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Lecturas Dominicales

"Hay muchas vocaciones más importantes que la mía": Richard Ford

Richard Ford ha recibido prestigiosos premios literarios como el Pulitzer y el Princesa de Asturias de las Letras.

Richard Ford ha recibido prestigiosos premios literarios como el Pulitzer y el Princesa de Asturias de las Letras.

Foto:AFP

El escritor estadounidense es uno de los invitados especiales a la Feria del Libro de Bogotá.

Sergio Alzate
Hubo un tiempo, hace unos quince años quizás, en el que la frase “entrevisté por e-mail a Richard Ford” habría sonado triste y ridícula y decepcionante. Ya no. Hoy no. Por un lado, cuando una entrevista sucede por escrito no es el entrevistado, sino el entrevistador –por fin–, quien corre el riesgo de quedar como un idiota. Por otra parte, el mundo está a estas alturas lleno de pruebas de que el norteamericano Richard Ford es uno de los grandes escritores que ha habido y que habrá. Y leer sus respuestas es leer textos inéditos suyos, ni más ni menos. Sí, los interrogantes son como botellas al mar que llegan borrosas al otro lado, como pequeños pretextos o consultas en línea a un experto en la materia, pero son de él la voz, los giros, las repeticiones a propósito, las cursivas que enfatizan alguna palabra de alguna de sus respuestas.
Richard Ford, de 73 años, nacido en Jackson, Mississippi, es el autor de una suma de relatos que suelen ponerlo a uno en su lugar frente a la vastedad y el sinsentido de la realidad, pero quizás sea justo decir que halló sus cientos de miles de lectores gracias a la extraordinaria trilogía de novelas protagonizadas por un tal Frank Bascombe: las voluminosas El periodista deportivo (1986), El Día de la Independencia (1995) y Acción de Gracias (2006). Que no envuelven al lector en sus tramas, sino en su cadencia y en su lucidez y en su resignación a la vida. Y retratan a Bascombe desde que aprende a seguir viviendo sin resolver el misterio de estar vivo –lo hace de la peor manera: lidiando con la muerte de un hijo– hasta que entra en la vejez como experimentando un nuevo relato de iniciación.
De los 8 a los 24 años, Ford se sobrepuso a las pequeñas trampas de la dislexia; a la muerte de su padre, Parker, el vendedor ambulante; a una adolescencia que no le dio tregua a su madre, Edna, en sus peores momentos; a unas ganas irrefrenables de meterse en problemas que sólo encontraron alivio en el hotel de sus abuelos, en Little Rock, Arkansas; a los tumbos que dio en la universidad hasta que conoció en 1967 a su única esposa: Kristina Hensley. Suele contar que el mismo día en el que le robaron todos sus libros de Derecho, que ya estaba resignado a ser un abogado razonable, cayó en cuenta –“fue un puñado de estrellas que se alinearon”, “un momento liberador”– de que lo único que quería ser era un escritor casado con Kristina. Que es justamente lo que ha sido desde entonces.

Adiós, objetividad condescendiente, y adiós, espíritu crítico forzado, pues se me ha dado la rara oportunidad de consultar a un hombre que ha descubierto cierta clase de belleza.

Hace cincuenta años siguió su vocación sin remedio. Hace cuarenta años publicó su primera novela: Un trozo de mi corazón. Hace treinta, cuando ya se había habituado a escribir de deportes “para siempre”, pues de ninguna manera era un mal destino, y la vida de escritor era esa deslucida mesa redonda para los mismos de siempre, se vio obligado a volver a la ficción –y a explorar aquella vez una voz y unos personajes menos signados por las miserias humanas que no había explorado hasta entonces– por culpa del cierre de la publicación en la que trabajaba: fue una pregunta de su esposa, “¿por qué no escribes sobre alguien que es feliz?”, lo que lo empujó a componer la penetrante, pausada e hipnótica El periodista deportivo.
Y a redactar como tejiendo, poco a poco, frase por frase, con la tenacidad de un poeta al que ni siquiera la dislexia puede detener. Y a recrear vidas que sólo son vidas, como las que esbozó su buen amigo Raymond Carver, pero con vocación a ser corregidas, a ser reparadas, a ser afirmadas –en un mundo de clase media alta que se resiste como mejor puede a la sordidez– antes de que las sorprenda la muerte.
Desde entonces, desde que sus lectores fueron apareciendo en todo el mundo, Ford ha escrito dos novelas estupendas afuera de la trilogía de Bascombe: Incendios (1990) y Canadá (2012). Ha reunido sus cuentos, que son como novelas entre un puño, en cuatro libros que a mí –quizás sea bueno recordar que todo esto es desde mi lectura– me parecen inagotables: Rock Springs (1987), De mujeres con hombres (1997), Pecados sin cuento (2002) y Francamente, Frank (2014). Ha hecho un par de antologías del cuento norteamericano sólo comparables con los documentales que ha hecho Martin Scorsese sobre el cine de Estados Unidos. Y recibió los premios PEN/Faulkner, Pulitzer y Princesa de Asturias de las Letras cuando ya sus cientos de miles de lectores lo hacían innecesario y el honor era más bien para ellos.
Ford está a punto de participar en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Y que algo así suceda no es increíble por la Feria, que lleva años siendo así de relevante y de seria, sino porque significa –y es de cierto modo una reivindicación– que su literatura pausada es capital aquí y en Cafarnaúm.
En fin: adiós, objetividad condescendiente, y adiós, espíritu crítico forzado, pues se me ha dado la rara oportunidad de consultar a un hombre que ha descubierto cierta clase de belleza.
En “Good Raymond”, su bello texto en The New Yorker sobre Raymond Carver, habla usted de literatura que dignifica e intensifica la vida: ¿ha querido retratar la vida como algo importante e irrepetible a pesar de sus miserias?
He tenido la buena fortuna de no pensar la vida en términos de miserias. Otras personas en el planeta no han sido tan afortunadas como yo y en cambio sí piensan de ese modo. Por lo tanto, para ser veraz y útil en lo que escribo he tenido que adoptar experiencias que no son específicamente mías, y que pueden dar cuenta de los aspectos sombríos presentes en lo que suelo escribir. Supongo que pienso que la literatura siempre afirma la vida (aunque no siempre la celebre) porque siempre trata sobre la vida vivida, aun cuando, de escritor a escritor, vaya variando la comprensión de lo que es la verosimilitud. Haciendo de la vida su tema, la literatura está diciendo sin falta que la vida merece nuestra más profunda atención.
Sus relatos no han sido protagonizados por héroes irónicos que ponen en duda el mundo, sino por personas que se resignan a la vida en el mejor sentido de la palabra “resignación”. Y, como si su idea fuera estar a tono con sus personajes, lo suyo no ha sido tanto una carrera ruidosa como una vocación que está cumpliendo cincuenta años: ¿cómo ha sido vivir esa vocación en estos tiempos caóticos y ruidosos?
Siempre he creído que hay muchas vocaciones más importantes que la mía. Puede uno nombrarlas sin ningún problema: investigador del cáncer, negociador de paz, científico climático, gran filósofo… no hay escasez de vocaciones honorables en el mundo. La mía es ser un escritor imaginativo que trata de darles a los lectores algo de lo que puedan hacer uso, algo que sea al menos potencialmente serio y de valor para la supervivencia de la humanidad. No he sido capaz ni he estado siquiera cerca de hacer alguna cosa mejor. He sido tan útil como he podido serlo siendo un escritor. Y esa mirada no ha cambiado durante el curso de “estos tiempos caóticos y ruidosos”. Y nada de estos tiempos ha tenido la fuerza para obligarme a escribir una cosa o la otra. La libertad de un escritor para elegir lo que él o ella quiere escribir es un bello primer principio de nuestra vocación. En mi caso, sólo puedo hacer mi mejor trabajo cuando consigo ver esa libertad. En ese orden de ideas, es muy posible que escriba algo –algo ficticio– que tenga en cuenta la terrible situación social y política que estamos enfrentando al menos nosotros en Estados Unidos. Puede que no suceda pronto. Los temas que se levantan desde el clamor del público (al menos para mí) usualmente tienen que “irse” por un tiempo y luego reclamar mi atención cuando el clamor ya haya muerto y ya sea yo capaz de componer mis propias aproximaciones.
Es claro, por sus personajes, por sus entrevistas, que ha conseguido vivir una vida aparte: ¿de qué modo ha sido su vida un refugio para la escritura?, ¿cómo se ha protegido del mundo sobre el que ha estado escribiendo?
Esta pregunta provoca varias respuestas. De cierto modo me he protegido a mí mismo, sí. Soy un escritor lento, y arrancarles a los días el tiempo suficiente para completar, por ejemplo, una novela larga, me ha demandado largas temporadas alejado en lugares callados y predecibles. Se me han ido años en ello. Por otra parte, yo soy por completo un aburrido hombre de clase media que vive en una casa con su única esposa, sin hijos, preocupado el resto del tiempo por los pequeños temas domésticos. Quizás eso podría ser considerado “una vida aparte”. Sin embargo, viajo mucho, mucho más de lo normal. Pongo atención a los asuntos públicos por medio de las lecturas y de los viajes. Escribo para la prensa pública sobre política y, para mi disgusto, dicho sea de paso, estuve muy, muy equivocado sobre la elección de Trump. Así que no diría que me he protegido del todo. Y no obstante, es verdad que jamás he hecho reportería desde la zona de combate, jamás he escuchado las balas zumbar sobre mi cabeza, jamás he arriesgado mi vida para entregar una historia. En ese sentido, he evitado demasiadas cosas.
Hay una indudable pasión por el lenguaje en cada uno de sus relatos. Leerlos es como verlo a usted tejiendo cada historia, cada escena. ¿De dónde viene esa paciencia en la escritura, esa tendencia a revisar el mundo sin prisa en esas novelas de 500, 600 páginas?
Yo soy paciente por naturaleza, es verdad. Pero he tenido que serlo porque no soy muy inteligente. Y, si me apurara, nada de lo que escribiría merecería ser leído. Como dije antes, yo en efecto pienso que estoy practicando una vocación seria e importante. Y entonces siempre he buscado dedicarme a ello por completo: sin ninguna prisa. ¿Podría hacer algo mejor teniendo en cuenta mis limitadas habilidades? Por otro lado, es cierto que escribo novelas largas o que eso he hecho en el pasado. Pero también es verdad que escribo novelas cortas, cuentos y muchos, muchos ensayos. Quiero decir nada más que si uno es un escritor, escribe. De vez en cuando en este estilo, este tamaño, esta forma. De vez en cuando no.

Escribo para la prensa pública sobre política y, para mi disgusto, dicho sea de paso, estuve muy, muy equivocado sobre la elección de Trump.

Desde los ojos despiadados de la corrección política resulta extraño un escritor que disfrute las armas de fuego, como usted, así sea para cazar pájaros: ¿es una costumbre que forma parte de aquella “vida aparte”?
Yo no “disfruto” las armas de fuego. Yo uso escopetas para dispararles a aves de caza, que luego, más tarde, me como: si no lo hiciera, si no me sirvieran para ello, no les dispararía. Es una práctica de toda una vida que tuvo origen en mis años de crianza y de crecimiento dentro de mi familia materna. Pero tiendo a pensar en disparar (en Estados Unidos lo llamamos “cazar”) solamente como en un pasatiempo que nada tiene que ver con mi supervivencia o con mi paz en estos tiempos ruidosos. En cuanto a las cuestiones de la corrección política, debo decir que poco me importa si cazar es correcto o incorrecto.
Hay varios relatos de iniciación dentro de su obra: de Incendios a Canadá. Es como si le obsesionara el momento en el que una persona empieza a enfrentarse al hecho de que es la vida la que manda. Frank Bascombe, el gran protagonista de su obra desde El periodista deportivo hasta Francamente, Frank, de cierto modo sobrevive a varias historias de iniciación: ¿recuerda cuándo le vino a la cabeza el personaje?
Escribo relatos de iniciación porque creo que son esencialmente dramáticos. Creo que aquello de identificar (provisionalmente) el momento en el que una infancia termina y comienza una primera adultez (con todas sus responsabilidades) merece toda la atención del lector. Es claro que esa clase de historias, en cualquier caso, pueden tener varias virtudes: pueden enseñarnos quiénes somos en la realidad; pueden certificar las consecuencias que sufre una vida cuando llega la hora de crecer; pueden documentar la importancia de cada infancia; pueden intensificar nuestro enfoque sobre la vida misma; pueden retratar nuestro triunfo o nuestro fracaso en el empeño de controlar el curso de nuestras propias vidas, y mucho más. Podría seguir hablando sobre los relatos de iniciación, pero lo cierto es que, dicho todo lo anterior, no puedo responder específicamente la pregunta sobre Frank Bascombe: la verdad es que su llegada es demasiado difusa para mí.
Ya había escrito un relato breve sobre su madre. Su nuevo libro, Between Them, es el retrato de sus dos padres: ¿qué lo impulsó a hacer un nuevo alto en la ficción y a recrear sus vidas a estas alturas de su obra?
En gran parte escribí Between Them por la siguiente razón: porque, como he llegado a ser un hombre viejo, me he descubierto extrañando a mis padres intensamente, y ha sido esa una emoción que me ha tomado por sorpresa desde que empecé a experimentarla. Cierta sabiduría convencional nos sugiere que, una vez empezamos a alejarnos y alejarnos en la vida, nuestros padres se van perdiendo en sus propios destinos remotos. Me ha sorprendido que ese simplemente no haya sido mi caso. Y cuando uno es escritor, y no es nada más que esto, aquello de vivir una experiencia tan poco convencional como esta nostalgia devastadora puede ser interpretado como un llamado del lenguaje.
Escribió para el diario The Guardian sobre su convencido voto por Hillary Clinton y sobre haber fallado a la hora de ser empático con los votantes de Donald Trump: ¿ha ido entendiéndolos mejor en estos primeros meses de gobierno?
Sí. Pero al mismo tiempo han llegado a simpatizarme todavía menos que cuando no me simpatizaban demasiado. La gente que votó libre, cínicamente, por Donald Trump –independiente de cuáles hayan sido sus motivos– dejó nuestra república en las manos de un idiota incompetente. Después de los primeros días de esta presidencia, estoy convencido de que haber votado por Trump fue, por la tontería y el narcisismo inescrupuloso que entraña, el equivalente a cometer traición a la patria. Trump no representa nada virtuoso, nada patriótico, nada más que egolatría y avaricia. Resulta repugnante pensar que nuestro país, que puede ser un gran país, le haya sido entregado a semejante imbécil. ¿He dejado esto suficientemente claro?
Richard Ford en la Feria del Libro: el escritor conversará con la editora Valerie Miles el sábado 29 de abril, a las 4:30 p.m. Auditorio José Asunción Silva.
LECTURAS. 
Sergio Alzate
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