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Lecturas Dominicales

El desencanto juvenil de la Cuba actual

Álvarez se formó como periodista en la Universidad de La Habana. Es autor del libro de crónicas ‘La tribu’.

Álvarez se formó como periodista en la Universidad de La Habana. Es autor del libro de crónicas ‘La tribu’.

Foto:Abel Cárdenas/EL TIEMPO

En ‘Los caídos’, Carlos Manuel Álvarez hace un fresco familiar, espejo del drama social de su isla.

“No paso un mes en un lugar sin tenerme que ir a otro sitio”. Así define su vida nómada el escritor Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, 1989), una de las jóvenes y aplaudidas voces cubanas de la literatura que despuntan con vigor en el panorama regional.
Su primera novela, Los caídos, publicada por la editorial mexicana Sexto Piso, contiene, como una gota de aceite, en tan solo 130 páginas, el drama que padece una familia cubana contemporánea, que es, en últimas, espejo de toda una sociedad.
Aunque se formó como periodista en la Universidad de La Habana, Álvarez siempre tuvo claro, como la mayoría de sus compañeros de generación, que debía pasar rápido por el dolor del desprendimiento familiar para forjarse un futuro. “El susto, yo creo que es inevitable. Lo que pasa es que ese susto está naturalizado y se sabe que hay que pasar por él”.
Lo dice al aludir a la necesidad de huir de este territorio caribeño rodeado de agua, dominado por un régimen caduco, en pleno siglo XXI. Por eso, el autor anota que la idea de partir, en el imaginario de su generación, es algo que no se cuestiona.
“La idea de que hay que irse parece ser anterior a nosotros. No es algo que uno tenga que experimentar o decepcionarse. La decepción es anterior. La decepción viene de mirar lo que pasa con tus padres y lo que ha pasado anteriormente”, anota.
A esa idea, que pareciera ser una especie de chip insertado en la mente con el que nacen los jóvenes cubanos, se une –como dice el autor– un “canto” ensordecedor con el que se crece. “Hay todo el tiempo, al menos de puertas para adentro, en el cubano adulto, una suerte de queja, como un ruido de fondo, en el que todo el mundo está quejándose de forma permanente. Yo crecí con esa música de fondo”.

La idea de que hay que irse parece ser anterior a nosotros. La decepción es anterior. La decepción viene de mirar lo que pasa con tus padres y lo que ha pasado anteriormente.

“Esperar a decepcionarte es en nuestras cabezas una pérdida de tiempo. Es regalar años porque se sabe que lo que vamos a encontrar al final es decepción. Entonces, antes de que nos pase, ya estamos prácticamente escépticos y ya sabemos que hay que salir lo antes posible. Incluso para rescatar a nuestros padres y a los que están dentro. No hay otra manera de pertenecer que huyendo”, dispara el autor como una flecha que da en el blanco.
En su faceta periodística, Álvarez ha publicado artículos en medios como The New York Times, The Washington Post, BBC World y Letras Libres. Además, fue escogido en el listado de Bogotá 39, revelado durante la edición del Hay Festival del año 2017, de los 39 mejores autores de la región menores de 40 años.
Con una voz sólida y contenida, los capítulos de Los caídos, que se suceden siempre con la misma estructura (El hijo, El padre, La madre, La hija), van pintando la psicología y el entorno físico de los protagonistas.
“Ella revolcó el huevo en el arroz. Rompió la yema, vi la yema esparcida. Mi hija paleando con la cuchara toda esa mezcla, ágil y satisfecha. Picó en rebanadas el plátano. Observé con atención su pozuelo y me sorprendí. Yo sabía que su almuerzo no iba a ser otro, pero no esperaba verla comiendo arroz con huevo y plátano maduro, como si hubiese albergado la esperanza de que en el trayecto algún prestidigitador hubiera trocado los alimentos del pozuelo. El plátano troceado, apenas mordisqueado para ahorrarlo. Mi hija estaba aprendiendo a dominar el arte de la escasez”, dice en algún momento La madre.
En el libro está muy presente ese rasguñar diario de una sociedad. ¿Cierto?
Totalmente. El ejercicio de supervivencia, el ejercicio de la pobreza como la principal degeneración de la complejidad del individuo. Yo creo que la pobreza es el gran flagelo. O sea, no hay ningún tipo de prosperidad individual en medio de la pobreza. Y esa es, por otra parte, la gran demagogia y la gran mentira de un sistema como el cubano. No puedes crear ningún tipo de equidad social ni de bienestar si no creas una base material próspera para eso.
¿Cuál es la génesis del libro?
El libro tiene en un sentido una carga autobiográfica más o menos importante. Lo que pasa con eso, y que a mí me interesa en el ejercicio de la ficción, es cómo ese tinte autobiográfico, a medida que uno va avanzando en la escritura, se va desdibujando.
Que es la magia de la literatura…
Exacto. Hay un ejercicio ahí que es un juego de espejos que es un poco contradictorio. Porque uno arranca con ideas muy precisas de a quiénes responden estos personajes, pero a medida que ellos van cobrando cuerpo se van desprendiendo de donde vienen. Por ejemplo, el personaje del hijo, que viene siendo un poco mi alter ego cuando yo presté el servicio militar, a medida que lo empiezo a delinear, ese personaje se va alejando completamente de mí.
Pero ¿usted venía pensando en esta historia familiar?
En realidad no era algo que fuera tan pensado. Yo venía de terminar La tribu, que es mi libro de crónicas periodísticas, que era un ejercicio de escucha, de estar muy pendiente de los hechos y el lenguaje que te imponen estos, de la voz de todos estos personajes; y Los caídos es entonces una respuesta introspectiva a todo eso. Un ejercicio de escucharse, de voltear el oído hacia otro lugar, como una especie de pieza de estas que socava hacia adentro buscando petróleo.
¿Y qué temas aborda en' La Tribu. Retratos de Cuba'?
Es como un fresco de personajes cubanos de los últimos años, en el que intento crear una especie de moral del fin del castrismo. ¿Qué era Cuba cuando se murió Fidel Castro, cuando se abrieron las relaciones diplomáticas con Estados Unidos? Ahí hay personajes de todo tipo. Desde beisbolistas hasta poetas censurados o inmigrantes que cruzan Centroamérica, balseros, artistas, músicos.

No hay ningún tipo de prosperidad individual en medio de la pobreza. Y esa es, por otra parte, la gran demagogia y la gran mentira de un sistema como el cubano.

Volvamos a la novela y hablemos de la estructura. Uno como lector, la siente un poco teatral…
Hay una tendencia un poco cartesiana en mí en seguir cierto orden. De ahí la estructura tan pareja, como muy cerrada. Pero también hay una cierta marca dramatúrgica en la propia estructura de la novela y en la propia entrada y salida de los personajes. De cómo a veces ocupan el foco o en otras son un poco más secundarios, dependiendo del punto de vista de donde se está contando la historia. Y sí me interesaba una estructura que fuera ordenada, que en principio no planteara mayores contratiempos, pero luego, en el interior de ese marco, entrecruzar las voces y las escenas, que creo que es algo que se logró. Por ejemplo, una misma escena se cuenta desde realidades distintas.
¿Cómo encontró las voces del padre, la madre, la hija y el hijo?
En la búsqueda de las voces de esos personajes me pasó algo curioso: había una tendencia muy fuerte a encontrar la voz de ellos y a no escribir lo que yo quería que ellos dijeran. A veces, por ejemplo, cierta sintaxis, ciertas oraciones, cierta eufonía no están escritas a la manera que el Carlos escritor lo haría. Y, entonces, el reto estuvo en escribir a contramano para crear cuatro personajes que se desprenden de mí, pero a los que pude dotar de lo que ellos pedían.
¿El drama de esta familia, al abrir el angular, le permite a usted reflejar, en últimas, el drama de la isla?
Está siempre esa idea de que toda palabra literaria es una palabra alegórica. Tiene que decir siempre un poco más. Y es un poco lo que me interesaba que sucediera cuando estaba contando esta familia. Por una parte, que la familia hablara de algo más de sí misma y que aparecieran incluso sus silencios, que reflejan los dramas que trascienden ese espacio cerrado. Pero también me interesaba que no solo hablaran de una Cuba muy concreta, sino que también hablaran de una familia que puede ser cualquiera, en cualquier lugar. Aquí los conflictos tienen una expresión material muy concreta. Están adscritos a una coyuntura muy específica; es un entorno de pobreza, de desasosiego, de tedio muy puntual; pero que luego la manera en que esas relaciones afectivas se expresan, puedan ser comunes a familias de cualquier lugar. Al final es una apuesta sobre seguro porque desde Esquilo hasta hoy, el conflicto familiar es un conflicto central en la literatura.
Finalmente la familia es algo que a uno le tocó, con las tensiones naturales entre sus miembros…
Claro. Son tensiones que también son parte del amor. Yo entiendo el amor como un sentimiento muy contaminado. Y a mí me interesa eso. Desconozco otro tipo de afecto que no sea uno que se dispute siempre como algo en tensión. Algo que parte del rechazo de la traición y que justamente en esa tesitura es donde algo de verdad te importa.
Esto parece que es una familia disfuncional. Cuando yo escarbo un poco y he podido mirar otros escenarios íntimos que no son el mío, me doy cuenta de que lo disfuncional es lo natural. Lo que nosotros llamamos disfuncional no es otra cosa que una suerte de hipocresía del lenguaje, que no es otra cosa que lo ordinario.
Carlos Manuel Álvarez habla de su primera novela 'Los caídos'.

Carlos Manuel Álvarez habla de su primera novela 'Los caídos'.

Foto:Abel Cárdenas/EL TIEMPO

La historia transcurre en los llamados años duros. ¿Cómo fueron?
Los años duros es una suerte de eufemismo para nombrar otro eufemismo. Que es el eufemismo que utiliza el poder político para nombrar una crisis económica feroz que hubo en Cuba después de la caída del Bloque del Este y la Unión Soviética, que se conoce como período especial. Estamos hablando de la década del noventa, más fuerte en los primeros cinco o seis años.
¿Y cómo la recuerda usted?
Yo la viví muy pequeño en realidad. La vivieron más fuerte mis padres, en el corazón de su adultez, entre 1992 y 1995. Hubo una especie de salida, en la que Fidel Castro permitió cierta apertura de mercado, de inversión extranjera, también la entrada de divisas, despenalizó el dólar, que era una moneda penalizada hasta ese momento. Y en cuanto el país tomó una suerte de respiro volvieron a cerrar eso.
Esto nos permite conectar con otro aspecto muy presente en la novela: cómo el turismo se vuelve un refugio al que todos migran, incluso los que trabajaba como maestros…
Es una salida en fuga de la estructura estatal. Hay fugas más radicales que llevan al exilio y a la emigración. Y luego hay fugas dentro del mismo territorio, propiamente dicho, que es participar de la vida cubana, de las zonas donde el Estado tenga menos influencias. Por ejemplo, en sectores como la industria turística se da un acceso directo a la moneda dura, a la divisa, que cambia un poco las relaciones de poder, las relaciones materiales y el acceso al dinero. Y entonces los servicios como la educación, la medicina, etc., quedan totalmente desprotegidos, porque la gente que trabaja allí básicamente se moría de hambre. De allí que un personaje social muy presente en la Cuba de los últimos 20 o 30 años es el profesional que se encuentra trabajando en labores como mesero en hoteles, dependientes, que antes estudió ingeniería, medicina y otras cosas. Sin embargo, en los oficios turísticos gana diez o quince veces más que lo que recibiría como profesional.
Háblenos de la idea de moral del padre, que atraviesa toda la trama de manera tan marcada.
Es una moral muy estricta, que confunde moral con ideología y convierte la ideología en moral. Y esa la principal razón por la que se vuelve asfixiante. Es más, quiere convertirse en centro rector de la conducta de absolutamente todo. Es esa moral que en algún tiempo él intenta ejercer, pero que de la misma manera padece porque es responsable pero también es víctima, me parece a mí. Es un poco la lógica totalitaria que sobrevuela el libro y que no se deja ver de manera tan explícita. Y que es un poco lo que al final crea esa atmósfera asfixiante tanto para él como para el resto. Es eso que a veces no se sabe nombrar bien qué cosa es, pero es esa suerte de ideología presente en todo, que intenta anular, sabes, cualquier otra forma de ética, de vida, de salida, que es la que un poco subyuga y reduce las posibilidades de bienestar en esta familia. Y que lleva, en última instancia, a la caída en general de cada uno de ellos.
Pero además es un hombre que no tiene la culpa, pues creció con esa programación mental…
Exactamente, el padre es preso de una épica y, por otra parte, de algo que yo veo mucho, y que me interesa complejizar en ese caso, que es cómo un bueno termina haciendo el mal. Que es algo que me interesa muchísimo. No pensar la idea del mal como algo deliberado y absolutamente planeado sino cómo muchas formas del bien, de la generosidad, incluso de muchas personas aparentemente candorosas, ingenuas o inofensivas, pueden esconder grandes dosis de maldad o de equivocación.
A su turno, la madre es una metáfora del desmoronamiento. De ser el gran pilar de la familia termina en nada, con una voz de nostalgia y dolor que toca el corazón del lector.
Absolutamente.
Pero, además, su gran dolor nos lo expresa en sus silencios, que se erigen como una gran voz en la novela.
Totalmente. Cuando ella se deja oír es más bien una voz interior que es como un pensamiento. Ella apenas habla. Ese resquebrajamiento llega con el momento de conciencia de la carga que ha llevado encima.
Me interesa la idea, que está también tratada en cierta tradición, sobre todo occidental que he leído, de la enfermedad como un momento de lucidez. O sea, hay un cambio físico, como muy drástico, que te pone en una zona aparentemente débil –y lo es–, pero que físicamente te da una lucidez en la conciencia que aparentemente puede volverse insoportable. Y es un poco lo que le pasa a ella, creo, porque de repente empieza a mirar como no había visto antes.
Y ahora al tomar distancia del libro y verlo volar solo, ¿qué siente?
Pasa que te quitas unas cargas, pero entran otras. Estaba leyendo hace muy poco un texto de Maurice Blanchot, un gran crítico literario francés, que habla de los distintos momentos de la relación del autor con la obra. Y habla de algo que es totalmente distinto, naturalmente, cuando la estás escribiendo a cuando finalmente sale. Y luego, el tratamiento que hacen los lectores de la obra absolutamente independiente al tuyo. La relación ya se convierte en un objeto hasta cierto punto extraño que no deja de pertenecerte, pero que no es igual. Es algo que me parece muy interesante y fascinante. L
CARLOS RESTREPO
LECTURAS - EL TIEMPO
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