las emociones dominan la razón por más que uno quisiera lo contrario. “La razón tiene un talón de Aquiles: es lenta, necesita tiempo para funcionar e imponerse a las emociones. Y no se lo damos casi nunca. La emoción, por su parte, es automática, inconsciente y rápida. De ahí el viejo refrán: cuenta hasta diez antes de actuar”. Para apaciguar emocionalidades, pide volver a leer los clásicos: 'Las meditaciones', del emperador romano Marco Aurelio, y 'El arte de la prudencia,' del jesuita Baltasar Gracián. Y pide, sobre todo, entender el cerebro para mejorarnos como seres humanos.

Las emociones son un proceso mental muy antiguo que apareció en los mamíferos hace más de doscientos millones de años

¿De dónde vino su interés por estudiar el cerebro?

Siempre he pensado que la razón fue mi madre. Desde muy pequeño me hizo sentir sensible frente a la pobreza. Esa sensibilidad que le heredé, llevó a que me interesara por la persona, por el comportamiento, por la bondad. De adolescente me gustaba mucho la técnica, la electricidad, la electrónica. Entonces tenía que encontrar algo que fusionara las dos cosas: la técnica y el conocimiento sobre la persona humana. Ahí está: la psicología y la neurociencia.

Y humanizó la ciencia y enseña a los lectores cómo usar mejor su cerebro, del que sabemos poco.

Es cierto que nos falta mucho por conocer del cerebro, a pesar de que mi compatriota Santiago Ramón y Cajal empezó a explicar cómo era por dentro hace ya más de un siglo. Y aunque hemos aprendido muchísimo, hay dos o tres cosas que no sabemos. Una de ellas, por ejemplo, tiene que ver con las enfermedades mentales que dependen del cerebro. No somos capaces de curarlas todavía, incluso cuando sabemos cuál es su causa. Sabemos la sustancia química que falta en el cerebro para padecer la enfermedad de Parkinson, por ejemplo. Pero no hemos conseguido la técnica para meterle esa sustancia química al cerebro. Y la otra cosa que hace que veamos la mente humana como algo sobrenatural es el hecho de que los seres humanos tenemos conciencia, imaginación, subjetividad. La ciencia todavía no es capaz de explicar qué es eso. Sabemos que depende del cerebro, que si fallan la química o la física del cerebro podemos perder la imaginación, la creatividad. Pero no sabemos cómo esa química, cómo esa física, producen la imaginación. Ahí hay un lapsus.

¿Es por ese lapsus que a usted le gusta estudiar las emociones?

Las emociones son un proceso mental muy antiguo que apareció en los mamíferos hace más de doscientos millones de años. Los procesos más racionales tienen unos sesenta millones de años. Las emociones aparecen en la evolución como un mecanismo para potenciar algo que existía antes: el instinto, la capacidad que tienen muchos animales para sobrevivir. Son un mecanismo de adaptación que nos permite energizar el cuerpo para poder responder a las circunstancias. Si no tuviéramos emociones, la vida sería muy aburrida. Son la sal de la vida.

Está trabajando un libro sobre una emoción específica: la envidia. ¿Por qué?

No sólo la envidia. Estoy tratando unas cuantas que se llaman emociones corrosivas porque corroen a quien las tiene. La envidia no corroe al envidiado. El odio no corroe al odiado, que ni siquiera se entera que lo odian. Son emociones corrosivas, sociales, que tienen que ver con las relaciones humanas, es decir, que necesitan de otro para que existan. Cualquier tipo de odio –a la raza, al mal clima, a la gente alta, a los enfermos, a lo que sea– corroe por dentro a quien lo siente. Odiar es una enfermedad.

Y odiar es una emoción y las emociones se disparan. ¿Estamos condenados a ser manejados por la emoción?


Sí, si no le damos tiempo a la razón. Hace falta cultura desde pequeños para aprender a manejar nuestros sentimientos. Mis dos hijos, desde el nacimiento, eran muy diferentes emocionalmente. Eso se debe al componente genético. El pequeño, por ejemplo, notaba enseguida cuando alguno de sus padres estaba en un problema porque tenía una sensibilidad emocional impresionante. Mi hija, no. La educación que han recibido en mi casa es que hay que ser buenas personas. “No se debe matar a nadie por ningún motivo”, nos han escuchado decir cuando han surgido situaciones en las que se debe explicar si la muerte sí o no. Si algún día me dicen que mi hijo no es muy inteligente, que no ha conseguido trabajo, lo sentiré. Pero sentiría mucho más que me dijeran que mi hijo no es una buena persona. Eso duele mucho.

¿Por qué se forman las malas personas?

Las muy malas y las muy buenas personas tienen una cosa en común: mucha reactividad emocional. Nacen siendo muy sensibles a emociones de toda clase. La educación agarra a esas personas con mucha sensibilidad emocional y rápidamente las lleva hacia el bien o hacia el mal. La familia, los amigos, la religión, los libros, todo influye. La educación es tan poderosa porque cambia el cerebro.

Los libros, tan importantes y tan ausentes en esta etapa de conexión a internet, ¿cómo ayudan al cerebro?

La lectura es uno de los mejores ejercicios posibles para mantener en forma el cerebro y las capacidades mentales porque, cuando leemos, activamos preferentemente el hemisferio izquierdo, que es el del lenguaje y el más dotado de capacidades analíticas en la mayoría de las personas. De hecho, al leer, se activan áreas de ambos hemisferios. Decodificar las letras, las palabras y las frases y convertirlas en sonidos mentales requiere activar amplias áreas de la corteza cerebral. Las narraciones y los contenidos sentimentales del escrito, sean o no de ficción, activan la amígdala y demás áreas emocionales del cerebro. La lectura inunda de actividad el conjunto del cerebro y refuerza las habilidades sociales y la empatía, además de reducir el nivel de estrés.

Sentiría mucho más que me dijeran que me hijo no es una buena persona. Eso duele mucho.

Usted habla de la maravilla que es leer 'Harry Potter' porque les enseña a las personas a ponerse en los zapatos del otro, a ser más tolerantes, una cualidad que está brillando por su ausencia…

Hay un trabajo que demuestra que la lectura de 'Harry Potter' disminuye el prejuicio. Los padres deben saber que los hijos, hasta los 14, 15 años, están bajo su mando. Por lo tanto, lo más importante que hay que hacer con ellos –lecturas, ideas, principios, valores– debe hacerse antes de esa edad. En la adolescencia, las ideas y el comportamiento van a depender más de sus amigos. Hay que meterle calidad y cantidad a la educación. Cuando están pequeños hay que estar con ellos.

¿La literatura como una forma de gestar buenos seres humanos?

Si los jóvenes leen, aprenden, eliminan prejuicios, son menos susceptibles a dejarse engañar de los malos amigos.

¿Qué aconseja leer?

Una amiga me acaba de mandar 'Para siempre', de Camino García, un libro que les enseña a los niños que la muerte existe. Hay que darles mucha filosofía. Y lograr que una vez lean un libro, lo expliquen verbalmente frente a todos los demás. Porque cuando uno explica lo que leyó en sus propias palabras, graba a fuego lo que aprendió.

Aparte de leer, usted plantea en su libro 'La fábrica de las ilusiones' los hábitos que se deben tener para que el cerebro aprenda mejor. ¿Cuáles son?

Una alimentación con pocas grasas saturadas, porque dificultan los procesos bioquímicos que permiten formar las memorias. Dormir lo suficiente y lo mejor posible, porque el sueño favorece la formación de memorias potentes y duraderas. Y el ejercicio, que hace que las neuronas fabriquen sustancias químicas que facilitan las conexiones entre ellas para formar los circuitos que albergan las memorias.

Y ser como usted, apasionado, bonachón y buen filósofo…

Tengo una cosa maravillosa en mi vida aparte de la suerte de estar casado con una mujer maravillosa: una tertulia con amigos de mi edad. Hay un economista, un empresario, un catedrático de derecho, un historiador, un especialista en ciencia política. Nos reunimos cada mes, en una cena que dura dos o tres horas. Llevamos casi veinte años haciéndolo. ¡Es tan enriquecedor! Ahí sacamos lo bueno, lo malo de nuestra sociedad y de otros mundos. Todos venimos de la izquierda, pero nos hemos moderado con las canas. Y lo que más nos gusta es entender la naturaleza humana. Creemos en el hombre, sea de Colombia, de Chile, de Alemania. Pienso que la gente debería leer más a los naturalistas, como Charles Darwin. Ellos son los que explican, de verdad, cómo somos por dentro. Y a la naturaleza no se le puede contradecir.


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