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Lecturas Dominicales

Anatomía del monstruo

Laura Restrepo conversará sobre su nueva novela en la Feria del Libro, el domingo 22 de abril, con Francisco de Roux.

Laura Restrepo conversará sobre su nueva novela en la Feria del Libro, el domingo 22 de abril, con Francisco de Roux.

Foto:Sebastián Jaramillo.

Laura Restrepo habla de su nueva novela, inspirada en el crimen de una niña que conmovió al país.

La historia de horror que motivó esta novela es conocida por todos. Sucedió el 4 de diciembre de 2016. Yuliana Samboní caminaba cerca de su casa, por las calles del barrio Bosque Calderón –un sector que ha recibido a cientos de familias de desplazados del país y es vecino de Chapinero Alto y Rosales, en Bogotá– cuando fue secuestrada y después violada, torturada y asesinada. Tenía siete años. El culpable: Rafael Uribe Noguera, un arquitecto de 38 años, graduado del Gimnasio Moderno y la Universidad Javeriana, que hoy paga una condena de cincuenta y ocho años de cárcel.
El repudio que provocó este caso ha tenido muy pocos precedentes. Las calles se llenaron de manifestantes que pedían el castigo más fuerte para el responsable. Al mismo tiempo despertó muchas preguntas. ¿Cómo había podido pasar algo así? ¿Qué límites se habían roto para alcanzar ese grado de crueldad? A la escritora Laura Restrepo –que supo de la tragedia vivida por Yuliana a larga distancia, por las noticias que leía y los mensajes de dolor y de asombro que le enviaban sus amigos– el tema no se le iba de su cabeza. No la dejaba dormir. Decidió, entonces, hacer lo que ella sabe: escribir. No pensó en una reconstrucción periodística de los hechos, sino en crear un relato de ficción. Una novela que tuviera como único elemento verídico el crimen de la niña. Así nació Los Divinos, que retrata a un grupo de cinco amigos de clase alta bogotana que lo tienen todo; sobradores, matoncitos, frívolos, consentidos de mamá. Convencidos de estar formándose para pertenecer al pequeño club de los que mandan. Y entre ellos, uno: el Muñeco, que “por un lado es Kent con todos sus encantos, y por el otro, Chucky el tenebroso”. El dueño de la atención, el rey del carisma en sus tiempos de colegio que, poco a poco, con el paso de los años, empieza a caminar más allá que el resto entre el alcohol y las rumbas fuertes. A dar muestras de llevar el demonio adentro. “¿Hacia dónde querrá ir, o a dónde querrá llegar, cuando reta así los límites?”, se pregunta uno de los miembros del grupo. Porque el Muñeco se aleja, se vuelve otro, o tal vez termina por mostrar un rostro que mantenía escondido. Y un día se convierte en el depredador que va en busca de su víctima.
¿Por qué decidió escribir sobre este tema?
Era imposible no hacerlo. Ya iba bastante adelantada en otro libro, que no tenía nada que ver con esto, y de pronto sucedió el crimen de la niña. No podía pensar en otra cosa. Qué fue lo que pasó. En un país como el nuestro, donde hemos crecido con la muerte, con la criminalidad, donde conocemos todo eso tan bien, se habían transgredido nuestros propios límites. Había algo que no podía asimilarse, que no te dejaba dormir. Un trasfondo que era imposible de saber. No eran las leyes de la guerra, no eran las leyes del hampa, no eran las leyes de la mafia. Era una criminalidad que tenía un componente hedonista, de placer, que quizá no conocíamos todavía. Y también estaba la diferencia brutal entre los poderes del asesino y la absoluta indefensión de la víctima. Era la víctima por excelencia. La víctima en estado puro. De tanto pensar llegó un momento en que me costó trabajo retomar el hilo del libro que tenía en camino y entonces dije: tiene que ser que hay una urgencia de escribir sobre esto.

En un país como el nuestro, donde hemos crecido con la muerte, con la criminalidad, donde conocemos todo eso tan bien, se habían transgredido nuestros propios límites.

Y decidió que sería una exploración literaria, no un relato periodístico, de no ficción…
No se trataba de hacer una investigación sobre los hechos, no. Inclusive no busqué expedientes ni documentos al respecto. En el país hay periodistas maravillosos que han realizado ese trabajo. Ese no podía ser mi terreno. Tampoco quise meterme en quién tiene culpa o quién no. Lo que quise hacer fue un universo de ficción, absolutamente de ficción, donde lo único real es el crimen de la niña. Pensando que quizá la literatura puede ser una herramienta para entender qué nos pasó, cuál fue la línea que se cruzó y por qué. Le puse a la novela un epígrafe de Michel Tournier que plantea la idea de que el monstruo es lo que se ve. Según eso, el asesino –en la novela, el asesino ficticio, el Muñeco– sería el monstruo, porque es lo visible. Pero lo que quise mostrar es precisamente lo no visible, eso que está demasiado cerquita. Ninguno de los otros muchachos, del grupo de amigos del Muñeco, va y viola y asesina a la niña. Ninguno lo hace. Pero llevan unas vidas que se acercan mucho a ese punto de no retorno. El asesino es el monstruo, es lo que vemos. Pero ¿cuál es todo el tinglado que hay detrás de lo visible?
Y también qué dice un caso como este de todos nosotros, como sociedad...
Exacto. La idea era auscultar el alma a ver qué es lo que pasa. Volviendo al terreno de la realidad, este es un crimen que sucede con un proceso de paz en marcha y te lleva a pensar que, si bien fue posible un acuerdo con la insurgencia armada, en el país hay un abismo entre ricos y pobres que es una cosa insondable. En eso no hay proceso de paz ni acuerdo posible porque la diferencia es del cielo a la tierra. Cuando el Muñeco mata a la niña –hablando otra vez de la ficción– no se cuida de ocultar, no tiene problema en actuar con absoluta impunidad. ¿Por qué? Porque finalmente la niña no existe. La niña no es nadie. Esto me recordaba el crimen de La Rubiera, en los Llanos, donde unos campesinos blancos masacraron a un grupo enorme de indígenas. Los invitaron a una fiesta, o algo así, los hicieron ir a una finca y ahí los mataron. Les siguieron un juicio y ellos dijeron: “Es que no los matamos, los cazamos”. Ni siquiera había una comprensión de lo hecho. Como si dijeran: “Eran animales, no tenían que ver nosotros”. En la novela, el Muñeco sube a ese barrio a cazar. Para estos muchachitos, de clase alta bogotana, para sus amigos, la niña es un no ser. Lo que la hace visible es que el asesino tiene visibilidad en nuestra sociedad. Porque crímenes y violaciones de niñas hay todos los días.
Este crimen, en el que se basa la novela, despertó además un rechazo que no se había visto antes, quizá también por la visibilidad del culpable.
Por la visibilidad de ciertos protagonistas. Yo tuve cuidado de que se explicitara cómo se relaciona con las mujeres cada uno de los integrantes del grupo de amigos del Muñeco. Todos, de una forma u otra, tienen unas relaciones de mierda con las mujeres. Uno por idealización, otro por desprecio, otro porque las engaña… Todos se acercan de alguna forma a la situación del asesino. Él pasa la línea, pero todos vienen de algo, como de un mal aceptado, como si la sociedad admitiera unas dosis de perversidad muy altas. Y de pronto viene este crimen que transgrede eso. Va más allá. Pero eso no quiere decir que la cadena vaya muy atrás. El desprecio por las mujeres se ancla. Entiendo que en el escenario real el odio se centra en esa figura, pero eso no significa que atrás no haya nada.
Laura Restrepo estaba trabajando en otro proyecto literario cuando se enteró de este crimen atroz. No pudo pensar en otra cosa. Supo que tenía que escribir sobre él.

Laura Restrepo estaba trabajando en otro proyecto literario cuando se enteró de este crimen atroz. No pudo pensar en otra cosa. Supo que tenía que escribir sobre él.

Foto:Sebastián Jaramillo.

El narrador en la novela es uno de esos cinco amigos, pero al mismo tiempo está un poco alejado de ese mundo. ¿Cómo llegó a ese personaje?
Yo necesitaba un personaje así, que perteneciera a ese grupo social, que fuera uno de los amigos, pero que al mismo tiempo tuviera una visión crítica. El Hobbit –su apodo– es lector, nerd, algo marginal. Lo quería vigilante de las relaciones de los otros personajes, que no son hijos de papi, estos muchachos son hijos de mami. Porque también me interesaba trabajar ese concepto nuevo, el hijo de mami, un poco contra una idea generalizada de que los hombres están por la violencia y las mujeres por la paz. Eso puede llegar a ser falso. Muchas veces las mujeres generamos el tipo de esquemas que llevan a la violencia. Eso no quiere decir que en muchos de los casos las mujeres no se hayan opuesto muy valientemente a la guerra, pero en niveles más profundos las mamás de estos muchachos están detrás de ese desprecio, como raizal, por la mujer. La humanidad está abriendo los ojos a la violencia contra las mujeres y contra los niños, que es brutal.
Hace poco hubo un asesinato de un niño en España que también despertó mucha indignación. El niño se llamaba Gabriel y en las redes comenzaron a aparecer mensajes de #TodossomosGabriel. En una columna, el poeta español Luis García Montero planteaba si –teniendo en cuenta cómo están hoy las cosas en el mundo– en lugar de ser todos la víctima no seremos más bien todos el victimario...
Fíjate que en la novela el narrador al final lo dice. Porque la idea era un poco esa. Sí, entiendo, hay este ser monstruoso que hizo esa cosa aterradora. Pero qué hay de nosotros mismos ahí, como sociedad, como personas, inclusive como mujeres. Qué hay en el mundo, con esa tendencia narcisista. Es que este es un crimen que se hace por placer. No hay otra razón. Todo el grupo de amigos anda detrás del placer. O en la cocina, o en los carros, o en las fincas, o en la ropa. Es una cadena que lleva a la satisfacción personal. Y eso no es solo colombiano, es mundial. El individuo y la necesidad de complacerse, de sentirse bien. El profundo malestar ante cualquier cosa que frustre esa ansia de bienestar. Y de una manera atroz el crimen de la niña, si bien es cualitativamente más violento, hace parte de esa cadena de darse gusto que va pervirtiendo el alma.

Sí, entiendo, hay este ser monstruoso que hizo esa cosa aterradora. Pero qué hay de nosotros mismos ahí, como sociedad, como personas, inclusive como mujeres.

Y que no tiene límites. En la novela queda claro cómo al Muñeco nada lo saciaba.
Así es. A lo largo del libro intenté mostrar ciertos rasgos en el individualismo o narcisismo del Muñeco que lo van apartando del grupo, que lo van llevando más lejos, como para explicar por qué él llega a matar y los otros no, por qué llega a torturar a una niña y los otros no. Pero también trabajé mucho en los enlaces que hay entre él y su grupo, porque finalmente ellos son sus íntimos amigos.
¿Cómo llegó a ese grupo de personajes?
No quería que la novela fuera narrada por mujeres porque me parece que eso se ha explorado mucho más: cómo las mujeres vemos la violencia machista. Me interesaba tratar de entender, desde el punto de vista masculino, cómo se veía aquello. Y meterme en el corazón de este tipo de niños, o de hombres, aunque el comportamiento infantil es uno de sus rasgos. Es gente que no crece, no quiere crecer. Parte de la monstruosidad radica en esa decisión de no asumir una vida adulta. Se queda todo en esa etapa de conseguir placer y de aplastar, pasar por encima. Era un medio que yo conocía muy bien porque de alguna manera lo hemos compartido. No es lo único que existe en tu vida, hay muchos otros planos distintos a ese medio, pero hemos convivido y conocemos a ese tipo de gente. Mi hijo me ayudó muchísimo. Era él quien me permitía mirar más desde adentro. Mis sobrinos, también. Eché mucha mano de esa generación que está cercana a los 40. Me parece que ese hedonismo, ese narcisismo, son rasgos muy característicos de ellos. Y me llamaban la atención los cinco amigos para mirar los grados dentro del tipo de perversión, ver cómo avanza y retrocede la ola. Fue muy interesante para mí desde el punto de vista literario porque era abandonar totalmente la visión propia y mirar la escena a través de los ojos del personaje, o desde adentro, con el foco adentro, al lado, muy cerca del Muñeco.
No trató de revivir el caso real, está claro. Pero hay detalles que ubican al protagonista. No solo la clase social, por ejemplo, sino el tipo de colegio...
Es un colegio masculino de clase alta. Todos son muy parecidos. Es un modelo de muchachos privilegiados que reciben una formación para ser dirigentes. Como un gesto de dominio sobre la sociedad. La idea de que nacen y se forman para gobernar está asumida de una manera muy íntima. Sí, coincide con la vida real, pero también con un esquema más amplio. En esos lugares hay unos elementos que son como medallas que se van poniendo para hacerse los mandamases, los dueños de una sociedad.
La carta que escribe el Muñeco, cuando es detenido, también toma elementos de la real.
Ahí me interesaba ver esa incapacidad de mirar hacia adentro, de ponerle nombre a lo que se hizo, como si el crimen existiera por fuera de ti mismo. Es algo independiente de mí, eso está allá afuera. Una incapacidad absoluta de nombrar. Utilizar cierta torpeza del lenguaje para no asumirse como sujeto de lo que está pasando. La mayúscula que le pone al nombre de la niña, por ejemplo, la tomé de la carta real. Porque me llamaba la atención la relación del victimario y de la víctima. Finalmente a este hombre –hablando del Muñeco–, que siente desprecio total por las mujeres, que mantiene relaciones superficiales y machistas, la que le marca el destino va a ser la niña. Me interesaba mostrar la concomitancia de la extrema violencia y la frivolidad. Cómo van de la mano. Y en ese grupo social era obvia la relación. Cómo todo se disuelve en una cosa perfectamente light, intrascendente, de un bienestar sensorial. Y cómo eso va unido a una cosa brutal. Otro contraste es la nula importancia que se le da a lo colectivo y el predominio absoluto de lo individual, como una especie de religión. En lo único que se cree es en uno mismo. Como si el colapso de la religión y de la creencia en el más allá hubiera dado el surgimiento de este otro culto a mi persona, a mi bienestar, aquí y ahora. No sé qué va a pasar después, pero aquí quiero pasarla bien. Y mientras por fuera me vea bien, no me interesa qué está pasando por dentro de mí mismo, yo no me pregunto.
Es interesante también esta cercanía geográfica de dos mundos tan diferentes, los límites entre ricos y pobres que se rompen, tanto en el caso real como en el que narra la novela.
Eso era clave. Los puntos de intersección. Una Bogotá amurallada, con sus clases sociales absolutamente delimitadas, no solo geográficamente, sino con una serie de barreras. Por ejemplo, lo lingüístico. Hay diferencias en la manera de hablar que te marcan clarísimamente la clase social de cada quien. Casi por sectores. En Bogotá cualquiera sabe quién pertenece a su clase social y quién no porque dice de una manera y no de otra. Tú dices cabello en vez de decir pelo y te saliste. Te pasaste al lado de allá de la barrera. En el caso de la novela –que también corresponde al de la vida real– están esas zonas geográficas donde se tocan todos los estratos. Y se rompen o se producen fisuras en la muralla que acordona cada una de las clases sociales. Y ahí, en el contacto, es donde saltan chispas. Quién sabe qué hacía el Muñeco en sus fiestas. Seguramente pasaban cosas también tremendas, pero se mantenía dentro de la zona delimitada. Lo que hace que algo estalle es que traspasa la barrera y se mete al otro lado. Y de alguna manera el otro lado se mete también a través del Muñeco. El crimen de la niña es la única posibilidad que tenía la gente que vivía en esa zona anímica, psicológica, social, económica, de pasar hacia el otro lado. Solo con ese acto de violencia, de otra forma no se habría podido. Quizá la niña, de grande, hubiera llegado a ser la sirvienta en la casa del Muñeco. Traspasar esa frontera no puede ser sino en términos de una gran violencia camuflada, como las sirvientas que trabajan en tu casa, o explícita. No hay una solución de continuidad entre los distintos círculos que conforman la ciudad. Esto es una radiografía de aspectos muy duros. Qué sociedad tan brutalmente jerarquizada. Y los mecanismos del desprecio, ¿no? Quien está más arriba se afianza como ser humano en la medida en que hay un desprecio enorme por el que está atrás. No sé. Algún tipo de proceso de paz tendría que haber de los unos con los otros.
Hay otro detalle que llama la atención: el papel de los medios de comunicación y cómo dejan de decir determinadas cosas para proteger a la niña, pero que en realidad puede ser para no mostrar las verdaderas dimensiones de la crueldad, como si fuera mejor no mirar de frente esos casos.
Esa es otra cosa interesante. En el propio terreno de lo que se ha escrito y estudiado y denunciado sobre el feminicidio hay una gran cantidad de eufemismos. Lo que hay detrás de la violencia contra las mujeres es tan feroz, que no se quiere mirar. Este era un crimen que obligaba a ver más allá de lo que normalmente se quiere. Esa idea de que es por la defensa de la víctima, por su protección, es como si fuera “dejemos a la víctima sola con las partes más atroces de su tormento”, “hagámoslo por respeto”. ¿Por respeto a ella, o porque nosotros mismos no somos capaces de mirar lo que realmente está pasando ahí? Quizá también sea un intento de guardar nuestros propios parámetros de salud mental. Por ejemplo, ahora que mi agente empezó a discutir la posibilidad de publicar la novela en otros países, inmediatamente para la traducción en inglés dijeron que sí, pero subiéndole la edad a la niña.

Lo que hay detrás de la violencia contra las mujeres es tan feroz, que no se quiere mirar.

Pero si la edad es la que tenía la niña en la vida real: siete años.
Claro. Además los crímenes sexuales contra niñas, según se está destapando en el mundo, parece que son inclusive más que los otros. Pero eso no se quiere asumir. No se quiere mirar. Para mí ha sido muy interesante ver la reacción de los editores de afuera. Les parece demasiado duro. Y me llamaba la atención que, de las novelas negras que circulan en las librerías, un porcentaje muy alto habla de crímenes contra prostitutas. Eso no solo está permitido, sino que forma parte de la literatura más comercial. Eso puede inundar el mercado de grandes superficies. Crímenes, torturas contra prostitutas. Pero, claro, qué es lo que pasa ahí: que de todas maneras está el viejo cliché de que algo hizo, alguna puerta dejó abierta, ah, era prostituta. Lo que pasa con esta historia es la dureza. No solo la edad de la niña. Es, ahí sí que para ponerlo en términos que pasaron de moda, la absoluta pureza de la víctima. De esa niña no se puede decir nada. No hay nada de lo que nos podamos agarrar para minimizar o relativizar el horror del crimen. Eso produce dificultades. Es una zona difícil de mirar. Este crimen es como el flash de una cámara: ilumina una zona muy oscura, muy escondida de nuestra propia alma. Yo creo que en Delirio ya había hecho un experimento parecido. La guerra está allá afuera con toda su locura y nosotros cerramos la puerta y nos refugiamos en nuestras casas. Pero en qué medida la guerra y su locura no se nos están metiendo por debajo de la puerta y nos invaden a nosotros.
O es al revés: que la violencia y la locura internas provocan la de afuera.
También. Esas estructuras jerárquicas tan brutales y tan violentas de la propia familia empiezan a reflejarse allá. Y Bogotá es una ciudad muy interesante para ese tipo de observaciones. Porque es muy secreta. Es una ciudad de puertas para adentro. En los colombianos hay una vocación de que nada se note, de que nada se vea, de que los trapos sucios se lavan en casa. Bogotá te obliga a una mirada transversal y al mismo tiempo oblicua. No se mira directo porque no es una ciudad que se muestre directo, no es una gente que se muestre directo. Tampoco es de exteriores, sino de interiores. De ambientes cerrados, de apartamento. Es muy fascinante. Es la ciudad encerrada entre sus montañas.
En la novela hay un personaje femenino, Alicia, o Malicia, que desde el comienzo parece presentir y anunciar la tragedia por venir…
Era como para acompañar un poco a la opinión pública. Yo tenía claro que estaba escribiendo para alguien que sabía lo que había sucedido. Así que ella sabe, como saben los lectores también. Este va a ser un libro que lo va a leer gente que conoce qué pasó. En eso tenemos siempre la lección de García Márquez con Crónica de una muerte anunciada. Para mí era importante decirle al lector: yo sé que usted ya sabe, pero tratemos de indagar juntos más allá de lo que se conoce.
Laura Restrepo habla sobre la violencia y la locura externa que pueden provocar las de afuera, las externas.

Laura Restrepo habla sobre la violencia y la locura externa que pueden provocar las de afuera, las externas.

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Que todos conozcan la historia y su desenlace, ¿es algo que limita a la hora de escribir?
De pronto sí, o de pronto todo lo contrario. Porque te obliga a mirar otras cosas. Si lo más obvio, lo más inmediato, ya está solucionado, tienes que abrir el espectro y empezar a fijarte en lo que está alrededor. Era algo con lo que ya había experimentado, de alguna manera. Cuando escribí Leopardo al sol, que creo que fue la primera novela sobre la mafia y la droga que se escribió aquí, el tema que había investigado era el cultivo y el tráfico de la marihuana, después el de la coca. Pero si lees esa novela, la droga no está mencionada: la quité. Primero, porque el lector lee entre líneas. Y en este caso también. Yo sé que el lector va leyendo entre líneas porque tiene un montón de información. A mí nadie me ha dicho que Leopardo al sol no se trate de la droga, y sin embargo no se menciona. En La novia oscura hice algo parecido: es una novela sobre la prostitución y no hay una sola escena de cama de una prostituta con un cliente. Al quitar lo que es más evidente, empiezan a aparecer otros planos que están detrás, mecanismos más profundos.
El mal es un tema muy presente en su obra. ¿Por qué ese interés?
Siempre me ha obsesionado. Creo que viviendo aquí –bueno, hoy en día podemos decir que viviendo en el mundo– el tema del mal y de la crueldad te acecha. Está por todos lados. Y es tan duro. Yo me he metido mucho con la situación de los desplazados. Acompaño a Médicos Sin Fronteras, no porque crea que ayudo, para nada, es más lo que hace uno por uno mismo, obligándote a no desconocer algo que hoy en día es el ochenta por ciento de la realidad mundial. Eso te hace ir y pararte en primera plana y mirar. Todo es de una injusticia y de una crueldad brutales. Los niveles de sufrimiento que pasa cierta gente mientras que el llamado progreso o la civilización, como quieras ponerle, ha generado unos niveles de seguridad y bienestar muy altos, que quizá la humanidad nunca había conocido antes. Es decir, uno en su cotidianidad vive con altos niveles de comodidad, sin necesidad de ser una persona muy rica. Y por debajo está ese río oscuro, ese miasma. Entonces, ¿cómo no preguntarse por el mal? Y este tema lo ponía muy en evidencia. Lo hacía visible. Quizá porque el crimen lo cometió una persona mucho más cercana a lo que puede ser un lector. O a lo que puede ser un escritor.
*Laura Restrepo conversará sobre su nueva novela en la Feria del Libro, el domingo 22 de abril, con Francisco de Roux.
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