¿Y SI ES USTED?
¿Si esta vez usted no está, por ejemplo, detrás del volante de su carro, a la espera de que el semáforo cambie a verde y tratando de evitar a la mujer o al niño que se acercan a su ventana con un cartel en la mano? ¿Y si esta vez es usted quien está del otro lado?
Ponernos en el lugar del otro. Esto es lo que propone la escritora danesa Janne Teller en su nuevo libro, Guerra. No es una obra corriente. Teller, que ya ha demostrado hasta dónde puede llegar a conmover y provocar con sus libros –basta recordar su novela Nada, en la que narra la historia de unos adolescentes que cruzan todos los límites porque no le encuentran sentido a la vida– escribe ahora un texto que pretende mover al lector de su lugar de confort (... por lo menos en la imaginación).
La primera versión de Guerra apareció en 2001, cuando en Dinamarca se debatía el tema de los refugiados y Teller quiso hacer ver cómo, en medio de la discusión, se estaban olvidando valores humanos fundamentales. Descendiente de inmigrantes alemanes y austriacos, la escritora sabía de qué hablaban quienes describían el dolor de dejar la vida en su país y huir a otro. En Guerra planteó una situación imaginaria: ¿y si fuera a usted, lector, a quien el mundo se le viniera abajo?
Muy pronto el libro llamó la atención en otros países y Teller decidió hacer una traducción especial para cada lugar. Si se trataba de proponer un escenario creíble, este debería corresponder a la realidad cotidiana de cada país. Por eso Guerra lleva más de diez versiones, aunque en todas mantiene el dilema central: intentar comprender al refugiado. Y no es un asunto de minorías: según datos de la Organización de las Naciones Unidas, 1 de cada 122 habitantes del mundo ha afrontado esta situación. Colombia, por su parte, es el segundo país en desplazamiento interno. Solo lo supera Siria.
En la versión colombiana, Teller narra una guerra entre regiones. La zona central del país –con el plan de establecer una Nueva Colombia– se enfrenta a la occidental y a la del sur, que rechazan su dominio. La región del norte, la costa caribeña, se mantiene fuera de la contienda. El conflicto reina en las grandes ciudades. Hay destrucción, hambre, enfermedad. Millones de citadinos deben buscar nuevos destinos en la zona campesina del norte. La de la paz. Pero allá se sentirán extranjeros. “La vida se convirtió en algo distinto de lo que debería haber sido. Alguien la robó y la convirtió en otra cosa”.
¿Cómo fue su experiencia al haber crecido en una familia de inmigrantes y refugiados?
Nadie hablaba de eso. Ser diferente era algo que estaba en el aire, pero no buscábamos definirlo o comprenderlo. Solo ahora puedo ver con claridad lo mucho que mi vida tuvo en común con los hijos de inmigrantes y refugiados que crecen hoy en Europa: que no saben mucho de la cultura de sus padres (en mi caso, particularmente de mi madre austriaca); que no hablan de forma apropiada el idioma de parte de su familia (el alemán, en mi caso); que llevan a cabo muchas tradiciones de manera diferente; que incluso la comida tiende a ser distinta. Pero lo más importante: esa sensación siempre presente de ser diferente a los demás. De tener un temperamento distinto –la cultura danesa es muy relajada, mientras que en Austria todo es de vida o muerte–. Mi gran pasión por lo que hago, por ejemplo, es visto con recelo en Dinamarca. Eso no importa ahora, pero fue difícil cuando era niña. Además, debido a la historia de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación alemana de Dinamarca, no era muy popular tener orígenes germánicos. Cuando mis compañeros de clase querían molestarme, acudían a menudo a ese punto.
¿Recibió educación en ese sentido, en tolerar la diferencia, por ejemplo?
No, en absoluto. El tema de la inmigración y de los refugiados no estaba en la agenda del debate danés de la década de los setenta, ni en el currículum escolar. Pero viniendo de una familia católica-protestante, de tres naciones, que había luchado en diferentes bandos de la Segunda Guerra Mundial, la tolerancia, la generosidad y la apertura mental fueron precursores evidentes para mí, y claves para entender cómo moverme en un grupo o una sociedad.
¿Qué la llevó a escribir Guerra?
Escribí originalmente Si los países nórdicos estuvieran en guerra, en 2001, cuando en Dinamarca hubo un giro hacia la derecha en la discusión sobre los refugiados y surgió un odio contra los inmigrantes, en particular contra los musulmanes. Era difícil ver cómo los bien educados y hasta entonces tolerantes daneses de repente empezaban a hablar de los árabes o de los africanos como personas de tercera categoría. Al ser una inmigrante de segunda generación, quise escribir algo que pudiera hacerles entender la situación que atraviesan los refugiados. ¡Que vieran que ellos no salen de sus países y dejan sus vidas atrás por diversión! Para la mayoría de los daneses, la idea de convertirse en refugiado es equivalente a la de vivir en Marte. Escribí Guerra como una invitación a vivir como un refugiado. No a ver esta realidad a través de los ojos de los que llegan de lejos, sino a través de sus propios ojos, de cómo su vida tan segura puede cambiar al enfrentarse a una –esperemos– guerra impensable entre los países nórdicos.
¿Cómo ha sido su método de trabajo para las diferentes versiones del libro?
Este ensayo es una invitación a la imaginación, por eso tengo claro que la traducción se debe adaptar a cada país en cuestión, a su historia, su geografía, su cultura. Y como además no pretendo representar guerras u hostilidades pasadas, trato de evitar lo obvio y planteo un escenario imaginable. Leo sobre cada país, hablo con la gente, con mis editores o con amigos de cada sitio, hasta que me siento cómoda y entiendo realmente los problemas del lugar en particular. Una vez que he escrito un primer borrador, discuto los detalles de nuevo con mi editor. Todo tiene que ajustarse con exactitud para que haya una verdadera identificación con la historia. Por último, trabajo con el ilustrador para adaptar las ilustraciones a la nueva versión del texto y así lograr que todo encaje.
En el caso de la versión colombiana, ¿por qué llegó a la idea de una guerra entre regiones y vivida en las ciudades principales?
Fue algo que hablé con mis editores y con mi agente, que es colombiano. Después de haber estado un par de veces en Colombia, me di cuenta de inmediato de que mi editor tenía razón al sugerirme hacer la versión colombiana sobre desplazados en lugar de refugiados. Y como el fundamento del libro es abrir los ojos de las personas que no han sido tocadas por la guerra, para que entiendan mejor a quienes se han visto destruidos por ella, quise hacer un escenario donde los lugares más seguros de las últimas cinco décadas del enfrentamiento contra la guerrilla –es decir las ciudades– se convirtieran de repente en lo más incierto. No quería basarme en aspectos recientes del paisaje político del país, así que una guerra regional me pareció una buena ficción. No es real, aunque sí imaginable.

Ilustraciones: Helle Vibeke Jensen.
Archivo particular.
Tuvo razón en elegir ese tema: Colombia es el segundo país del mundo en desplazamiento interno…
Sí, las cifras son graves. Más de seis millones de personas desplazadas, según tengo entendido. Pero creo que Colombia está muy bien dotada para hacer frente a esta situación. Es un país rico en recursos y altamente sofisticado. Está acostumbrado a ser multicultural desde hace muchos siglos, y estoy segura de que tanto en las nuevas culturas como en las tradicionales hay formas de acogida e integración para los recién llegados. Mi idea de Colombia es que es una sociedad vibrante donde se puede hacer mucho. Y luego de lograr lo que parecía imposible, ponerle fin a una guerra de cincuenta años, estoy convencida de que encontrarán también una manera constructiva de superar los desplazamientos internos.
¿Qué opina de la situación de los refugiados en el mundo? ¿Cree que la mayoría de los países les están dando la espalda?
Es horrible. Tenemos más refugiados que nunca en la historia del mundo, y el número sigue creciendo. Soy de la firme creencia de que ningún país en paz tiene el derecho de enviar a otra parte a un ser humano que está huyendo de la guerra. Pero este punto de vista lamentablemente no es compartido en toda Europa. Los extremistas de derecha solo quieren echar atrás a los refugiados, sin ofrecer una solución a la raíz del problema, que son las condiciones de inmensa desigualdad entre las personas del mundo. Únicamente si hacemos frente a estas desigualdades –económicas, de seguridad, de libertad– podremos ayudar a detener el número de personas que se convierten en refugiados. Es lo que se necesita.
Un refugiado, o un desplazado, siente que la vida se le acaba. Pierde sus propiedades, los sueños desaparecen, se siente como un extraño. ¿Cómo enfrentar esta situación?
Creo que depende en gran medida de las circunstancias individuales. Para los jóvenes es más fácil: hay mucho futuro para luchar. Para los mayores, las pérdidas pueden parecer enormes de superar. Hay cosas esenciales por definir: la seguridad, la cobertura de las necesidades básicas –como la alimentación, la vivienda, la salud, el empleo, la educación para los niños. Pero una vez que esto se ha resuelto de alguna manera, viene el tema de la interacción humana. La capacidad de hacer amigos, de conectar la vida en un entorno nuevo. La pérdida del pasado es una tragedia que todos los refugiados y desplazados tienen que llevar consigo. Sin embargo, no hay otro camino que mirar hacia el futuro. Y decidir que, incluso si la nueva vida no es igual a la que se tenía, mañana será un día mejor que el anterior. Y que con el tiempo algo bueno puede venir del hecho de haber tenido que huir de los horrores.
¿Por qué es tan difícil para los seres humanos reconocerse entre sí y aceptar las diferencias?
Porque somos criaturas de hábito. Y los hábitos nos hacen sentir seguros. Cuando alguien con diferentes hábitos se acerca, la respuesta es sentirse amenazado. Sin embargo, la experiencia de muchos países, como Canadá y Estados Unidos, la misma Colombia, muestra que la vida multicultural pacífica y fructífera no solo es posible sino que es de gran beneficio para todos. Solo es necesario que haya una base común de respeto por la autodeterminación del otro, así como por los derechos humanos de todos –en especial, que la libertad de uno no infrinja las libertades de los demás. Así empieza a funcionar la multiculturalidad.
En Colombia estamos próximos, al parecer, a ponerle fin al conflicto con las Farc. Volverán a la vida civil muchos de quienes estuvieron durante años en la guerra. ¿Cuál es, para usted, la mejor manera de lograr una verdadera reconciliación en un caso como el nuestro?
Trabajé en Mozambique durante el proceso de paz de la ONU entre 1993 y 1994, después de diecisiete años de la guerra civil más horrible y desgarradora. Hubo un millón de refugiados y cuatro millones de personas desplazadas. Muchos niños se habían convertido en soldados obedientes que se veían obligados a dispararles a sus padres o a cometer otros actos terribles en su comunidad. ¿Cómo se supera eso? Inicialmente, la Cruz Roja trató con psicólogos a algunos de los niños soldados y a sus aldeas, pero no funcionó en absoluto. Luego surgió la idea de que el trabajo de los terapeutas tradicionales de Mozambique podía servir.
Culturalmente, los mozambiqueños creen que si cometen malas acciones es porque los espíritus malignos han tomado posesión de ellos. Entonces lo que tenía que hacerse era que los soldados y los malhechores pasaran por un proceso de limpieza de los malos espíritus mediante rituales tradicionales de los chamanes locales. Y funcionó de maravilla: nunca había visto un método tan eficaz de reconciliación. Porque una vez que el espíritu malo había sido limpiado, la persona quedaba libre de sus cargas y podía empezar de nuevo. Esto, por supuesto, funciona dentro de esas creencias culturales. Sin embargo, creo que su base es la clave para la reconciliación en cualquier parte: desprender los malos actos de la persona que los ha ejecutado.
En relación con Colombia, me parece que lo más importante es entender que las personas que cometen malas acciones suelen hacerlo porque las circunstancias los han empujado a ello, no porque sean malos seres humanos. Y una sociedad puede curarse si todo el mundo está de acuerdo en ser indulgente y generoso. Eso no quiere decir que el dolor desaparezca. Sólo que se prioriza el futuro sobre las heridas del pasado.
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