Horas antes de reencontrarse con sus secuestradores por primera vez en 13 años, Ingrid Betancourt dijo, con temor a usar un término incorrecto, que sería “algo así como una confrontación” con los antiguos miembros de las Farc.
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La cita, que tuvo lugar este miércoles y fue propiciada por la Comisión de la Verdad, fue, en efecto, una confrontación –no solo de la excandidata presidencial, sino de varias víctimas más– a sus verdugos, algunos de los cuales mostraron renuencia a pedirles perdón y aceptar la dimensión del daño causado, por lo que se llevaron duros llamados y críticas durante el evento.
El Encuentro por la Verdad, como lo llamó la comisión, se extendió por más de cinco horas. Y aunque puso en evidencia las dificultades que supone el proceso de reconciliación de un país que intenta hacer un tránsito de una extensa guerra a un escenario de paz, dejó una conclusión clave, compartida por todos los participantes y expresada por Betancourt al cierre de su sentido discurso.
“Aquí, frente a Colombia, frente a nuestras familias y a nosotros mismos, provenientes de todas las experiencias de la guerra, de todos los rincones del país, de todos los credos y de todas las sensibilidades políticas, mujeres y hombres de todas las generaciones le hemos querido dejar a la historia nuestra única verdad, la de afirmar que, como colombianos, no queremos volver nunca al pasado y que estamos listos para enmendar y construir hombro a hombro un nuevo futuro para todos”, dijo la excandidata.
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Ingrid Betancourt abrazó al padre Francisco de Roux al término de su intervención en la Comisión de la Verdad.
Comisión de la Verdad
La premisa de construir una verdad plural, expresada por la comisión desde sus inicios, estuvo representada en la diversidad de las siete víctimas que estuvieron en el encuentro, varias de las cuales están, incluso, en contra del proceso de paz. Todas tuvieron oportunidad de contar su historia públicamente. Su sufrimiento y resiliencia se sobrepusieron a los deseos de los perpetradores de reconocer sus culpas.
Roberto Lacouture, secuestrado en la década de 1980, expresó duras críticas a lo negociado en La Habana y reiteró su desacuerdo con la participación política de los exguerrilleros. Pero, al mismo tiempo, señaló: “El horror de la guerra es inconcebible. Es necesario parar, seguir adelante y que todos nos llenemos de amor por nosotros, por nuestras familias, por el bien de Colombia”.
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El perdón es un acto libre, que solo puede salir de la profundidad de cada uno, un acto de soberanía al que nadie puede ser constreñido
Helmuth Angulo, cuyos padres murieron en cautiverio, dijo: “Siempre me he preguntado por qué lo hicieron. ¿Qué hicimos mal para que un grupo de delincuentes se los llevara, los torturara y los asesinara?”.
Por su parte, el padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, reconoció la gallardía de quienes asistieron. “Yo sé que con temor, con qué incertidumbre, con qué tremenda resistencia interior están aquí presentes los que fueron arrebatados de su libertad por años. Queremos decirles que su dolor es el dolor que tenemos que llevar todas y todos en Colombia: eso hemos sido, y desde allá tenemos que rescatarnos como seres humanos”, dijo el sacerdote.
A lo largo del encuentro, se oyeron las voces de lado y lado: víctimas contando los horrores del cautiverio y victimarios repudiando la degradación a la que llegaron en medio de la confrontación. Sin embargo, hubo un punto que partió en dos el encuentro.
Armando Acuña, exconcejal de Garzón, Huila, que estuvo dos años secuestrado por las Farc, le entregó al exguerrillero y hoy senador Carlos Antonio Lozada un ejemplar de revista y un libro que conservó durante su cautiverio. En ese momento, llamó la atención sobre las intervenciones de dos ex-Farc que lo precedieron –Abelardo Caicedo y Pedro Trujillo–: “Yo hubiera querido escuchar de ustedes un pedido de perdón por esos secuestros. Quiero realmente escuchar perdón, de corazón”.
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Tras recibir los objetos, Lozada agradeció la generosidad de las víctimas y reafirmó su deseo de garantizar la no repetición del conflicto.
Ante la insistencia de un asistente para que se refiriera al tema del perdón, las palabras del congresista causaron tensión: “Por supuesto que pedimos perdón, pero queremos que no sea algo impostado que salga aquí. Nosotros hemos pedido perdón muchas veces, por muchos actos. Aquí puedo pedirlo, no perdemos absolutamente nada, lo hemos solicitado en innumerables espacios, pero queremos que eso salga y brote del corazón, de lo profundo, en un momento en el que nazca, y no algo impostado para efectos de un registro en la prensa, por eso no lo hemos dicho aquí, porque este acto tenía otra connotación”.
Angelika Rettberg, profesora de los Andes y fundadora del Programa de Investigación sobre Conflicto Armado y Construcción de Paz, menciona dos elementos que pueden explicar esa actitud: el proceso que hay en paralelo en la JEP, ante la cual los ex-Farc reconocieron responsabilidad, y que las Farc se la están jugando para ser una opción política.
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“Ahí están presos de dos tendencias: unos que dicen que hay que parar las solicitudes de perdón, porque de alguna manera desacredita el deseo que tuvieron de hacer una revolución, y otros que dicen que, efectivamente, la lucha armada se radicalizó, perdió el norte y echó por la borda una buena parte de los principios posiblemente loables que pudieron haber tenido”.
La experta pone de relieve que la clave de un proceso de reconciliación es el restablecimiento de confianza –que puede durar incluso generaciones enteras– y se construye no solo de actos simbólicos, sino con demostraciones de que hay un contexto que cambia.
De hecho, el testimonio de esos excombatientes fue confrontado por la excandidata presidencial y sobreviviente del secuestro Ingrid Betancourt, quien hizo su intervención hacia el cierre del evento.
“Debo confesar que me sorprende que nosotros de este lado del escenario estemos todos llorando, y que del otro lado del escenario no haya habido una sola lágrima”, reclamó.
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A quienes nunca regresaron
del secuestro, a quienes perdieron la vida en nuestras manos, les suplicamos perdonarnos por la terrible afrenta
Y lanzó dardos sobre lo que esperaba escuchar: si cada uno de ellos secuestró o dio la orden de matar a alguien, si sentían vergüenza porque la sociedad les está reclamando o es “la vergüenza del alma”. A Carlos Antonio Lozada le dijo: “Yo quería oírlo hablar desde su corazón, no desde la política. Acá estamos seres humanos, no está el Estado, estamos los colombianos al desnudo, mirándonos en el drama”.
No obstante, Betancourt destacó el reconocimiento de Rodrigo Londoño, quien fuera el último máximo comandante de las Farc y cuya intervención fue en línea distinta a la de sus compañeros. “Reconocemos que muchas de las personas secuestradas fueron sometidas a tratos indignos de su condición humana, que un alto número de las víctimas de secuestro terminaron perdiendo su vida hallándose en nuestras manos (...). Esperamos que alguna vez puedan perdonarnos por el incalificable daño infligido”, dijo Londoño.
Tras oír a quienes le arrebataron su libertad, Ingrid Betancourt le envió un mensaje de aliento al país: “Si los hijos de Colombia, marcados en carne viva por el odio, hemos podido escucharnos, liberarnos de las cadenas del rencor y de la venganza, entonces podemos decir que el amor es más grande. Que hay esperanza. Y si hay esperanza, hay futuro”.
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Y agregó: “Quienes padecimos las acciones y las omisiones de los antiguos integrantes de las Farc sabemos que la reconciliación es una palabra que pesa mucho, y que el camino que llega hasta ella, más allá de cualquier perdón por parte de nosotros, sus víctimas, pasa por una búsqueda de redención. A nombre del pueblo, las Farc se convirtieron en sus verdugos, convencidos de que su causa era justa y los autorizaba a cualquier criminalidad. No fueron los únicos verdugos. Otros, con otras ideologías, y a nombre del mismo pueblo, hicieron lo propio, inundando a Colombia en un baño de sangre. A pesar de toda nuestra locura colectiva, hoy hemos podido ponernos de acuerdo por primera vez en una cosa: que el fin no justifica los medios”.
JULIÁN RÍOS MONROY
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Redacción Justicia
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