Francis Scott Fitzgerald es el mejor escritor de los últimos cien años y probablemente de otro siglo. Estados Unidos, Europa de extremo a extremo, América Latina, África, Asia, el planeta entero con toda su energía, no ha podido producir un genio superior al suyo ni una tragedia tan monumental como su vida. Su hija Scottie, en el prólogo de Cartas a mi hija, dijo que con las resmas de papel de lo que habían escrito sobre su padre se podría cubrir el Atlántico de costa a costa; Budd Schulberg escribió una buena novela sobre su vida y se hizo rico y Hemingway, su enemigo íntimo, escribió –además de varias canalladas– tal vez el mejor elogio sobre un escritor, cuando dijo que “su talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa”. Porque eso era Fitzgerald: un talento que solo competía con la naturaleza.
Estados Unidos, Europa de extremo a extremo, América Latina, África, Asia, el planeta entero con toda su energía, no ha podido producir un genio superior al suyo ni una tragedia tan monumental como su vida
Sobra decir que soy un fanático de Fitzgerald; todavía recuerdo la primera vez que leí El Gran Gatsby y Hemingway y Gabo quedaron un peldaño abajo. Siempre celebro cuando hay una nueva adaptación cinematográfica de su obra, y no veo la hora en que Hollywood decida adaptar Un diamante tan grande como el Ritz; recuerdo la emoción que sentí luego de encontrar un libro de Ring Lardner (A algunos les gustan frías) por recomendación del propio Fitzgerald en El crack-up. Pero –con todo– tenía una deuda pendiente: A este lado del paraíso, su primera novela, su único gran éxito editorial, la novela que lo hizo rico con menos de 25 años y por la que pudo casarse con Zelda. Eduardo Arias –hace años– me había dicho que era su novela preferida. Tengo una edición de la Editorial Andrés Bello, pero es tan pobre en papel, en tipografía, en todo, que nunca pude leerla; mi inglés es pésimo y nunca le pagaré esa deuda a Scott: leer en su idioma original a Fitzgerald debe ser la mejor experiencia literaria de todos los tiempos. Por eso necesitaba una buena edición en español. Y la encontré en Buenos Aires, con traducción argentina, en una gran editorial argentina: Losada (¿por qué dejamos que desapareciera Editorial Norma sin pena ni gloria? Somos un país mediocre, sin duda).
La devoré en dos días y me sorprendió cómo –hace prácticamente 100 años– Fitzgerald amaba por sobre todas las cosas a las mujeres liberales y ligeras en una sociedad donde un beso prácticamente sellaba un compromiso de matrimonio; me sorprendió su odio por el amor al dinero por encima de todas las cosas (primero estaba el valor por la clase), y sobre todo, disfruté algunos pasajes del mejor Fitzgerald. No me extiendo más, solo les recomiendo otro libro que ronda en algunas librerías colombianas, Poemas de la era del jazz… El primer poema –Fútbol– es una maldita maravilla.
LECTURAS