Al barcelonés Eduardo Mendoza, como a muchos otros, le sucede que cuánto más tiempo está fuera de su ciudad, más barcelonés se siente. En Londres, donde vive la mitad del año, recibió la noticia de que había sido galardonado con el premio más importante de la lengua castellana, el Cervantes. La ciudad de los prodigios (Seix Barral, 1986) es tanto el título de una de sus novelas más leídas como uno de los apodos de Barcelona. Aunque el título se refiere a los pobres que se quedan con la boca abierta por cualquier cosa, la estatua de Colón por ejemplo. Lo que no podía esperar su autor es que la ciudad se convirtiera en pocos años en referente turístico mundial. La Barcelona de Mendoza es una ciudad donde siempre está a punto de suceder algo importante, ya sean unos Juegos Olímpicos, una exposición universal o la renovación de Messi. La Barcelona de Mendoza se recorre en un auto descapotable, como en Mauricio o las elecciones primarias (Seix Barral, 2007), en autobús o a pie. El autor de La verdad sobre el caso Savolta (Seix Barral, 1975) es un gran paseante y en esos paseos solitarios descubre rincones de Barcelona que más tarde muestra a sus amigos de fuera con esa caballerosidad mezclada con pequeñas dosis de gamberrismo, marca de la casa.
Lo que casi no aparece en los libros de Mendoza es la playa. Es un lugar común decir que Barcelona vivió de espaldas al mar hasta el año 1992. Pero la playa de la Barceloneta siempre tuvo sus chiringuitos abiertos, construcciones endebles encima de la arena donde se conseguía pescado frito y cerveza bien fría. Lo que no imaginaron sus vecinos es que un día verían un chiringuito gigante en forma de hotel. El hotel Vela u hotel W es uno de los puntos de referencia que los que llegan en avión divisan primero. Pero pocos de esos turistas son conscientes que para un selecto grupo de lectores esa W es la W de Watusi. El día del Watusi, de Francisco Casavella (Destino, 2009), es una de las grandes novelas de y sobre Barcelona. La Barcelona de la transición, la Barcelona libertaria, la Barcelona que cambió el espíritu canalla y portuario por el aburrimiento de la marca de diseño, la Barcelona del año 1977, un año clave en la larga historia de Barcino.
“En nuestra ciudad, durante los últimos años de la dictadura, mientras se criticaba y capeaba la dura crisis económica y se guardaba en calcetines blindados el mucho beneficio de los tiempos de sigilosa prosperidad, cierta plutocracia y la oposición política habían ido desvinculándose de antiguos gestos y relaciones inconvenientes. Ahora iban revelando el negativo de algunos de sus pactos ocultos pretendiendo adorar a una virgen negra, a lemas garabateados en un macuto verde o añorando niebla, fuego y lluvia en barricadas que nunca se levantaron, un viaje a París con parada en un cine, emociones en el aire, medio polvo en el trayecto con la compañera huesuda y baja de culo”.
Lo que no imaginaron sus vecinos es que un día verían un chiringuito gigante en forma de hotel.
Francisco Casavella es un mito en Barcelona. Su muerte prematura en el 2008, con apenas 45 años, dejó huérfanos a su grupo reducido, pero entusiasta, de seguidores. Cada 15 de agosto, la librería Calders, que en solo dos años se ha convertido en un epicentro cultural de la ciudad, celebra el día del Watusi con lecturas, interpretaciones y música a partir de la gran novela de Casavella.
“Los turistas adoran Barcelona, pero la ciudad atraviesa un momento delicado. En el paseo de Gracia se han instalado algunas de las tiendas más caras del mundo. Ciutat Vella resplandece con la orina de los visitantes ingleses, suecos, italianos y rusos, que se mezcla sin reparo con las evacuaciones líquidas autóctonas. En Sarrià, Sant Gervasi y Les Corts hay vecinos que tienen como única ocupación pasear al perrito y conservar el patrimonio familiar. Pedralbes posee una importante concentración de casas con jardín, porteros de uniforme y escuelas de negocios. El Eixample está lleno de viejos y de algún joven heredero que aún no sabe si continuar estudiando, probar suerte en el extranjero o colgarse de la araña del salón. El barrio de Gràcia quiere continuar alojando diseñadores, artistas y estudiantes obsesionados con ver cine o series en versión original subtitulada. Eran gente con suerte hasta que empezaron a perder sus empleos: pronto no podrán permitirse los alquileres, son demasiado altos, y deberán instalarse en algún rincón deslucido de Sants, Nou Barris o Sant Antoni, donde todavía se puede vivir por un precio más o menos asequible”.
Parece una nota periodística, pero es el inicio del cuento Àngels Quintana y Félix Palme tienen problemas, escrito por Jordi Nopca. Vente a casa (Libros del Asteroide, 2016) es un libro de cuentos muy barcelonés. Nopca fija su mirada en esa Barcelona alejada de los tópicos, como la peluquería canina de su barrio. Sus cuentos funcionan como sombras de los espacios que van mutando en Barcelona. Así, Las vecinas es un cuento protagonizado por una de esas familias de chinos que ahora regentan bares cutres de toda la vida, fundados por gallegos, donde siguen sirviendo las mismas patatas bravas y los mismos boquerones de antes.
Pero si uno quiere leerse una guía histórica de Barcelona, su libro es Barcelona rebelde (Debate, 2011). Su autor, Guillem Martínez, repasa la historia de Barcelona a partir de los momentos en que la ciudad se rebeló. Explica “cómo una ciudad que podía haber sido una Venecia independiente, luego la capital de un estado, luego la capital de un imperio, luego la capital de una España confederada, luego la capital de una federación, luego la capital de un estado federal, luego la capital de un mundo sin estados, pasó a no ser nada de todo eso. Como Guadalajara”. Barcelona rebelde también explica que la ciudad ha generado una forma de vida privada propia, distinta del resto de la península ibérica, que históricamente ha fascinado a tipos como Cervantes o Genet, y con la que sus ciudadanos construyen su rebeldía íntima.
Para rebelde, la escritora Montserrat Roig, natural del Ensanche, un barrio, según ella, de segunda categoría, poblado por se- ñores con mucho “seny” y poco oro, un barrio donde las iglesias compiten entre sí. Novelista, ensayista, periodista, feminista, Roig escribió sin parar hasta que el cáncer la venció a los tempranos 45 años. Montserrat Roig es el resultado de una Barcelona ya desaparecida en la que párrafos como el que sigue, de su novela Ramona, adiós (Plaza y Janés, 1987) suenan a chino a toda esa legión de jóvenes latinoamericanos que sueñan con vivir allí.
“Quería dejar la ciudad, una ciudad cargada de niebla y de grisura, sucia, de techos bajos, húmeda y macilenta. Abandonar a los suyos, una triste procesión de fracasados inconscientes, dejar las casas oscuras del ensanche, las galerías que no tenían otro horizonte que la fábrica destartalada de sus patios, olvidar la uniformidad de sus calles, los olores de los patios de luces. Era una ciudad, la suya, cerrada por todos lados con un alambre invisible. Era necesario huir”.
Novelista, ensayista, periodista, feminista, Roig escribió sin parar hasta que el cáncer la venció a los tempranos 45 años
Los poetas del siglo XXI, como Eduard Escoffet, defienden el Ensanche a capa y espada. Y es que Barcelona parece gozar de buena salud poética. Hay un circuito, hay un público y quizá sólo falta más experimentación. Echamos mucho de menos a los Accidents Polipoètics. Su mítico Van a por nosotros nos acompaña en todo tipo de saraos y lo recitamos cuál mantra para recordarnos quiénes somos o quiénes no queremos ser: “Péinate los pelos, limpia tus zapatos, huele a gasolina, di que sí a tu jefe, mira las noticias, no duermas la siesta, deja esa sonrisa, siéntete culpable, acábate la sopa, acábate la sopa, acábate la sopa, hazte responsable. Van a por nosotros”.
Uno de sus integrantes, Xavier Theros, cronista de referencia de la ciudad, insiste en que nadie está escribiendo sobre la Barcelona actual. Por esa razón, y aprovechando que Barcelona es desde el 2015 Ciudad de la Literatura dentro de la red Ciudades Creativas de la Unesco, se ha convocado la primera edición de las becas de escritura Montserrat Roig. El programa ofrece veinte becas a personas de cualquier nacionalidad que escriban sobre Barcelona en cualquier género literario. El único requisito es contar con un libro publicado en una edición de más de seiscientos ejemplares. A los veinte escogidos se les pondrá una mesa con ordenador, internet e impresora en una dependencia municipal donde, cual trabajadores cualificados, durante dos meses acudirán a escribir.
El que ya tiene listo su libro es Jorge Carrión. Barcelona, libro de pasajes (Galaxia Gutenberg, 2017) estará en las librerías el próximo 1 de marzo. Después de años de viajar por medio mundo, Carrión se instala en Barcelona y empieza a recorrerla en bici, a pie, autobús, de punta a punta, de manera obsesiva, como un sabueso, como un detective salvaje sobrio. "Trabaja, calla, desconfía de la historia", leemos en la Oda a Barcelona, de Pere Quart, y Carrión, obediente, se da cuenta de que nadie ha escrito sobre los pasajes de Barcelona, mas de cuatrocientos, y se pone a la titánica tarea de buscarlos, observarlos, conocerlos, y contarnos su evolución. El libro es un fascinante híbrido de géneros que nos cuenta la Barcelona actual a partir de huellas que han quedado en esas calles que no son calles, o lo son más que ninguna.
"Pese a los sucesivos intentos de aburguesarlo, el Raval continúa siendo más inmigrante que hipster, más barriobajero que esnob, más Pijoaparte que Teresa. Ni siquiera la apertura de su rambla, que provocó la desaparición de las calles Sant Jeroni y de la Cadena, con esas grandes terrazas de restaurantes caros, ha logrado expulsar a los ancianos murcianos o marroquíes -que siguen charlando como siempre han hecho, sentados en los nuevos bancos y en los nuevos setos-, o a las prostitutas -que siguen apostadas, como siempre han hecho, en los portales de la calle Robadors-, o a los indigentes y los chatarreros -que trapichean, como han hecho siempre, por las plazas y los callejones del barrio-. Para bien o para mal. Para bien y para mal".
Para bien y para mal, Barcelona sí tiene quién la escriba. Por algo sigue siendo la capital mundial de la edición en dos lenguas, la castellana y la catalana, una grande y una chica, condenadas a entenderse, pues siempre será mejor hablar y leer en dos lenguas que en una. Las personas multilingües pensamos distinto en cada lengua. Cada lengua que asumimos nos permite ser otros. El lenguaje nos constituye. ¿Cómo vamos a renunciar a una versión de nosotros mismos?
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