Aunque hasta el año pasado, cuando salió del tribunal, su poder seguía siendo innegable, no es menos cierto que ha venido en decadencia desde el 2015, cuando la reforma de la justicia, de la que él fue un férreo opositor, mató otra polémica práctica de las altas cortes: el ‘yo te elijo, tú me eliges’.
Para ese momento, Bustos sonaba como el más seguro sucesor de Eduardo Montealegre, uno de sus grandes amigos, como fiscal general de la Nación.
Sin la opción de saltar a la Fiscalía, siguió moviéndose en los poderes judicial y político.
En la administración de Montealegre tuvo varias cuotas burocráticas y el exprocurador Alejandro Ordóñez mantuvo como procuradoras delegadas tanto a la exesposa como a la actual esposa de Bustos, Martha Cristina Rivera.
Sus compañeros en el Palacio de Justicia lo recuerdan más preocupado por los temas administrativos que por los netamente judiciales. De hecho, en los tres años que estuvo como dignatario (presidente en el 2015 y dos veces presidente de la Sala Penal), se ausentó decenas de veces de las salas en las que tenía que votar.
Su cercanía con Moreno era evidente, como lo demuestran decenas de visitas del abogado al Palacio de Justicia. De hecho, el respaldo de Bustos fue una de las cartas que en su momento se jugó Moreno para llegar a jefe Anticorrupción de la actual Fiscalía, la misma que lo puso tras las rejas.